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México D.F. Viernes 30 de julio de 2004

Vilma Fuentes

Juego de notas escolares

En 1920, un día radiante de junio, en París, siete jóvenes inventaron un juego. Como tenían apenas algo más de 20 años y acababan de salir de las escuelas, su invención no fue totalmente original puesto que imitaron, a su manera desde luego, a sus ex profesores. Pero la situación fue por completo invertida: no eran ellos quienes sufrían el juicio de sus maestros, o considerados como tales, sino éstos los que fueron juzgados por los alumnos. Y no se trataba de maestros sin importancia. Los jóvenes decidieron poner notas a los autores más célebres, juzgar las reputaciones mejor establecidas, desde Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Molière, hasta sus contemporáneos. La escala de las calificaciones era amplia. Iba de la más mala, menos veinte (-20), a la mejor, más veinte (+20).

No revelaré de inmediato la identidad de estos jóvenes. Es ella, en efecto, la que para nosotros, ahora, le pone todo su picante al juego. Fueron siete. En cinco grandes hojas cuadriculadas, inscribieron primero en una columna la lista de nombres de las personas que iban a pasar frente a su tribunal, y en lo alto de la página, sus propios nombres.

Platón fue el primero en pasar. Estas son las notas que obtuvo de los siete jurados: 2, luego 6, luego -20, después 4, 4 y 4. El promedio no es alto. En el bachillerato, con tales examinadores, hubiese reprobado. Virgilio sacó aún peores calificaciones: respectivamente 0, 1, -20, 0, -20, 0. Una verdadera catástrofe. Por fortuna para él, en 1920, hacía varios siglos que no era de este mundo. Puede esperarse que la humillación no lo haya alcanzado allá donde se encuentre.

ƑQuiénes eran, pues, estos jueces despiadados? ƑCuáles fueron esos monstruos que condenaron sin dejar más recurso (š-20!) las figuras más sagradas del Panteón, las glorias de la humanidad? ƑEran unos locos? ƑUnos terroristas? ƑUnos salvajes? ƑO todo esto a la vez?

La verdad es que, en 1920, sus nombres no decían gran cosa. Eran desconocidos. Hoy lo son algo menos. Pero veamos antes las notas que dieron a Cevantes, por ejemplo. šQué diablos! ƑLeí bien? Tengo, sin embargo, el manuscrito auténtico del juego frente a los ojos y leo: 0, 0, 15, 10, 8, -1. Reprobado. Shakespeare ídem: -1, 8, 3, 11, 5, 5, 6. Dante, peor: -15, -17, -18, 0 (después de estas notas negativas, este 0 es casi un éxito), -3, y (šsu mejor nota!) -15. Calificaciones más cerca del infierno que del paraíso.

Es hora de conocer los nombres de los jueces. Reonozcamos a este jurado al menos un mérito: no se ocultó en el anonimato y tuvo el valor de firmar sus veredictos. Por otra parte, al observar con más detenimiento, se encuentran también excelentes notas. Rimbaud: 18, 19, Lautréamont: 19, 20, y mejor aún, Jacques Vaché: 20, 20, 20, 18, 10, 19, 17. ƑEs aún necesario dar los nombres que no es muy difícil reconocer con la lectura de estas últimas calificaciones? Fueron atribuidas, como las demás, por los jóvenes desconocidos: Aragon, Breton, Eluard, Franckel, Paulhan, Soupault, Péret. Desconocidos en la época, cierto, pero que no parecían sentir inclinación alguna por la modestia ni la prudencia.

Más allá de la carcajada que provoca la lectura de tal lista de notas, el juego, cuyo verdadero nombre es Le jeu surréaliste de la notation scolaire (manuscrito vendido en 5 mil euros el año pasado en la sala de ventas públicas de Druout), también suscita regocijantes reflexiones. La insolencia absoluta, llevada a tal punto de incandescencia, se vuelve bella como el fuego. Nadja, en sus cartas, a veces llama a Breton mon feu (mi fuego). Otras notas dejan pensativo: Aragon pone un cero a Víctor Hugo, a quien por su parte el dulce Eluard atribuyó menos veinte. ƑCero, Hugo? Acaso Aragon quiso inconscientemente infligirse esta nota por adelantado. En cuanto al inconsciente, Freud tuvo derecho al 19 de Aragon como de Breton, fieles a su sectarismo asumido sin ninguna reserva. Puesto que se está loco, más vale estarlo al extremo, y sin vergüenza.

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