La Jornada Semanal,   domingo 25 de julio  de 2004        núm. 490
 Viajes, ritos y regresos

Darío Oses

El motivo del viaje viaja por toda la obra de Neruda. Y junto con él viaja el tema del regreso. "El poeta no es una piedra perdida. Tiene dos obligaciones sagradas: partir y regresar", dijo en 1954 al donar sus libros a la Universidad de Chile. De ahí tal vez el nombre de uno de sus libros: Navegaciones y regresos.

En ese mismo discurso, Neruda afirmaba que el poeta no puede ser un desarraigado sino por la fuerza, es decir por la sinrazón del exilio que él mismo hacía poco había sufrido. Pero aun en esas circunstancias hay formas de regresar: "sus raíces deben cruzar el fondo del mar, sus semillas seguir el vuelo del viento, para encarnarse, una vez más, en su tierra".

En 1969, en un artículo sobre la polémica entre Arguedas y Cortázar sobre si el escritor debe vivir en su propia patria o en Europa, Neruda anotaba: " Yo he sostenido siempre que el escritor, en nuestros países abandonados, debe quedarse en ellos, para defenderlos... Por eso tal vez mi vida ha sido un salir y regresar, un partir para volver. Pude quedarme en muchos sitios, pero me quedé aquí."

En el poema "Regreso", de La barcarola, convergen los temas de la navegación y el retorno. El poeta le dice a su amada, Matilde Urrutia: "Amor mío, en el mar navegamos de vuelta a la raza,/ a la herencia, al volcán y al recinto, al idioma dormido/ que se nos salía por la cabellera en las tierras lejanas..."

Los libros de viajes, las crónicas de las grandes expediciones marinas de los siglos xvi al xix, ocupan un lugar destacado en las bibliotecas de Neruda. Lo mismo que los antiguos atlas, las colecciones de mapas. Y sus anclas y mascarones de proa, al quedar fuera del mar, parecen indicar un definitivo regreso, un afincamiento en tierra del navegante.

Enric Miret, en su artículo "Observaciones sobre el tema del viaje en la obra de Pablo Neruda", advierte otro motivo: el de las antípodas. La patria del poeta está en el sur lluvioso y vegetal. Desde allí parte hacia esos otros mundos desconocidos que se hallan en el norte.

Miret cita de las Memorias de Neruda, del capítulo relativo a sus viajes a la pampa salitrera del norte del país, el siguiente párrafo: "Yo procedo del otro extremo de la república. Nací en tierras verdes, de grandes arboledas selváticas. Tuve una infancia de lluvia y nieve. El hecho sólo de enfrentarme a aquel desierto lunar significa un vuelco de mi existencia." Y más adelante: "La tierra desnuda, sin una sola hierba, sin una gota de agua, es un secreto inmenso y huraño. Bajo los bosques, junto a los ríos, todo le habla al ser humano. El desierto, en cambio, es incomunicativo. Yo no entendía su idioma, es decir su silencio."

En la primavera de 1941, cuando era cónsul general en México, Neruda participó en un acto para despedir a dos estudiantes que partían becados a la Escuela Internacional de Temporada de la Universidad de Chile. Ellos eran Luis Echeverría y José López Portillo.

En esa oportunidad Neruda destacó el hecho de que Chile y México se encuentran en las antípodas. Dijo: "Creemos halagarnos mutuamente destacando los parecidos que existen entre nuestros países. Yo, por mi parte, os aseguro no existir dos naciones hermanas tan diferentes como México y Chile. Entre Acapulco azul y Punta Arenas polar, está toda la tierra, con sus climas, sus razas y regiones diferentes..."

Mucho más tarde, en 1958, en el poema "A Howard Fast", que lee en Ciudad de México, en un acto de apoyo a ese novelista que había sido encarcelado, Neruda dice: "Yo no soy de aquí, yo soy de Chile, allá lejos/ están mis camaradas, están mis libros, está mi casa/ frente a las olas gigantes del Pacífico frío..."

Como lo advierte Enric Miret, el viaje puede tener un sentido de aprendizaje, así como de iniciación y de transformación del viajero.

En los viajes a las desérticas tierras del norte, que Neruda realiza como parte de su campaña senatorial, aprendió a conocer el dolor humano que habitaba la pampa salitrera y así para él, el desierto dejó de ser "incomunicativo".

Por otra parte, a través de su inmenso libro Canto general el poeta abarca y comprende toda la tierra americana, el continente que está entre México y Chile, y resuelve de alguna manera la polaridad de las antípodas. En los discursos que pronuncia al recibir el Premio Nobel, en 1971, en Estocolmo, vuelven a aparecer, con singular fuerza estos motivos. En el discurso que dice a nombre de todos los laureados de ese año, está el tema del regreso a los orígenes: " Vuelvo a las calles de mi infancia, al invierno del Sur de América, a los jardines de la Araucanía..."

Luego inicia su discurso de agradecimiento personal advirtiendo que éste sería una larga travesía, "un viaje mío por regiones lejanas y antípodas". Vuelve a referirse entonces al extremo sur de su país: "Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta."

El poeta ha realizado este viaje por el espacio y el tiempo, desde el sur de su infancia hasta el norte del mundo donde recibe el Premio Nobel: su definitiva consagración como poeta universal. Si en los años treinta casi circunnavegó el planeta en el sentido ecuatorial, ahora completa este envolvimiento del mundo, recorriéndolo en el sentido de los meridianos. Estos viajes han sido también de conocimiento, de revelación, exploración y de inventario poético del mundo.

En la primera parte de su discurso, Neruda relata una experiencia capital de su vida. Experiencia que se convertirá en epifanía y descubrimiento del sentido de su poesía, ligada a su pertenencia al género humano y al destino común de éste.

La experiencia es el viaje que hizo a través de la cordillera de los Andes, hacia Argentina, cuando debió salir clandestinamente del país, perseguido por el gobierno de González Videla. Pero el poeta despoja al hecho de su carga histórica. Habla sólo de "acontecimientos olvidados."

Dijo Neruda: "No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata –eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves– adivinando más bien el derrotero de mi propia libertad."

El camino de la libertad es difícil, para transitarlo hay que salvar obstáculos formidables. No está claramente trazado, hay que irlo adivinando a lo largo del viaje en el que la impresionante belleza del paisaje se mezcla con las incertidumbres de la persecución y la solidaridad callada de sus compañeros.

Los viajeros siguen a ratos una huella tenue, "dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno...".

No todos llegan al final del viaje, y el mismo poeta debe afrontar algunas pruebas como el paso de un río, donde está punto de ser arrastrado por la corriente.

Superadas estas pruebas llega a una pradera en medio de las montañas. En el centro hay una calavera de buey, en torno a la cual los viajeros ejecutan una ceremonia y entregan una ofrenda: "Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición sagrada tuvo aún la ceremonia en la que participé..." En este rito cada uno de los arrieros se acercan a la calavera para dejar monedas y alimentos en las cuencas del hueso. "Me uní a ellos en aquellas ofrendas –dice Neruda–, destinadas a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en la órbitas del toro muerto." Después de la ofrenda, los amigos del poeta se despojan de sus sombreros e inician una extraña danza en un solo pie, "repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes".

Se produce entonces la primera revelación: "Comprendí [...] de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo."

La imagen de la huella es clave. La huella lineal, la dejada por los delincuentes y contrabandistas, y la circular, la de los hombres que bailan en torno a la calavera, muestra el paso de unos hombres, paso que después será transitado y redibujado por otros hombres. Es parte de aquella comunicación de desconocido a desconocido.

Sigue el viaje. Cuando están a punto de cruzar la frontera, los viajeros ven brillar una luz en medio de la noche. Entran en unos destartalados galpones y se instalan alrededor del fuego que congrega a otros hombres a los que no conocen. Allí comen y se unen a la canción que todos cantan y que está dirigida "hacia la infinita extensión de la vida".

Antes de echarse a dormir se sumergen en unas aguas termales. Celebran así otro rito, de inmersión, purificación, renovación, renacimiento.

El poeta cruza por fin la frontera. Cuando amanece sale de su patria en tinieblas hacia una nueva luz. No sabe por cuánto tiempo va a estar lejos de su país. Toma el gran camino del mundo, que lo espera. En el exilio se expandirá el conocimiento mundial de su obra. Por esa ruta llegará al Premio Nobel, al alto estrado desde el que en ese mismo momento habla: "Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos por una tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa, lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado aquí con mi poesía y también con mi bandera."

Neruda ha hecho un doble viaje: territorial y de conocimiento del hombre y de comunión con él. Cada prueba, pasaje o rito del camino lo ha llevado a profundizar este sentimiento de pertenencia a la humanidad: "es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza y en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia; de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común."

DARÍO OSSES: escritor y periodista chileno, nacido en 1949. Realizó sus estudios de periodismo en la Universidad de Chile, donde luego estuvo a cargo de la Biblioteca Central y de la edición de los Anales. Ha ejercido la crónica en el diario La Tercera y en las revistas Ercilla y Rocinante. Entre sus obras más destacadas se cuentan: Machos tristes (1992), El viaducto (1994), Las bellas y las bestias (1996) y La música de las esperas (2002), obra con la que obtuvo el Premio del Consejo Nacional del Libro. Actualmente dirige la Biblioteca de la Fundación Neruda.

NOTAS DE RAFAEL VARGAS