La Jornada Semanal,   domingo 1 de agosto  de 2004        núm. 491

Angélica Abelleyra

Héctor Xavier

El 3 de julio se cumplió el décimo aniversario de la muerte de Héctor Xavier, el veracruzano que fue considerado uno de los grandes dibujantes del siglo xx (junto con Cuevas y Aceves Navarro). Mientras las colecciones de los museos oficiales del país no cuentan con obra suya –salvo el Museo de Arte de Sinaloa que la resguarda tan bien que la mantiene en sus bodegas–, el 14 de julio se realizó una velada en el Museo de Arte Moderno para recordar sus aportaciones creativas y su paso solitario y marino.

El dibujo fue su voz por excelencia. La intuyó desde niño, cuando delineó las huellas de sus pies en la humedad de la arena marina tuxpeña y la trabajó con obsesión, soledad y apasionamiento como su manera de aprehender el mundo, ese mundo que Héctor Xavier (1921-1994) trasladó al papel mediante la pluma, la punta de plata y el pincel con una inquietud permanente por el trazo definitivo, la composición libre y precisa de la línea que para él fue la razón de toda forma.

Su nombre completo: Héctor Xavier Hernández y Gallegos. Pero como solía decirse "hijo de soldado desconocido" (su padre abandonó muy temprano a la familia), le gustaba que lo llamaran Héctor Xavier a secas. Nació en las arenas y en las aguas del Golfo. A Marco Antonio Campos le dijo en una entrevista que el mar había despertado su sensualidad mediante el olor salino y la caricia del viento. También avivó su intuición del cuerpo cuando comenzó a dibujar el contorno de sus pies pequeños en la humedad de la arena. Ese impulso, cargado de rapidez, libertad y precisión, no lo abandonaría nunca.

A los diecisiete años, "con los ojos vacíos y los bolsillos también", llegó a la Ciudad de México. Para poder vivir hizo caricaturas de los transeúntes de San Juan de Letrán, vendió loza, réplicas de perfumes caros y hasta fue merolico. Ingresó a la Escuela de Pintura La Esmeralda sólo por seis meses pues organizó una huelga para exigir el incremento de materiales –papel y pigmentos– y prefirió tomar el camino autodidacta que le significó más exigencias.

Primero como pintor, hizo su primera exposición en el Palacio de Bellas Artes en 1945. Pero, ya colgada, se dio cuenta de sus fallas, de una "falta de mano" por desconocimiento de la técnica dibujística. Entonces empezó a dibujar con férrea disciplina de las 9 de la mañana a las 6 de la tarde, trabajó el claroscuro y entendió el valor de una línea. "Comprendí que el dibujo es el aire, la luz, la voz, el sonido; el dibujo es lo que dice todo y llena de significado la hoja en blanco." *

Como sus contemporáneos, Xavier vivió la preponderancia de la llamada Escuela Mexicana de Pintura con el "grito patrio" de David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. "Vivía bajo un grito nacionalista y revolucionario que no me había tocado oler ni vivir", solía recordar sobre esos años en que como contrapropuesta abrió en 1952 la Galería Prisse en la Zona Rosa junto con Vlady (al que se sumarían Alberto Gironella y Enrique Echeverría posteriormente). Más que un espacio de exhibición y venta, su idea era tener un sitio para agrupar artistas "con nuevas ideas, fuera ya del caldo revolucionario". Pero la experiencia fue corta y aquel espacio que mostró por primera vez a José Luis Cuevas cerró sus puertas mientras Xavier viajaba por Nueva York y Europa.

Ese periplo le abrió canales y ventanas. Se enamoró del dibujo de Ingres y Modigliani; Picasso le influyó pero fue más determinante en su formación el encuentro con las formas esgrafiadas en las vasijas griegas y en el reverso de los espejos etruscos. Amalgama de culturas, ya en México había atendido el arte prehispánico pues gracias a Francisco de la Maza observó el arte colimense y los frescos y estelas mayas de Bonampak.

A todo eso, Miriam Kaiser suma otras influencias en el dibujante con quien procreó cinco hijos: el arte del francés Georges Rouault y la gráfica oriental que Xavier había disfrutado desde niño con sus vecinos chinos en aquellos almanaques donde observó por primera vez el color en las modelos exageradamente maquilladas.

Obsesionado del retrato y autorretrato, autor de series tan memorables como su Bestiario trabajado a la punta de plata con los animales del Bosque de Chapultepec (con textos de Juan José Arreola) y sus desnudos Eróticos, Xavier amaba plasmar el cuerpo en movimiento. Lo hizo con bailarinas del Senegal y con Pilar Rioja y Rudolf Nureyev; plasmó la dignidad y fuerza de sus Viejos y los Rabinos; develó la sensualidad de sus flores y paisajes acuáticos de 360 grados; participó en escenografías para Poesía en Voz Alta e ilustró libros de Efraín Huerta, Jaime Labastida y Oscar Oliva. Más cercano a escritores y periodistas que a sus colegas pintores, Xavier recurrió con asiduidad a las páginas del suplemento Sábado de unomásuno o a El Búho de Excélsior para asomar un poco su cabeza y su trazo ante una personalidad un tanto huraña y solitaria.

"Era reticente al abrazo, difícil de entregarse, de aceptar que la gente lo podía querer y apapachar", recuerda Miriam Kaiser sobre el artista disciplinado con un taller que parecía quirófano. "Su frase era lávate las manos y venme a ayudar. Su vida era su obra, con una profunda y terrible seriedad", añade la promotora cultural cuando lamenta que el arte de uno de los mejores dibujantes del siglo xx no esté visible en museos de México.

Tiene su teoría: ante la falta de una política de adquisiciones de obra en museos institucionales, lo poco que existe de arte del siglo xx es gracias a donaciones. Y Héctor Xavier no era partidario a donar su trabajo ni aceptar las condiciones que imponían ciertos funcionarios culturales de antaño. Y si bien el dibujante está presente en algunos acervos particulares, poco puede difundirse al exterior de forma constante pues la familia Xavier-Kaiser cuenta con pocos ejemplares. Relata la propia Miriam: "Existe la triste historia de que mi tercer hijo se quedó de custodio de la obra de su padre y nadie sabe dónde están ni él ni el trabajo. Un ochenta por ciento de la obra de Héctor Xavier –como lo dice Julio Pliego en un bello documental que realizó– está secuestrada. Mi hijo está desaparecido hace no sé cuantos años y la obra también. No ha habido manera de moverla ni exhibirla. Al menos espero que esté en buenas condiciones."

Así, con ese anhelo y que se "devele la sábana con que están cubiertos" tanto Xavier como Cordelia Urueta, Luis García Guerrero, Antonio Rodríguez Luna, Antonio Peláez y Enrique Climent, por enlistar algunos que cita Kaiser, se cumplen diez años de la desaparición física del veracruzano que hizo del dibujo una maestría. No está él pero queda su trazo... y el recuerdo.

* Agradezco a Dabi Xavier su colaboración para consultar el archivo hemerográfico de Héctor Xavier. Las citas textuales se retomaron de las entrevistas de Marco Antonio Campos (Sábado de unomásuno (15/X/1988) y de Jaime Hernández (Novedades, 25/V/1984).