La Jornada Semanal,   domingo 1 de agosto  de 2004        núm. 491
Un mundo paralelo
entrevista con Martin Amis
Carlos Alfieri

 A sus cincuenta y cinco años, el escritor británico Martin Amis conserva cierta fisonomía de niño y en cambio parece haber limado las aristas visibles de su pasado de joven provocador. Las ha transmutado en maneras educadísimas aunque un tanto distantes, en su impecable vestimenta sport, su cabello corto y pulcro, su forma serena de hablar y atenta de escuchar, intacta pese al agotamiento de las dieciséis horas de aviones y aeropuertos que ha dejado atrás para llegar a Madrid procedente de Montevideo, vía Buenos Aires. En Uruguay pasa temporadas cada vez más largas junto a su segunda esposa, Isabel Fonseca (hija del gran escultor y pintor uruguayo Gonzalo Fonseca), y sus dos hijas menores.

Pero no conviene confundirse: el autor de novelas tan notables como Dinero, Campos de Londres, Tren nocturno, o de la espléndida y peculiar autobiografía Experiencia no ha morigerado su espíritu corrosivo ni ha adocenado su inventiva. Por una u otra causa, Amis siempre genera polémica. Acaba de publicarse en España Koba el Temible (Anagrama), el libro que ha consagrado al terror estalinista. Aunque predominantemente política, también en esta obra, como en Experiencia, traza vasos comunicantes entre distintos planos, básicamente entre la Historia (así, con mayúsculas) y su propia vida. Y también aquí hay un ajuste de cuentas con su padre, el novelista y crítico Kingsley Amis, que fue miembro del Partido Comunista durante varios años, bastante antes de que se convirtiera en adalid de Margaret Thatcher.

-En Koba el Temible se refiere al mundo alternativo o realidad paralela que Stalin se había fabricado para expulsar de su mente la cruda y terrible realidad (por ejemplo, la de las hambrunas que diezmaban a la población soviética en los primeros años treinta). ¿Cómo supone que funcionaba en él ese mecanismo psíquico? ¿Fingía creer en lo que en realidad no creía o terminó creyendo en esa realidad alternativa? ¿Era todo un perverso juego teatral en el que participaban también sus secuaces?

–Ha quedado claro, con la apertura en los últimos años de los archivos que permanecían vedados a los investigadores, y que aportaron una formidable documentación, que Stalin nunca creyó en esa realidad paralela que había fabricado, por lo menos hasta un tiempo antes de su muerte. Una vez su sobrino le dijo "yo soy Stalin", y él le respondió: "Tú no eres Stalin y yo tampoco. Stalin es el poder soviético, y es algo que hay que mantener." Era mucho más sofisticado en su visión del mundo que lo que antes creíamos. Incluso dos adversarios del calibre de Boris Pasternak y Andrei Sajarov dijeron que cuando el dictador murió experimentaron una especie de duelo, y que transcurrieron varios años antes de que pudiesen adquirir plena conciencia de la enorme escala del ámbito de distorsión de la realidad en la que habían vivido, hasta el punto de que gente que literalmente se estaba muriendo de hambre cantaba loas al éxito del experimento soviético. Es cierto que en sus últimos años Stalin fue tornándose antisemita e internándose en una cierta demencia; entonces sí se le fue borrando la línea que separaba la realidad de su universo paralelo. Pero hasta ese momento fue un hombre perfectamente lúcido e inteligente.

–Su compatriota Donald Rayfield, autor del libro Stalin y los verdugos, sostiene que el dictador era mucho más inteligente y culto de lo que generalmente se ha creído, y que esa subestimación les costó la vida a muchas de sus víctimas, como Trotski y Bujarin. Usted parece coincidir ahora con Rayfield; sin embargo, en su libro lo describe a menudo como un hombre tosco y bárbaro. ¿Qué puede comentar al respecto?

–Todos subestimaron a Stalin, no sólo Trotski. En los trabajos del historiador Richard Pipes se demuestra que Stalin tenía ya mucho poder en 1920, antes de la muerte de Lenin. El feroz dictador era un lector voraz: leía unas quinientas páginas al día, en particular de libros de historia y política. Y pretendía imponerse en todos los campos como un genio universal, incluso en lingüística, disciplina sobre la que escribió un tratado en plena guerra de Corea. Tras dialogar con él, Churchill expresó su admiración, y dijo que cuando apenas pronunciaba media frase el líder soviético advertía de inmediato las consecuencias políticas que entrañaba su propuesta. Pero era un ser esencialmente político, y yo no diría que era culto. Su inteligencia siempre apuntaba a la especulación estratégica, a las ventajas que podía extraer de una situación.

–En contra de la tradicional crítica de izquierda al estalinismo, al que considera una ruptura radical con el leninismo, cierta corriente contemporánea de historiadores afirma que Stalin no inauguró el terror sino que desarrolló y profundizó el modelo cuyas bases había sentado Lenin. ¿Usted adhiere a esta tendencia?

–Stalin buscaba una justificación para el ejercicio del terror, y en Marx evidentemente no podía encontrarla, porque, como Engels, Karl Marx lo condenaba claramente. Lenin le proporcionaba algunas justificaciones. Pero hoy la mayoría de los historiadores creen que Stalin fue una continuación de Lenin. La política de colectivización forzosa que impuso desde 1929 sólo podía llevarla a cabo mediante el terror, puesto que pensaba que el planteamiento de Bujarin de dejar un margen de iniciativa privada a los campesinos llevaría a enriquecerlos, lo que significaría la derrota del marxismo. Desde este punto de vista, no tenía otra opción que convertirse en un líder absolutamente brutal y colectivizar e industrializar la Unión Soviética a sangre y fuego o renunciar al experimento comunista. Y yo creo que, de gobernar en 1929, Lenin o Trotski habrían hecho exactamente lo mismo. Solzhenitsyn dice que las dos únicas cosas que hizo Stalin que no había hecho Lenin fueron la farsa de los procesos de Moscú y la matanza de la vieja guardia bolchevique.

–También afirma en su libro que la invasión de la Unión Soviética por los ejércitos de Hitler fue un baño de realidad para Stalin (pese al testimonio de Nikita Jruschov de que fue en esa época cuando se notó que el dictador "ya no estaba en sus cabales"), y que, consecuentemente, tras un momentáneo estado de estupor abandonó toda "realidad paralela" para aceptar la otra, más vasta. ¿La guerra motivó en Hitler la trayectoria inversa?

–Sí, efectivamente. Lo digo en Koba el Temible. Está claro que Hitler dejó de escuchar a sus generales durante la guerra, mientras que Stalin, en cambio, empezó a escucharlos. Resulta significativo que ya en septiembre de 1941, noventa días después de la invasión alemana, Stalin comentó ante la "sentencia preliminar" del comandante en jefe del frente occidental que le presentaron: "Apruebo la ejecución, pero decidle a Ulrij que quite todas esas tonterías sobre ‘conspiraciones’." Es decir, se apartó de las mentiras que se argumentaban normalmente para justificar la eliminación de sus enemigos. De alguna manera, fue un reconocimiento tardío de las patrañas de su régimen. Sí, no cabe duda de que Stalin se acercó más que nunca a la realidad en esa época, en tanto Hitler huyó cada vez más de ella.

–Su libro se alza contra la intelectualidad occidental izquierdista por no haber denunciado los crímenes del estalinismo (Kingsley Amis, su propio padre, por ejemplo, que integró el Partido Comunista durante muchos años antes de hacerse ultraconservador). ¿No cree que la mayor parte de estos intelectuales obró por ignorancia o ingenuidad y no por mala fe?

–No se puede alegar ignorancia. Había pruebas irrefutables de la extrema brutalidad del régimen estalinista y de la existencia de esclavitud ya en los años treinta. Más tarde, en 1946, se publicó en Francia el libro de Víctor Kravchenko Yo elegí la libertad, en el que se denunciaba el terror y el hambre a que estaba sometido el pueblo soviético. Kravchenko era un alto dirigente del Partido Comunista de la urss y ocupó importantísimos cargos en el Estado; en 1944 pidió el asilo político en Estados Unidos, donde formaba parte de la comisión de compras militares de su país. Perseguido por la policía secreta de Stalin, terminó suicidándose.

Pero yo no creo que la incapacidad de denunciar los crímenes estalinistas haya sido exclusiva de los intelectuales: fue de todo el mundo. Constituyó una enorme debilidad depositar todas las esperanzas de cambio social en el experimento de la Unión Soviética. Claro, sobre todo a finales de la primera guerra mundial todas las miradas, esperanzadas, se dirigían a Moscú.

–Algunos críticos y cervantistas españoles se indignaron por su texto sobre el Quijote incluido en La guerra contra el cliché, porque aunque admite la belleza y el encanto de la obra de Cervantes, también la considera "ilegible". Lo menos que han dicho de usted es que "no la ha leído bien". ¿Qué les contestaría?

–¡Oh, lo escribí hace tanto tiempo! Nabokov llama al Quijote "un viejo libro cruel y tosco"…

–Precisamente. Algún crítico español señaló en su texto la influencia perniciosa de Nabokov.

–Y bien, hasta cierto punto eso es cierto, aunque tal vez yo no entendí, cuando escribí ese texto hace tanto tiempo, que el Quijote es el padre de todas las novelas, tanto las modernas como las postmodernas. Porque el segundo tomo tiene ingredientes autorreferenciales absolutamente postmodernos. El Quijote es como un tipo de ciénaga borboteante, en permanente ebullición, y de ella ha salido toda la literatura posterior.

–Nabokov, sin duda un escritor inmenso, tenía un defecto: el único autor que admiraba era Nabokov. De la literatura de Borges, por ejemplo, dijo una vez: "Sí, como vestíbulo es magnífico, pero, ¿dónde está la casa?" ¿Está de acuerdo con él en este punto?

–No. En absoluto. Borges es equiparable a Kafka: sus cuentos tienen el peso de novelas. Es un innovador, su mente es exquisita, increíble. Yo lo adoro. Es verdad lo que usted ha dicho de Nabokov. Por ejemplo, comentó del Finnegan’s wake, de Joyce que era "como un ronquido en la habitación de al lado" (en cambio, consideraba que el Ulises sí era un libro noble). También detestaba a Jane Austen, a Dickens, a mi admirado Saul Bellow… Pero hay que perdonarle ciertas cosas: su debilidad era el aristocratismo.

–El director canadienseDavid Cronenberg va a realizar una película basada en su libro Campos de Londres. ¿Será efectivamente usted uno de sus guionistas?

–Bueno, es posible que se haga esa película…

–La noticia que he leído lo daba por seguro.

–No es tan así todavía. No seré yo el guionista: me limité a revisar el guión hecho por otros. Los guiones se hacen con un espíritu muy diferente del de la escritura de una novela. Una novela responde a un proceso más interior; el autor mantiene sobre ella un control total, como si fuera Dios, sobre el tiempo, la narración, el manejo de las situaciones. Una película es algo más externo. El cineasta debe colaborar con los actores, con los técnicos, buscar financiación… Cronenberg es un individualista y va a llevar su visión de mi novela hasta el último extremo. En fin, el cine me parece un medio de expresión de gran interés, pero no tiene nada que ver con la literatura.

–Siguiendo con las realidades paralelas, ¿el ejercicio de la literatura es una forma de vida por representación?

–Sí. Cuando uno está terminando una novela, está instalado en la realidad de la ficción, no en la de la vida cotidiana. Mientras dura esa preocupación intensa se está ausente de "la vida real". En casos como el mío, se es un sustituto de padre, un sustituto de marido. Para los escritores la vida no es suficientemente interesante, necesitamos un mundo paralelo. Es triste, lo siento, pero es la verdad: es mi vida. Se lo puede preguntar a mi mujer