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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Viernes 23 de julio de 2004

Pilares de la guerra sucia, apuestan a la desmemoria histórica y se dicen inocentes

Echeverría y Moya Palencia se cobijan en la defensa que les brinda el priísmo

Beneficiario de la espiral burocrática tricolor, su periodo presidencial quedó marcado por más de 500 desapariciones

RENATO DAVALOS

echeverria_06Los apellidos Echeverría Alvarez, Moya Palencia, Gutiérrez Barrios, Sánchez Vargas, Nazar Haro, Cuenca Díaz, Díaz Escobar y Ojeda Paullada, entre otros, acompañaron durante más de tres décadas los gritos de los familiares de desaparecidos durante la guerra sucia: "¿Dónde están nuestros hijos?", que se estrellaron contra los muros de la impunidad.

Con el transcurrir de los años, Luis Echeverría Alvarez ha afirmado en entrevistas -como la asentada en el libro Echeverría en el sexenio de López Portillo-: "Acepto la responsabilidad de no haber llegado a las últimas consecuencias", que se entreverará con promesas incumplidas de investigación, o como aquella alusiva al movimiento estudiantil de 1968 en el libro Echeverría rompe el silencio: "El 68 obedeció a problemas acumulados durante cinco décadas".

A mediados de los cuarenta, Echeverría empezó su carrera política en una espiral que lo llevó a Los Pinos, cuando el general Rodolfo Sánchez Taboada, dirigente priísta, nombró secretario particular. Después pasó a la Dirección de Administración de Marina y a la oficialía mayor de la Secretaría de Educación Pública, hasta enlazarse en el terreno de Gobernación, cuando fue nombrado subsecretario, en tiempos lopezmateístas, y secretario de Gobernación en el diazordacismo.

Echeverría marcó su sexenio presidencial, de 1970 a 1976, con el mayor número de desaparecidos de la guerra sucia -cifras del Comité Eureka refieren unos 500- y por la brutal crisis económica que hizo añicos el milagro estabilizador mexicano y derivó en la primera gran devaluación durante las postrimerías de su administración con una estampida de capitales.

Las argumentaciones que en una y otra entrevista y en libros ha detallado Echeverría Alvarez, acerca de los hechos de 1968 y la matanza del jueves de Corpus en 1971, han dibujado durante años su vinculación y su condición.

Al referirse al octubre de Tlatelolco, ha reiterado que en aquella tarde del otoño de 1968 él estaba con el pintor David Alfaro Siqueiros en su despacho de Bucareli. Y en alusión al jueves de Corpus, ha referido un encuentro en su despacho presidencial sobre el tema hidráulico, que años más tarde completaría Alfonso Martínez Domínguez, chivo expitatorio, junto con Rogelio Flores Curiel, de la masacre ocurrida el 10 de junio de 1971, a manos de los célebres halcones.

El extinto jefe del Departamento del Distrito Federal declaró que en esa reunión Echeverría instruyó al entonces subsecretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, sobre el curso de los hechos: '¿Heridos?', le preguntaba Echeverría, pues '¡llévenlos al Campo Militar!', ordenaba. '¿Muertos?, pues ¡quémenlos!'. Versión que Echeverría Alvarez se encargó de desmentir con el paso del tiempo, a la vez que atribuía la responsabilidad directa de los hechos a Martínez Domínguez.

-Sí se combatió a la guerrilla en mi gobierno -admitió hace poco más de un año en su mansión de San Jerónimo.Y cuando se trata de asumir responsabilidades, ha citado la de Díaz Ordaz cuando éste lo planteó así en su penúltimo informe de gobierno. Pero su responsabilidad sobre los sucesos de 71 ha merecido una alusión:

"Yo asumo la responsabilidad histórica de ponderar hasta dónde había que profundizar conforme a la naturaleza distinta de los hechos. Ni Martínez Domínguez ni Flores Curiel calcularon las consecuencias de esos hechos."

Hoy, a los 82 años, Echeverría confiesa "no estar arrepentido de nada".


Frustrado aspirante a Los Pinos, se niega a declarar

RENATO DAVALOS

moya_palencia_01Partícipe como secretario de Gobernación en el diseño del operativo que culminó aquella tarde del verano de 1971 en la matanza del jueves de Corpus, en la Ribera de San Cosme, cuando los halcones arremetieron contra una manifestación estudiantil, Mario Moya Palencia decidió convertirse en escritor y en un declarante contumaz de su inocencia, al amparo de que -aseguraba- desconocía todo lo ocurrido entonces.

Responsable político nacional en el tiempo de mayor auge de la guerra sucia, ahora ha aparecido arropado en las filas priístas en distintos foros partidistas y mantienen una actitud de renuencia a hacer declaraciones sobre los halcones, el célebre grupo de aproximadamente 500 personas que atacaron con armas de fuego, palos y chacos a los estudiantes y trabajadores que pretendían marchar del Casco de Santo Tomás al Monumento a la Revolución aquel 10 de junio de hace 33 años.

Moya Palencia -un frustrado aspirante a la candidatura presidencial, víctima de los manipuleos que al respecto le hizo su jefe Luis Echeverría, quien finalmente inclinó el dedazo en favor de José López Portillo- llegó a las oficinas de Bucareli en diciembre de 1970, con el diagnóstico de un país fracturado por la matanza de 1968.

Respaldó el discurso tercermundista y populista de Echeverría, y se distinguió por tener, en el organigrama de la dependencia que encabezó durante todo el sexenio, a dos personajes claves de los sótanos y el espionaje político: el extinto Fernando Gutiérrez Barrios, como subsecretario, y el hoy senador Manuel Bartlett Díaz, como director de Gobierno, quien ocuparía luego la misma oficina y también se ha plegado a la encendida defensa jurídica de este caso en las filas priístas, junto con otros de sus correligionarios.

Moya Palencia escaló en la burocracia priísta -antes de su conversión a la diplomacia y la literatura- como abogado que transitó por las oficinas de Ferrocarriles Nacionales, la Secretaría de Patrimonio, Cinematografía, Productora e Importadora de Papel, fue subsecretario de Gobernación en 1969 y secretario, con Echeverría como presidente, en los tiempos de la versatilidad y obediencia en la pirámide tricolor. Terminado el sexenio echeverrista, abrió su etapa diplomática en la Organización de las Naciones Unidas y en Japón.

Cuando compareció ante la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado reclamó su nombre completo: Mario Augusto José Moya y Palencia, y prometió colaborar en el "esclarecimiento" de los hechos, aunque aclaró que "nadie le ordenó nada ese día" (el jueves de Corpus) y que él tampoco "ordenó nada a nadie".

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