La Jornada Semanal,  domingo 1 de agosto  de 2004         491

FRIDA, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS

GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE
Raquel Tibol (Selección, proemio y notas),
Escrituras de Frida Kahlo,
Plaza y Janés,
México, 2004.
Desafortunadamente ya no soy buena
para nada, y todo el mundo ha usurpado
mi lugar en esta pinche vida.
Frida Kahlo
"Frida Kahlo se ha convertido en uno de los ídolos más extraordinarios que ha dado México, después de la Virgen de Guadalupe", señala la escritora Elena Poniatowska en un artículo respecto de la presentación del libro Frida íntima, de Isolda Pinedo Kahlo, sobrina de la pintora. Pero además de considerarla un ídolo, Jesusa Rodríguez –que también fungió como presentadora del libro, junto con Ofelia Medina y Arturo Estrada, discípulo de Frida– afirma que, a cincuenta años de su muerte, la imagen de la pintora de Coyoacán se ha convertido en un producto "exótico y sofisticado de mercadotecnia y en una especie de Barbie del tercer mundo".

Esta última aseveración puede parecer algo fuerte y, seguramente, causará escozor entre quienes defienden a Frida Kahlo como uno de los iconos más "internacionalizados" y puros del arte mexicano del último siglo; sin embargo, la creciente fridamanía parece estar llegando al extremo y, al mismo tiempo, está confirmando la veracidad de tal consideración: la imagen de Frida vestida de tehuana, con sus labios rojos, sus cejas pobladas y sus ojos fijos en el espectador, ya no sólo aparecerá en camisetas, platos y rompecabezas, ni tampoco será únicamente argumento de producciones cinematográficas, sino que ahora se ha lanzado una línea de accesorios para mujer (pañoletas y joyería) ¡con el nombre de Frida Kahlo!

Afortunadamente, hay quien se opone a tales prácticas comerciales que abaratan la imagen del artista. Así, alejándose de todo "mercantilismo fridamaniaco" (como ella misma lo ha calificado), Raquel Tibol ha vuelto a editar su libro Escrituras de Frida Kahlo, una recopilación de notas, recados, versos y, sobre todo, cartas de la autoría de la pintora, acompañadas de párrafos explicativos a las referencias hechas en ellos, que presentan una nueva versión de la historia que todo mundo cree conocer desde que Salma Hayek la llevó a Hollywood... sólo que esta vez la narración corre a cargo de la propia protagonista. A cincuenta años de su muerte (el 13 de julio de 1954), Frida vuelve a tener voz, y sus escritos cronológicamente ordenados presentan una nueva cara de la autora del reconocido cuadro de Las dos Fridas, quien mucho tiempo no tuvo tanto renombre por su obra plástica como simplemente por ser esposa de Diego Rivera.

En Escrituras..., Antonio Alatorre dice que, al invitarlo a escribir el prólogo del libro, Raquel Tibol le dijo: "Yo creo que Frida Kahlo es una verdadera escritora, aunque no todo el mundo lo cree", y que su primera reacción fue negar rotundamente tal afirmación: la obra "literaria" de Kahlo no puede, en ninguna circunstancia, compararse con la de, por ejemplo, su contemporánea Leonora Carrington, autora de cuentos, novelas y obras de teatro que siguen reeditándose. No obstante, quien se acerca a la selección de escritos de Kahlo que Raquel presenta en su libro puede llevarse una gran sorpresa. No va a encontrar en los 253 textos incluidos un cuento prodigioso o un poema renovador de las formas líricas de su época, sino una versión personal y sincera de una historia fascinante y legendaria, la de su propia vida.

Hace unos días, oí un comentario respecto de la recopilación de la correspondencia del poeta cubano-mexicano José María Heredia que llamó mi atención al equipararlo con el trabajo de Tibol. Arturo Souto, cuentista y profesor de la UNAM, preguntaba a la compiladora de las cartas de Heredia si consideraba que estos escritos eran totalmente sinceros o si, por el contrario, pensaba que el llamado poeta nacional de Cuba y autor del "Himno del desterrado" presentía el interés que habría en sus notas y, en consecuencia, las escribía con precauciones especiales. Al empezar a leer el libro sobre Frida, esta pregunta volvía una y otra vez, y contestarla respecto de las cartas de la pintora me parecía indispensable en un comentario como éste. La respuesta en el caso de Kahlo es bastante sencilla y no tiene muchas facetas: Frida era sincera en lo que escribía; escribía simplemente para comunicarse con sus amigos o conocidos y no para buscar la trascendencia literaria de sus textos.

En el prólogo antes mencionado, Antonio Alatorre concluye que Frida Kahlo era "una señora escritora, dientona de veras (o chingona, como bien podría decir ella)". Y la razón lo asiste: sus cartas de adolescente, especialmente las dedicadas a Alejandro Gómez Arias y a Miguel N. Lira, no parecen más que los recados juguetones y poco serios de cualquier jovencita que los escribía mitad en español, mitad en inglés, pero conforme Frida creció, creció también su estilo y su manejo del lenguaje y, si bien a menudo siguió conservando, para los amigos más cercanos, su vocabulario vivaracho y "relajiento", como ella lo calificaba, también desarrolló un manejo lingüístico más elegante e incluso no exento de poesía, como puede verse en una carta de noviembre de 1947 a su íntimo amigo Carlos Pellicer, al que le dice: "¿Se pueden inventar verbos? Quiero decirte uno:/ Yo te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medida." Otro buen ejemplo es su definición del surrealismo: "El surrealismo es la mágica sorpresa de encontrar un león dentro de un armario, donde se está seguro de encontrar camisas."

Tal vez la razón por la que la escritura de Kahlo nunca se adentró en géneros literarios "formales" (por llamarlos de alguna manera) sea la misma por la que, en un principio, su pintura no fue muy reconocida: Frida pintaba para sí y porque disfrutaba hacerlo, no porque viera en los pinceles una forma de trascendencia. Sus cartas muestran que, durante sus primeros años de matrimonio, su mundo era Rivera y ella vivía para atenderlo y "tener la casa cuando menos en orden, sabiendo que eso significa para Diego aminorarle muchas dificultades y hacerle la vida menos pesada".

En una declaración para el inba, en 1947, la propia Frida decía: "Realmente, no sé si mis pinturas son o no surrealistas, pero sí sé que son la más franca expresión de mí misma [...] He pintado poco, sin el menor deseo de gloria ni ambición, con la convicción de, antes que todo, darme gusto." Quizá por eso Diego Rivera decía que él pintaba el mundo exterior, mientras que Frida pintaba con el corazón, quizá por eso él, lo mismo que los pintores más importantes de la época, como Marcel Duchamp o el propio Pablo Picasso, la admiraban y admiraban la verdad de sus cuadros.

Quizá por eso, de todos los pintores de esos años, Frida es la que se escapa de toda clasificación, y, quizá también por eso, se agradecen trabajos como el de Raquel Tibol que, en medio de una marea avasalladora que intenta sacar provecho económico de la popularidad mundial de Kahlo, se encargan de darle voz a la verdad sobre una de las leyendas más entrañables del siglo xx •