Jornada Semanal,  domingo 25 de julio de 2004         núm. 490

JAVIER SICILIA

EL SACERDOTE
EN GRAHAM GREENE

A lo largo de la literatura que hunde sus raíces en la tradición cristiana, la figura del sacerdote ha sido tocada desde muchos ángulos. ¿Quién no recuerda al stárets Zósima, de los Hermanos Karamazov; a los santos sacerdotes de Bernanos, cuyo modelo está tomado del Cura de Ars, o al padre Fotis, de Cristo de nuevo crucificado; quién no recuerda al horrendo padre Amaro de Eça de Queiros y de Vicente Leñero o al sacerdote alcohólico de El sitio, de Ignacio Solares, por nombrar sólo algunos? Quizá, sin embargo, uno de los más inquietantes sea el cura de El poder y la gloria, de Graham Greene. A diferencia de los otros, en los que los debates que desgarran a la Iglesia están presentes, el cura de Greene no se mezcla con ellos, ni siquiera los plantea, como si Greene, que viene del agnosticismo e ignora estas largas confrontaciones de la Iglesia, sólo contemplara una de las sustancias fundamentales de la vida espiritual: la relación entre la naturaleza y la gracia. "Ninguna corriente de ideas –escribe François Mauriac sobre Greene– lo distrae de ese descubrimiento, de esa clave que súbitamente vio; no hay en él ninguna visión preconcebida de lo que nosotros llamamos un mal sacerdote"; ni siquiera un modelo de santidad, un juicio moral o una toma de posición. "Está la naturaleza corrompida y la gracia todo poderosa"; el hombre miserable y el amor que lo ase desde el fondo mismo de su mal.

En ese despreciable cura mexicano, alcohólico, que tiene un hijo con una mujer de su feligresía, tan vulgar y mezquino que sus pecados mortales sólo provocan la burla y el desprecio de todos; en ese cura, consciente de su pequeñez, la gracia trabaja a niveles muy profundos. Tal parece que Greene, más allá del moralismo al que la Iglesia ha reducido la vida espiritual, nos planteara un fenómeno escandaloso para ese tipo de mentalidades: la utilización del pecado por la gracia. Tan es así, que en ese pobre hombre, refractario y condenado a muerte por los poderes públicos durante la persecución religiosa, en ese cura que, como todos los sacerdotes de aquel Tabasco, busca salvarse refugiándose en Chiapas, pero que vuelve cada vez que un agonizante tiene necesidad de los sacramentos, a pesar de creer que su auxilio será vano; en ese sacerdote impuro, alcohólico y asustado delante de la muerte, surge repentinamente un hombre que, como Cristo, entrega su vida.

No es conciente de la grandeza de su acto. Frente al martirio que lo aguarda no mira a Cristo, sino la visión de su nada sacrílega y de sus pecados mortales.

Sin embargo, conforme se acerca a su muerte, vemos cómo poco a poco, por los misterios de la gracia que han trabajado en su interior, y de los cuales sólo hemos visto su fidelidad al poder de administrar los sacramentos en medio de la persecución, ese ser despreciable se transforma en Cristo, en una maravillosa imagen suya. "La Pasión –continúa Mauriac– recomienza [entonces] alrededor de esa víctima elegida entre los desechos humanos que rehace lo que Cristo hizo, ya no en el altar, sin que le cueste nada, ofreciendo la sangre y la carne en las especies del pan y del vino, sino entregando, como en la cruz, su propia sangre, su propia carne."

Así, lo que Greene nos muestra en ese mal sacerdote, no es la virtud, que es la contraparte del pecado, sino la fe en su ministerio sacerdotal, el trabajo de la gracia de la que, delante de sus pecados y de su miseria, no sabe nada y ni siquiera puede sentir, pero que está en él desde su ordenación; la fe en ese poder sacramental que sólo él –porque todos los demás sacerdotes han sido exterminados– lleva en sus manos indignas y consagradas; que no ha dejado de ejercer y que lo conducen a su aprehensión y a su muerte. A pesar de su indignidad; a pesar de que con su muerte ya no habrá nadie que pueda ofrecer el Sacrificio de la misa ni el ministerio de la reconciliación, ni ayudar a los agonizantes y llevarles el viático, su fe nunca vacila.

Delante de ese miserable cura, de su fe, de la gracia que lo ha trabajado en esa fe y que aparece con una deslumbrante claridad al final de su vida, sentimos, vuelvo a Mauriac, la presencia oculta de Dios en un mundo ateo, esa "circulación de la gracia" que pese a las apariencias más extremas, es decir, ahí donde todo no sólo parece contradecir la posibilidad de la salvación, sino la alegría de la revelación cristiana, continúa trabajando y hará siempre despuntar su mejor flor.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.
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