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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Viernes 30 de julio de 2004

Paco Ignacio Taibo II/II y última

Las fotos: 10 de junio de 1971

III

En las primeras horas de la noche nos fuimos reuniendo, comenzaban a llegar informaciones dispersas, las historias individuales armaban la historia. Unos contaban que había un montón de francotiradores, que desde un edificio en la esquina de San Cosme, en Tacuba 32 estaban disparando. Otros narraban cómo balacearon a los estudiantes de medicina que iban al frente al pasar ante las puertas de la Normal.

Se hablaba de "los halcones", los grupos armados con palos que entraron por el frente y las laterales. Cómo los habían cubierto los granaderos. Todo el mundo coincidía en que la policía no intervenía, sólo mantenía el cerco y dejaba hacer.

A medianoche, una estudiante de medicina llegó a la casa y nos contó que poco antes de las siete de la noche los halcones habían atacado el hospital Rubén Leñero, a donde las ambulancias estaban llevando a los heridos y los muertos; que quisieron llevarse los cadáveres y rematar a los heridos; que los enfermeros y los médicos se resistieron.

Alguien contaba que había visto a un halcón quitándole el reloj a un herido.

En la madrugada del viernes se producía el primer informe oficial. No sólo mataban, también mentían. La primera reacción del gobierno fue de un cinismo atroz: el jefe del Departamento del Distrito Federal (DDF), Alfonso Martínez Domínguez, declaraba que se había tratado de un "enfrentamiento entre estudiantes".

Como siempre, sería prácticamente imposible conocer los resultados de aquella tarde terrible. El número de estudiantes asesinados, los heridos, los apaleados. La maquinaria estatal se puso en movimiento para disminuir las cifras. Una versión oficial hablaba de seis muertos y 66 heridos, pero tan sólo la Cruz Roja había reportado, a las nueve de la noche, más de 200 heridos, 35 de bala, y añadía un dato espeluznante: había 10 heridos graves de los cuales se temía por su vida. En el hospital Rubén Leñero de la Cruz Verde se encontraban dos muertos y 32 heridos. Un oficial de la policía judicial había hablado de 16 muertos.

Algunos de los nombres de los muertos se abrieron paso entre el muro del silencio. Los reproduzco para que no se olviden: Arturo Barrios, estudiante de comercio, de 23 años; José Reséndiz, de 19 años, aparecido en la Cruz Roja; Edmundo Martín del Campo, carpintero y activista del Poli, asesinado en San Cosme; Raúl Argüelles; Jorge Callejas, un chavillo de 14 años que había salido a la calle para hacer un mandado, y el estudiante de antropología José Moreno Rendón.

El resto quedó en las sombras. Policías intimidaron a las familias de los muertos; muchos de los heridos abandonaron el hospital a la primera oportunidad para no sufrir posteriores represalias.

IV

Las habituales redes de desinformación estatales toparon el 10 de junio con un conflicto indeseado. Los halcones habían atacado también a muchos periodistas que cubrían la manifestación: quedaba herido un camarógrafo de la CBS; muy grave, un fotógrafo de Excélsior (Miguel Rodríguez, madreado brutalmente a palos por los halcones, pateado en la cara al caer al suelo), y un reportero de Novedades; fue herido Félix Arciniegas, fotográfo de The News, al igual que el reportero de Telesistema, Roberto de la Peña, y Ricardo Cámara, quien fue secuestrado en un carro blanco y golpeado frente a los granaderos.

Una reacción corporativa de una fuerza enorme trascendió los boletines oficiales. Se habló de los halcones, se interpeló públicamente a funcionarios. No sólo la historia de que había sido un choque entre estudiantes no se podía creer; la presencia de un enorme cuerpo paramilitar organizado al que los granaderos habían permitido actuar impunemente quedaba establecido. Los halcones cubrieron las páginas de diarios y noticiarios radiofónicos y televisivos.

V

Ante el debate público, el presidente Luis Echeverría construiría una versión que impulsó con un brutal alud mediático, un bombardeo en la prensa, la radio y la televisión para fijar la tesis de que la matanza era resultado de una doble conspiración: contra el renaciente movimiento estudiantil y contra su gobierno, desestabilizado por la derecha diazordacista dentro del propio aparato. No sólo eran víctimas los estudiantes reprimidos, también el presidente incomprendido y demócrata era víctima de los "emisarios del pasado".

Forzó las renuncias del jefe del DDF, Martínez Domínguez; del jefe de la policía, y pocos días más tarde del procurador general de la República, Julio Sánchez Vargas. Parecía un ajuste "a la mexicana" de los sucesos, en los que don Luis, con la destitución de Martínez Domínguez y compañía, se había librado de los autores intelectuales de la matanza que estarían ligados al viejo aparato diazordacista y podría, por tanto, proseguir con su apertura democrática.

Los halcones se desvanecían en la nada. La investigación oficial ordenaba que se disolvería en el aparato burocrático y no se tendrían que rendir más cuentas a la opinión pública.

VI

Pero las investigaciones independientes lentamente iban construyendo otra historia:

Primero se identificó plenamente a los halcones, a partir de la placa de uno de ellos; se descubrieron los camiones grises que los habían transportado. Luego se identificaron los campos de entrenamiento: en la Cuchilla del Tesoro, en San Juan de Aragón, y atrás de la pista cinco del aeropuerto capitalino. Luego se supo de las nóminas de más de mil 200 jóvenes lumpen que habían sido reclutados durante más de un año y que cobraban en el Departamento del Distrito Federal, primero en Mercados, más tarde en el Metro, pero cuyos jefes eran miembros del Ejército y de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Se identificó como jefe del grupo al coronel Díaz Escobar, que fue premiado al enviarlo como agregado militar a la embajada en Chile.

Luego se estableció la colusión con todas las fuerzas "del orden" público. Cómo una docena de halcones habían sido detenidos con las armas en la mano por error y liberados esa misma noche. Cómo algunos heridos del grupo habían sido curados en el Hospital Militar. Circuló ampliamente una cinta que había sido grabada de la frecuencia policiaca y en la que podían oírse frases como: "Que entren en acción los halcones, ahí vienen, protéjanlos", y donde se establecía que la fuerza de la represión dependía de la magnitud de la concentración.

Años más tarde el defenestrado Martínez Domínguez confesaría a Heberto Castillo que el propio Echeverría había coordinado telefónicamente desde Los Pinos la represión, ordenado la formación de los halcones y la coordinación estatal de su mantenimiento, y ese mismo 10 de junio había ordenado ocultar los cadáveres.

Más allá de la acusación, algo resultaba evidente en las investigaciones paralelas: ƑQuién podía coordinar una operación como ésta? Nóminas y sueldos de más de mil 200 personas pagadas por el DDF, primero en la Central de Abasto, luego en el Metro: campos de entrenamiento que pertenecían a Aeropuertos y Servicios Auxiliares, asesores del Ejército, coordinadores de la DFS que respondían a la Secretaría de Gobernación, coordinación de la operación del 10 de junio con granaderos y policías auxiliares del Distrito Federal, hospital militar para los heridos. Sólo una persona podía hacerlo: el presidente.

Pero las evidencias reunidas por la sociedad no fueron suficientes.

La investigación oficial se diluyó en la nada y los halcones desaparecieron. Años más tarde, el procurador Horacio Castellanos Coutiño diría que el expediente había desaparecido. Eso, tal cual suena. El expediente de una investigación oficial había desaparecido de las oficinas de la procuraduría. Al asesinato se sumaba el cinismo. Ni un solo funcionario fue llevado a juicio. Ni un solo asesino fue juzgado. Todos los funcionarios involucrados continuaron en el aparato político priísta a lo largo de los años. Fueron ministros, embajadores, gobernadores, agregados militares en embajadas, directores generales.

VII

ƑA quién le puede extrañar que se sigan formulando las preguntas? ƑA quién puede sorprenderle que después de 33 años continúen vigentes las preguntas que nos formulamos aquella noche en la casa mirándonos, aún no del todo convencidos de que habíamos salido ilesos de milagro?

Podrían resumirse en dos:

ƑCómo llamar a un presidente que por oscuros juegos políticos crea un aparato paramilitar al margen de la ley y ordena disparar contra una manifestación de estudiantes desarmados?

ƑTenemos o no derecho a seguir pidiendo justicia en nombre de aquellos jóvenes a los que se disparaba por ejercer sus más elementales derechos democráticos, en nombre de los apaleados, los padres insultados, los heridos, los muertos?

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