La Jornada Semanal,   domingo 18 de julio  de 2004        núm. 489
 Juan Domingo Argüelles

El siglo de Pablo Neruda

Iniciemos estas líneas con una declaración previsible pero también justificable y necesaria: No hay poeta en lengua española más popular y más querido que el chileno Pablo Neruda (1904-1973), de quien en 2004 estamos celebrando su centenario natal (12 de julio de 1904) y de quien apenas el año pasado (el 23 de septiembre) se cumplió el 30 aniversario de su fallecimiento. A estas efemérides, el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada llega pleno de sus poderes poéticos ante los muchísimos lectores que han hecho suya su palabra y que aún la encuentran no sólo viva sino también sincera y potente, para decirlo con las famosas palabras de Rubén Darío.

Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1971, Pablo Neruda es autor de una vasta y original obra lírica que se compone de los siguientes libros: Crepusculario (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Tentativa del hombre infinito (1926), Anillos (1926), El habitante y su esperanza (1926), El hondero entusiasta (1933), Residencia en la tierra (1933-1935), Tercera residencia (1947), Canto general (1950), Los versos del capitán (1952), Las uvas y el viento (1954), Odas elementales (1954), Viajes (1955), Nuevas odas elementales (1956), Tercer libro de las odas (1957), Estravagario (1958), Navegaciones y regresos (1959), Cien sonetos de amor (1959), Canción de gesta (1960), Las piedras de Chile (1961), Cantos ceremoniales (1961), Plenos poderes (1962), Memorial de Isla Negra (1964), Arte de pájaros (1966), Una casa en la arena (1966), La barcarola (1967), Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta (1967), Las manos del día (1968), Comiendo en Hungría (1968), Aún (1969), Fin de mundo (1969), La espada encendida (1970), Las piedras del cielo (1970), Geografía infructuosa (1972), Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena (1973), La rosa separada (1973) y los títulos póstumos El mar y las campanas (1973) y Jardín de invierno, El corazón amarillo, Defectos escogidos, 2000, Elegía y Libro de las preguntas, todos ellos publicados en 1974 al igual que sus extraordinarias memorias Confieso que he vivido, que es también, en prosa, uno de los momentos más espléndidos de la lírica nerudiana y, más ampliamente, de la literatura memorialista en lengua española.

En 1977, Matilde Urrutia, la viuda del poeta, y Miguel Otero Silva dieron a conocer el libro Para nacer he nacido, compuesto de textos en prosa sobre poesía y testimonio de vida. Tres años después aparecería El río invisible, poesía y prosa inéditas de adolescencia y juventud, reunidas por Matilde Urrutia y Jorge Edwards. En 1982, la obra de Neruda todavía dio para otro título: El fin del viaje, poesía y prosa que el autor no incorporó a ninguno de sus libros conocidos.

Acerca de la vigencia de la poesía de Pablo Neruda en el afecto y emoción de los lectores, es sin duda ilustrativo el siguiente hecho: en 2001, para celebrar el tercer aniversario de la colección Poesía de Plaza y Janés, conjuntamente con la revista española Qué Leer, los editores de dicha colección convocaron a los lectores a que votasen por un poema preferido a fin de reunir en un libro los 50 poemas del milenio, todos ellos escritos en lengua española o en cualquier otra lengua del estado español. Entre autores como San Juan de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Quevedo, Lope de Vega, Espronceda, Bécquer, Darío, Machado, García Lorca, Miguel Hernández, César Vallejo, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Borges y muchos más, Neruda encabezó la lista con el "Poema 20" de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y su "Poema 15", del mismo libro, quedó ubicado en el tercer sitio: primero y tercero, entre los cincuenta poemas predilectos de los lectores.

Según sean los lectores, serán las preferencias, pero en una antología de los poemas memorables de Neruda, son muchísimos los que se añadirían al "20" y al "15", y entre ellos habrá algunos en los que, probablemente, coincidamos todos sus lectores; me refiero a "Farewell", de Crespusculario; "Amiga, no te mueras...", de El hondero entusiasta; "Galope muerto", "Caballo de los sueños", "Lamento lento", "Arte poética", "Sonata y destrucciones", "Tango del viudo", "Walking around", "Oda con un lamento", "Materia nupcial", "Agua sexual", "Entrada a la madera", "Estatuto del vino", "Oda a Federico García Lorca", "Alberto Rojas Giménez viene volando", "El desenterrado" y "No hay olvido", de Residencia en la tierra; "Explico algunas cosas" y "Vals", de Tercera residencia; "Amor América", "Alturas de Macchu Picchu" y "Que despierte el leñador", de Canto general; "La reina" y "El inconstante", de Los versos del capitán; "Palabras a Europa", "La pasajera de Capri" y "El canto repartido", de Las uvas y el viento; una buena cantidad de las Odas elementales; "Pido silencio", "La desdichada", "Sobre mi mala educación" y "Dónde estará la Guillermina?", de Estravagario; una decena, al menos, de los Cien sonetos de amor; "Lautréamont reconquistado", de Cantos ceremoniales; "A la tristeza", de Plenos poderes; "La poesía", "El niño perdido", "Rangoon 1927", "Exilio", "Serenata de México", "Para la envidia" y "La tristeza", de Memorial de Isla Negra; "El vuelo" y "El pájaro yo", de Arte de pájaros; "Sonata" y "Primavera en Chile", de La barcarola; "El vino" y "Ya no sé nada", de Las manos del día; "Resurrecciones", de Fin de mundo; "Soliloquio inconcluso", de Geografía infructuosa; "Parodia del guerrero", de Defectos escogidos; "Los invitados", de 2000; "Filosofía", de El corazón amarillo, y algunos momentos de La rosa separada y Libro de las preguntas.

Si este mismo ejercicio se hiciese no ya con poemas sino con versos, es claro que muchos versos de Neruda estarán siempre en la memoria poética de los lectores; desde los más populares y emotivos, hasta los más complejos y ricos en su carga metafórica, menos populares, pero igualmente extraordinarios. En su Antología del verso único, Marco Antonio Campos recoge el "Madre de piedra, espuma de los cóndores", de "Alturas de Macchu Picchu", uno de los poemas más extraordinarios de la lengua española, pleno de versos sorprendentes e inolvidables que van desde el "Águila sideral, viña de bruma" hasta "Tronos volcados por la enredadera", pasando por "Caballo de la luna, luz de piedra" y "Vendaval sostenido en la vertiente".

Alberti sentía predilección por el verso inicial del poema "Galope muerto": "Como cenizas, como mares poblándose", y dentro de esta amplitud y diversidad líricas, los lectores no podrían dejar de recordar y decir versos como "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", "Me gustas cuando callas porque estás como ausente", "Te recuerdo como eras en el último otoño", "Óyeme estas palabras que me salen ardiendo", "Si solamente me tocaras el corazón", "Sucede que me canso de ser hombre", "Del aire al aire, como una red vacía", "Mi corazón se desató en el viento", etcétera.

Pocos poetas como Neruda con la riqueza de idioma y con la capacidad para expresar y transmitir emociones. Muy pocos lo igualan en ritmo y ninguno en su caudalosa presencia dentro de la poesía hispanoamericana. Sus poemas amorosos por excelencia (que no se arredran ante el peligro de la cursilería) acompañan siempre a los lectores de poesía que no pueden pasar las páginas de sus libros sin hacer suyos instantes de emoción como el siguiente: "No te quiero sino porque te quiero/ y de quererte a no quererte llego/ y de esperarte cuando no te espero/ pasa mi corazón del frío al fuego./ Te quiero sólo porque a ti te quiero,/ te odio sin fin, y odiándote te ruego,/ y la medida de mi amor viajero/ es no verte y amarte como un ciego."

"Quien huye del mal gusto cae en el hielo." Así lo dijo Neruda al proponer un lenguaje poético esencialmente comunicativo y una poesía impura, a contracorriente de quienes "se han dispuesto a oscurecer la luz, a convertir el pan en carbón, la palabra en tornillo". En esto, Neruda coincidía con Antonio Machado, quien en la voz sentenciosa de Juan de Mairena recomendaba: "Sed hombres de mal gusto. Yo os aconsejo el mal gusto, para combatir los excesos de la moda. Porque siempre es de mal gusto lo que no se lleva en una época determinada. Y en ello encontraréis a veces lo que debería llevarse."

Al cumplirse este 12 de julio el centenario natal de Neruda, hay que recordarlo como lo que siempre fue: un poeta en permanente contacto con sus lectores, pues si alguien ha tenido, tiene y tendrá lectores (aun en los tiempos en que la poesía se reduce al cenáculo), ése ha sido, es y será el gran poeta chileno que en alguna de sus alocuciones explicó:

Si aprendí una poética, si estudié una retórica, mis textos fueron las soledades montañosas, el acre aroma de los rastrojos, la pululante vida de los cárabos dorados bajo los troncos derribados en la selva, la espesura en donde cuelga la cápsula de jade de los frutos del copihue, el golpe del hacha en los raulíes, las goteras que cayeron sobre mi pobre infancia, el amor lleno de luna, de lágrimas y jazmines de la adolescencia estrellada.
En sus propias palabras, Neruda concibió siempre la poesía como una insurrección, más allá de las teorías que, de manera terminante, se negó a masticar. Para él, la poesía siempre estuvo ligada al hecho social y al oficio de vivir, pero increíblemente esto que casi siempre resulta una limitación para muchos, fue para él una de sus mayores potencias. Pocos poetas como él con tal riqueza de lenguaje y con tan profunda capacidad para expresar y transmitir sentimientos.

Por lo demás, Neruda fue poeta en todo cuanto escribió: no sólo en sus versos y en sus poemas en prosa, sino también en su epistolario y en su hermoso libro de memorias Confieso que he vivido. La poesía es, en Neruda, la única palabra posible para nombrar las cosas y fundar el universo, pero no desde las alturas deíficas sino desde el más terrenal de los oficios.

Por todo ello, no fue extraño que en el discurso que escribió para agradecer el Premio Nobel de Literatura, en 1971, haya dicho, en clara réplica a su compatriota Vicente Huidobro: "El poeta no es un ‘pequeño dios’. No, no es un ‘pequeño dios’. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios... El mejor poeta es el que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios."

Pablo Neruda toca las fibras más hondas del sentimiento humano, y de su vasta obra poética se desprenden, indiscutiblemente, algunos de los poemas y varios de los versos más memorables de la poesía universal de cualquier época. Su popularidad es directamente proporcional a la capacidad de conmover que tienen sus libros.

Tiene razón Harold Bloom cuando, en El canon occidental, afirma concluyente que "ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo (es decir del xx, pues el libro de Bloom fue publicado en 1994) admite comparación con él". Y esto resulta más meritorio escrito por un crítico que no simpatiza en lo político con Neruda, pues también advierte lo siguiente, casi para acotar su entusiasmo admirativo: "Su desdichado estalinismo es a menudo una excrecencia, una especie de verruga en la textura de sus poemas, aunque sólo en un par de ocasiones echa a perder su Canto general."

Políticamente, entre Borges y Neruda, Bloom está más cerca del argentino que del chileno, pero ello no lo conduce a la polarización dogmática. En su catálogo del canon, para América Latina, el crítico estadunidense incluye al menos cuatro libros de Neruda: Canto general, Residencia en la tierra, Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Plenos poderes, además de recomendar, junto a éstos, una Antología poética nerudiana, ante la imposibilidad de incluir en un canon muchos más títulos del gran poeta chileno (por ejemplo, Tercera residencia, Las uvas y el viento, Odas elementales, Cien sonetos de amor y Cantos ceremoniales, entre otros).

Neruda, lo ha dicho con mucho tino su compatriota Jorge Edwards, "inventó un lenguaje y escribió algunos de los mejores poemas de este siglo". Sus versos, añadiría, "conservan siempre su magia secreta, contagiosa y peligrosa". Por ello, un lector de Neruda no puede permanecer inalterable frente a su obra: ni quienes lo admiran ciegamente, ni quienes lo combaten porque en el fondo lo encuentran imponente (y por ello mismo lo combaten), a tal grado que, si se descuidan, acaban admirándolo ciegamente.

En este punto habría que decir que la polémica que generó constantemente Pablo Neruda tuvo que ver con su actitud política de izquierda y con su infortunada filiación estalinista. Sin embargo, este último pecado suele exagerarse para descalificar al poeta de manera absoluta, a veces incluso sin tomar en cuenta que, desde la década del sesenta, y en particular desde Memorial de Isla Negra, el poeta chileno llevó a cabo una sonata crítica sobre ese "tiempo parecido al agua cruel/ de la ciénaga, al abierto pozo/ de noche que se traga un niño:/ y no se sabe y no se escucha el grito./ Y siguen en su sitio las estrellas". Además, en el poema 23 de su Elegía póstuma escribiría: "Luego, adentro de Stalin,/ entraron a vivir Dios y el Demonio,/ se instalaron en su alma./ Aquel sagaz, tranquilo georgiano,/ conocedor del vino y muchas cosas,/ aquel capitán claro de su pueblo/ aceptó la mudanza:/ llegó Dios con un oscuro espejo/ y él retocó su imagen cada día/ hasta que aquel cristal se adelgazó/ y se llenaron de miedo sus ojos./ Luego llegó el Demonio y una soga/ le dio, látigo y cuerda./ La tierra se llenó con sus castigos,/ cada jardín tenía un ahorcado."

En algún momento de su obra, Neruda está muy cerca de la declaración poética de, por ejemplo, el Gabriel Celaya de "La poesía es un arma cargada de futuro", y sobre todo de la más famosa estrofa de este poeta español: "Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural, por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse."

Pero al ser un poeta infinitamente más rico en recursos y con mayor talento que Celaya, Neruda tocó todos los temas y practicó todas las posibilidades del poema (amoroso, mitológico, dramático, histórico, heroico, cívico, político, etcétera), incluido el panfleto en libros como Canción de gesta e Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Y, anticipándose a los reproches que él sabía que iba a recibir, escribió: "Ha probado la Historia la capacidad demoledora de la Poesía, y a ella me acojo sin más ni más."

Si en su discurso de recepción del Premio Nobel explicó que cada uno de sus versos "quiso instalarse como un objeto palpable" y cada uno de sus poemas "pretendió ser un instrumento útil de trabajo", al reivindicar el propósito de su poesía panfletaria, sentenció: "Conservo como un mecánico experimento mis oficios experimentales: debo ser de cuando en cuando un bardo de utilidad pública, es decir, hacer de palanquero, de rabadán, de alarife, de labrador, de gástifer o de simple cachafás de regimientos, capaz de trenzarse a puñete limpio o de echar fuego hasta por las orejas. Y que los exquisitos estéticos, que los hay todavía, se lleven una indigestión: estos alimentos son explosivos y vinagres para el consumo de algunos. Y buenos tal vez para la salud popular."

Aun en sus poemas políticos más declarativos y menos metafísicos, Neruda es un extraordinario dominador del idioma lírico y de los más variados recursos de la poesía.

En sus Memorias, el poeta chileno advierte: "Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta." En consecuencia, cree más bien haber vivido la vida de los otros, más que la vida de sí mismo. Esta fe ecuménica de la poesía como un oficio que se comparte incluso con los que no suelen leer poesía es lo que llevó a Neruda a la convicción de que el único modo de que la poesía no cante en vano es que consiga ser una permanente insurrección. Para el autor de Las uvas y el viento, "en la casa de la poesía no permanece nada sino lo que fue escrito con sangre para ser escuchado por la sangre", y pugna siempre por una poesía sin pureza: "una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos".

En la fe poética de Neruda, "hay que perderse entre los que no conocemos para que de pronto recojan lo nuestro de la calle, de la arena, de las hojas caídas mil años en el mismo bosque... y tomen tiernamente ese objeto que hicimos nosotros... Sólo entonces seremos verdaderamente poetas... En ese objeto vivirá la poesía..."

En el elogio lírico que Alberti escribió para su amigo quedan cifradas muchas de las virtudes nerudianas que hoy celebramos al festejar el siglo de Neruda: "En el mar, en la tierra,/ en los pueblos perdidos,/ en las grandes ciudades,/ en las naciones,/ siempre tu nombre, tú,/ tu estrella inextinguible,/ tu fulgurante ejemplo./ Es dulce y es alegre y amargo hasta las lágrimas/ encontrarte,/ saber que tu presencia es más fuerte que todo,/ que habla por ti tu verso,/ su ondear infinito,/ prendiendo el corazón,/ arrebatándolo/ a altas cimas de paz/ o sacudiéndolo hasta dura coraza indeclinable".