La Jornada Semanal,   domingo 25 de julio  de 2004        núm. 490
 La despedida mexicana

Edmundo Olivares

En el curso de los tres años que residió en México como Cónsul General de Chile, Pablo Neruda tejió una tupida malla de relaciones cuya magnitud pudo apreciarse con claridad en vísperas de su regreso a su país, en especial en el acto que en su honor se realizó en el Frontón México el 28 de agosto de 1943. Edmundo Olivares, estudioso de la obra y la vida de Neruda, intenta una aproximación a ese día en las siguientes páginas, pertenecientes al tercer tomo de su obra Por los caminos del mundo, de próxima aparición.

Como una grandísima exageración, según algunos. Como una extravagante desmesura, según otros. Como una correntada que desborda las aguas de la normalidad, así fue –ni más ni menos– la despedida que México ofreció a Neruda, a través de un acto que hubo de ser realizado en el Frontón México –un espacioso recinto deportivo creado por la colonia española en México–, único sitio apto para recibir a la multitud de adherentes que se congregaron para decir adiós al poeta. En los días siguientes la prensa se encargaría de dar nutrida cobertura a un evento que recibe los calificativos de "gigante", "multitudinario" e "inédito."

El 29 de agosto, Excélsior titula: "Estrepitoso homenaje de despedida se tributó al poeta Pablo Neruda. Hubo discursos, mensajes de altos políticos, nueve musas y escritores." Después de señalar que asistieron más de mil personas, hace notar la gran cantidad de escritores, pintores y diplomáticos que han asistido, y menciona al poeta norteamericano Archibald McLeish como una de las muchas personalidades extranjeras que han enviado mensajes de saludo y adhesión. El Nacional, por su parte, hace subir notablemente la cifra de asistentes al señalar: "Pablo Neruda fue despedido cariñosamente... más de dos mil personas en el gran homenaje."

Para entender el por qué (o los porqué) de tan masivo homenaje habrá que prestar atención a varios factores. Para comenzar, dos eran los grandes sectores que habían dado apoyo a la manifestación: la intelectualidad y los artistas mexicanos por una parte, y los refugiados españoles por otra. Bastaba, a este respecto, que una fracción de los republicanos exiliados en México se hicieran presentes en el acto para que se llegase fácilmente a las mil personas. Pero había aún otro factor muy importante y era la percepción que todos tenían de que el cese de Neruda en su cargo se debía a la sanción que le hacía el gobierno chileno por dos antiguos casos conflictivos: el poema ofensivo para el dictador brasileño y la visa otorgada a Siqueiros.

En el sentir de la opinión pública, Neruda estaba siendo finalmente castigado por estos hechos, y había sido forzado a renunciar a su cargo. De ahí que el homenaje fuese también una espontánea muestra de solidaridad, una adhesión y respaldo a su conducta. Haciéndose eco de este sentir, algunos diarios de México y Cuba habían publicado artículos en que se señalaba que el gobierno brasileño había insistido y persistido en sus demandas para que Neruda fuese removido de su cargo, hasta obtener su propósito. Pero volvamos al homenaje en sí, y a sus orígenes.

La desmesura había comenzado ya con la convocatoria al acto, formalizada mediante una invitación suscrita por una cincuentena de personalidades mexicanas, encabezadas por el ex presidente Lázaro Cárdenas. Luego, y para hacer circular la invitación, se había descartado el habitual procedimiento del tarjetón o la carta y se había optado por dar difusión pública al documento, en la forma de un cartel mural que –con toda intención– había sido pegado en los muros de Ciudad de México como un burlón gesto de desafío a los que antes habían protestado por aquel no olvidado episodio del "Canto a Stalingrado." De esta manera, nadie se quedó sin enterarse de los términos de la convocatoria, que decía:

El gran poeta de América
P a b l o N e r u d a
se dispone a abandonar la tierra
de México para regresar a su patria.
I n v i t a m o s
a sus amigos y admiradores al
homenaje de despedida que habrá
de tributarse a esta destacada
figura del espíritu americano,
como expresión de simpatía por
su labor poética y humana, atenta
siempre a la defensa valerosa de las
libertades de América y del mundo.

A continuación venía la lista de convocantes, entre los cuales figuraban: Gral. Lázaro Cárdenas. Lic. Miguel Alemán. Ing. Marte R. Gómez. Lic. Eduardo Suárez. Lic. Javier Rojo Gómez. Ing. Fernando Foglio Miramontes. Eduardo Villaseñor. Lic. Vicente Lombardo Toledano. Dr. Enrique González Martínez. Ing. César Martino. María Asúnsolo. Lic. Alfonso Reyes. Lic. Manuel R. Palacios. Ing. Julián Rodríguez Adame. Lic. Narciso Bassols. Fidel Velásquez. Sen. Cnel. Gabriel Leiva Velásquez. Dolores del Río. María Izquierdo. José Clemente Orozco. Carlos Chávez. Gral. Tomás Sánchez Hernández. Lic. Agustín Leñero. Lic. Ignacio García Téllez. Lic. Antonio Castro Leal. Martín Luis Guzmán. Lic. Alejandro Carrillo, y muchos otras personalidades igualmente destacadas.

Superando todo cálculo, a la despedida acudió una verdadera multitud, un derroche de figuras de relieve en el ámbito artístico, cultural y político, entre los cuales figuraban mexicanos, españoles y chilenos y otros varios latinoamericanos. Allí estaba Palma Guillén, la gran amiga de Gabriela Mistral, junto a Andrés Henestrosa, Enrique Diez-Canedo, Rafael Heliodoro Valle, Luis Cardoza y Aragón, Manuel Altolaguirre, Juan Rejano, León Felipe, Rafael F. Muñoz, Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez, Pedro Garfias, Manuel Rodríguez Lozano, Miguel Othón de Mendizával, Jesús Silva Herzog, William Berrien y Carlos Obregón Santacilia, y así, muchas personalidades imposible de detallar. Por otra parte, muchos cables y mensajes de adhesión trajeron el saludo de aquellos impedidos de asistir, entre ellos Lázaro Cárdenas, Emilio Portes Gil, Constantino Oumansky, Anna Seghers, Juan Negrín, Archibald McLeish, Juan Marinello, Nicolás Guillén y Rafael Alberti, entre otros.

El complicado asunto de seleccionar a los oradores había quedado resuelto con la participación de Wenceslao Roces, Alfonso Reyes, César Martino y Vicente Lombardo Toledano. Para concluir, Neruda daría lectura a su poema "En los muros de México", escrito, según testimonio de uno de sus amigos, apenas un par de horas antes de iniciarse el acto.

Llegado el momento, cada uno de los oradores se ocuparía de destacar una determinada faceta del proteico Neruda, y no es de extrañar que correspondiera a Wenceslao Roces enfatizar el rol de Neruda en su lucha antifascista y, en particular, su posición de "combatiente encendido de la República Española." Entre sus conceptos, y al valorizar la labor de rescate de los republicanos en el exilio, señala: "Pablo Neruda llevó la estrella solitaria de Chile como una estrella de salvación y de esperanza a los campos de concentración en que se pudrían los españoles por haber cumplido su deber." César Martino, por su parte, se dirige al poeta en los siguientes términos: "Nos has enseñado con tu vida y con tu obra, con tus alabanzas y tus críticas; con tus entusiasmos y tus inconformidades, el único camino que a la inteligencia, al valor, al arte, a la energía, se le abre para servir a la humanidad."

Alfonso Reyes –sabio, ponderado y ecuánime– señala en su discurso que Neruda ha llegado a ser un : "intachable ciudadano del mundo y profeta de la esperanza y la victoria..." Y más adelante arranca aplausos al expresar con rotunda convicción: "Usted no ha nacido para la paz y sería ridículo deseársela. Pero sepa que en el camino de zarza que ha escogido no está solo. Con usted estamos todos los mexicanos."

Sin embargo, todos esperan las palabras de Neruda, y el poema que ha escrito para esta ocasión despierta la natural expectativa de los asistentes. ¿Será un poema de batalla, abierto a la polémica, como los que antes ha dedicado a la madre de Prestes y a la ciudad de Stalingrado? ¿O serán unos versos que pongan de relieve esos "entusiasmos" e "inconformidades" que, en las palabras de César Martino, reflejan su participación en las controversias recientes? Pero el poeta no quiere esta vez polemizar, y desea despedirse con una especie de "Canto de amor a México", expresado en el extenso poema aludido.

Es su tributo a la historia y a los héroes de este país. Es la decantada expresión de lo que aquí ha visto y aprendido, de lo que ha hecho suyo; de lo que ha recibido aquí como patrimonio compartido del hombre americano:

Oh, tierra, oh esplendor
de tu perpetua y dura geografía,
derramada rosa del mar de California,
el rayo verde que Yucatán derrama,
el amarillo amor de Sinaloa,
los párpados rosados de Morelia,
y el largo hilo de henequén fragante
que amarra el corazón a tu estatura.
México augusto de rumor y espadas,
cuando la noche en la tierra era más grande,
repartiste la cuna del maíz a los hombres.
Levantaste la mano llena de polvo santo
y la pusiste en medio de tu pueblo
como una nueva estrella de pan y de fragancia.
El campesino entonces a la luz de la pólvora
miró su tierra desencadenada
brillar sobre los muertos germinales.
Canto a Morelos. Cuando caía
su fulgor taladrado,
una pequeña gota iba llamando
bajo la tierra hasta llenar la copa
de sangre, y de la copa un río
hasta llegar a toda la silenciosa orilla
de América, empapándola de misteriosa esencia.
Canto a Cuauhtémoc. Toco
su linaje de luna
y su fina sonrisa de dios martirizado.
¿Dónde estás, has perdido,
antiguo hermano, tu dureza dulce?
¿En qué te has convertido?
¿En dónde vive tu estación de fuego?
Vive en la piel de nuestra mano oscura,
vive en los cenicientos cereales:
cuando, después de la nocturna sombra
se desgranan las cepas de la aurora,
los ojos de Cuauhtémoc abren su luz remota
sobre la vida verde del follaje.


Y más adelante, cuando la crónica del pasado deviene presente, Neruda insiste deliberada y metafóricamente en recurrir otra vez a los muros de México para hacer pública su posición, registrando en los versos de este poema –que no por casualidad titula: "En los muros de México"– el eco de las luchas más recientes y su prolongación en el momento actual:

Canto a Cárdenas. Yo estuve;
yo viví la tormenta de Castilla.
Eran los días ciegos de las vidas.
Altos dolores como ramas crueles
herían nuestra madre acongojada.
Era el abandonado luto, los muros del silencio cuando
se traicionaba, se asaltaba y hería
a esa patria del alba y del laurel.
Entonces
sólo la estrella roja de Rusia y la mirada
de Cárdenas brillaron en la noche del hombre.
General, Presidente de América, te dejo en este canto
algo del resplandor que recogí en España.
México, has abierto las puertas y las manos
al errante, al herido,
al desterrado, al héroe.
Siento que esto no pueda decirse en otra forma
y quiero que se peguen mis palabras
otra vez como besos en tus muros.
De par en par abriste tu puerta combatiente
y se llenó de extraños hijos tu cabellera
y tú tocaste con tus duras manos
las mejillas del hijo
que te parió con lágrimas la tormenta del mundo.
Aquí termino, México,
aquí te dejo esta caligrafía
sobre las sienes para que la edad
vaya borrando este nuevo discurso
de quien te amó por libre y por profundo.
Adiós te digo, pero no me voy.
Me voy, pero no puedo
decirte adiós.
Porque en mi vida, México, vives como una pequeña
águila equivocada que circula en mis venas,
y sólo al fin la muerte le doblará las alas
sobre mi corazón de soldado dormido.
Neruda no será el mismo después de México, como tampoco fue el mismo después de España, como tampoco fue el mismo después de Oriente. Un cierto afán determinista en busca de claves o pistas para explicar la evolución de su poesía, bien podría hallar fértil campo de indagaciones y conclusiones en estas sucesivas y muy significativas residencias del poeta.

Más directamente, no hay duda de que la célebre afirmación de Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia" tiene en Neruda una aplicación por demás certera.

Ahora bien, si en el poema antes citado la imagen que Neruda tiene de México está resumida en un llegar-conocer-partir, es en otras breves palabras –esta vez en prosa– en donde se expresa directa, visceral y emotivamente su relación con esta tierra:

Yo siento amor carnal por México con los altibajos de la pasión: quemadura y embeleso. Nada de lo que pasa allí me deja frío. Y a menudo me hieren sus dolores, me perturban sus errores, y comparto cada una de sus victorias.

Se aprende a amar a México en su dulzura y en su aspereza, sufriéndolo y cantándolo como yo lo he hecho, desde cerca y desde lejos.

EDMUNDO OLIVARES: estudioso de Neruda, ha escrito numerosos artículos sobre la obra y vida del poeta. En 2000 publicó la primera parte de la biografía del poeta Pablo Neruda: los caminos de Oriente, seguida doce meses después por Pablo Neruda: los caminos del mundo. En 1988 imprime la novela La nube, y al año siguiente el poemario Finis Mundi. En 1992 realizó un vasto documento computacional multimedia Hyper guía nerudiana: una exploración al universo de Pablo Neruda, compuesto por cuarenta unidades temáticas sobre aspectos biográficos y bibliográficos de la trayectoria de Neruda, con un amplio repertorio de información gráfica y documental.

NOTAS DE RAFAEL VARGAS