Luis Linares Zapata

Reivindicar la política

La moda, casi un lugar común que no requiere demostración ni precisiones para entender su significado, es referirse a la política como actividad en vías de extinción o, al menos, como fracasada experiencia actual. El general Gerardo Clemente Ricardo Vega García, secretario de la Defensa, en su reciente y enigmática entrevista, el fracaso no sólo lo predica como una posibilidad mexicana, sino que la hace extensiva al mundo entero (El Universal, lunes 18 de julio). Pide a continuación un esfuerzo de perdón, olvido y unidad para que el país "no se nos vaya de las manos". Además, detalla la intención que tuvo al pronunciar sus anteriores y, al parecer, improvisadas palabras. Por lo sabido ahora de su propia iniciativa, casi todos lo interpretaron de manera errónea o, peor, con un enfoque por demás estrecho. El militar no tenía en mente solicitar el perdón colectivo hacia encumbrados personajes públicos, civiles y militares que participaron en la llamada guerra sucia o en las represiones de los años 68 y 71. No, él pensó, asegura, en términos mucho más vastos.

Pero la aseveración del general no es compartida por muchos ni tampoco deja de hacer referencia a contenidos que apuntan hacia posiciones conservadoras muy en boga estos días. En concreto, la aseveración contraria pudiera encajar mejor con la realidad actual. Es decir, la vigencia de la política para asegurar la continuidad de las mismas instituciones que la sociedad ha creado, no sólo en México, sino en muchas de las partes del mundo a las que se refiere el general. Los conflictos que se viven son, por lo común, inherentes a la etapa del desarrollo por la que atraviesa la sociedad, a las luchas por el poder o a los desajustes que, de tanto en tanto, se sufren. Pero ellos, de darse, no niegan, a pesar de sus violencias o desviaciones diversas, que la política y sus practicantes le sean funcionales al sistema de convivencia establecido.

Las derivaciones de la reciente y masiva marcha silenciosa testimonian, en réplica a los participantes y los que, sin asistir, también sostienen la incapacidad del gobierno para dar a los ciudadanos un mínimo de seguridad, otras razones válidas, críticas, certeras y abarcadoras, para que se pueda dar vigencia al estado de derecho. Poco o nada alegan esos ciudadanos, según difunden en los argumentos esgrimidos, acerca de las causas eficientes que dan origen al crimen como mal endémico y hasta generalizado. Este crimen es una consecuencia mejor atribuida a otros factores adicionales que a la ineficiencia, la corrupción de policías, cortedades administrativas o la irresponsabilidad de los políticos. Los profundos desequilibrios económicos y sociales que definen a la sociedad mexicana son una causal activa de la descomposición familiar, de los voraces apañes de las elites del país y el achique consecuente de los horizontes individuales o de grupo para vastas capas de la población. Y aun así no puede concluirse en el fracaso de la política, sino a una inmadura, defectuosa, interacción de los componentes de la nación. Un proceso que va en continuo mejoramiento, pero que no evita quiebres y crisis y hasta retrocesos, es verdad, pero que siempre apunta a una entrevista convivencia armónica. Realidad sobreseída con una frecuencia inaudita que no repara en culpas, olvidos forzados y omisiones conscientes de muchos ciudadanos. Meditar sobre esto conlleva un examen crítico que pocos se atreven a llevar a cabo. Exige, entre otros factores, poner sobre la balanza del análisis las propias contribuciones para agravar o para aliviar ese estado de cosas.

Pero si se pretende llegar a dar mayor contenido a las frases del secretario Vega hay que precisar, aunque sea de manera esquemática, lo que se entiende por política: la actividad dedicada a mediar entre conflictos de interés o para conseguir y mantener el poder y orientar los trabajos de la sociedad en su propio beneficio. Por tanto, es difícil coincidir en que ésta ha fracasado. Casi todos los conflictos actuales están canalizados dentro de las instituciones de la República. Los que se salen de los cauces de la ley son bastante pocos y para nada ponen en riesgo al país, menos aún que pudiera entrar en un proceso disolvente. Es posible que la ausencia de acuerdos constructivos, ya sea por los desencuentros partidarios, por los diferendos en los congresos y los varios poderes ejecutivos, lleven a pensar que se detiene la marcha regular de la vida en común. Pero sería arriesgado afirmar que se ha fracasado si se tiene en mente la multiplicidad y las distintas calidades y cualidades del quehacer público y las alternativas, buenas o regulares, que a diario se van imaginando. Qué tanto se hace o desaprovecha en el trasiego político de los sindicatos, de las agrupaciones de barrio, en los clubes y asociaciones de profesionales, de empresarios o de campesinos organizados para defender sus intereses de gremio, es una evaluación de gran alcance que se aparta de una visión reduccionista con ribetes negativos y conservadores que, al final, siempre exige soluciones de fuerza, castigos crecientes, más cárceles (hasta llegar a encerrar a 2 por ciento de la población como en Estados Unidos), hombres o mujeres providenciales o cercos protectores para los mejor situados.