El siglo de Pablo Neruda
Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1971, Pablo Neruda es autor de una vasta y original obra lírica que se compone de los siguientes libros: Crepusculario (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Tentativa del hombre infinito (1926), Anillos (1926), El habitante y su esperanza (1926), El hondero entusiasta (1933), Residencia en la tierra (1933-1935), Tercera residencia (1947), Canto general (1950), Los versos del capitán (1952), Las uvas y el viento (1954), Odas elementales (1954), Viajes (1955), Nuevas odas elementales (1956), Tercer libro de las odas (1957), Estravagario (1958), Navegaciones y regresos (1959), Cien sonetos de amor (1959), Canción de gesta (1960), Las piedras de Chile (1961), Cantos ceremoniales (1961), Plenos poderes (1962), Memorial de Isla Negra (1964), Arte de pájaros (1966), Una casa en la arena (1966), La barcarola (1967), Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta (1967), Las manos del día (1968), Comiendo en Hungría (1968), Aún (1969), Fin de mundo (1969), La espada encendida (1970), Las piedras del cielo (1970), Geografía infructuosa (1972), Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena (1973), La rosa separada (1973) y los títulos póstumos El mar y las campanas (1973) y Jardín de invierno, El corazón amarillo, Defectos escogidos, 2000, Elegía y Libro de las preguntas, todos ellos publicados en 1974 al igual que sus extraordinarias memorias Confieso que he vivido, que es también, en prosa, uno de los momentos más espléndidos de la lírica nerudiana y, más ampliamente, de la literatura memorialista en lengua española. En 1977, Matilde Urrutia, la viuda del poeta, y Miguel Otero Silva dieron a conocer el libro Para nacer he nacido, compuesto de textos en prosa sobre poesía y testimonio de vida. Tres años después aparecería El río invisible, poesía y prosa inéditas de adolescencia y juventud, reunidas por Matilde Urrutia y Jorge Edwards. En 1982, la obra de Neruda todavía dio para otro título: El fin del viaje, poesía y prosa que el autor no incorporó a ninguno de sus libros conocidos.
Según sean los lectores, serán las preferencias, pero en una antología de los poemas memorables de Neruda, son muchísimos los que se añadirían al "20" y al "15", y entre ellos habrá algunos en los que, probablemente, coincidamos todos sus lectores; me refiero a "Farewell", de Crespusculario; "Amiga, no te mueras...", de El hondero entusiasta; "Galope muerto", "Caballo de los sueños", "Lamento lento", "Arte poética", "Sonata y destrucciones", "Tango del viudo", "Walking around", "Oda con un lamento", "Materia nupcial", "Agua sexual", "Entrada a la madera", "Estatuto del vino", "Oda a Federico García Lorca", "Alberto Rojas Giménez viene volando", "El desenterrado" y "No hay olvido", de Residencia en la tierra; "Explico algunas cosas" y "Vals", de Tercera residencia; "Amor América", "Alturas de Macchu Picchu" y "Que despierte el leñador", de Canto general; "La reina" y "El inconstante", de Los versos del capitán; "Palabras a Europa", "La pasajera de Capri" y "El canto repartido", de Las uvas y el viento; una buena cantidad de las Odas elementales; "Pido silencio", "La desdichada", "Sobre mi mala educación" y "Dónde estará la Guillermina?", de Estravagario; una decena, al menos, de los Cien sonetos de amor; "Lautréamont reconquistado", de Cantos ceremoniales; "A la tristeza", de Plenos poderes; "La poesía", "El niño perdido", "Rangoon 1927", "Exilio", "Serenata de México", "Para la envidia" y "La tristeza", de Memorial de Isla Negra; "El vuelo" y "El pájaro yo", de Arte de pájaros; "Sonata" y "Primavera en Chile", de La barcarola; "El vino" y "Ya no sé nada", de Las manos del día; "Resurrecciones", de Fin de mundo; "Soliloquio inconcluso", de Geografía infructuosa; "Parodia del guerrero", de Defectos escogidos; "Los invitados", de 2000; "Filosofía", de El corazón amarillo, y algunos momentos de La rosa separada y Libro de las preguntas. Si este mismo ejercicio se hiciese no ya con poemas sino con versos, es claro que muchos versos de Neruda estarán siempre en la memoria poética de los lectores; desde los más populares y emotivos, hasta los más complejos y ricos en su carga metafórica, menos populares, pero igualmente extraordinarios. En su Antología del verso único, Marco Antonio Campos recoge el "Madre de piedra, espuma de los cóndores", de "Alturas de Macchu Picchu", uno de los poemas más extraordinarios de la lengua española, pleno de versos sorprendentes e inolvidables que van desde el "Águila sideral, viña de bruma" hasta "Tronos volcados por la enredadera", pasando por "Caballo de la luna, luz de piedra" y "Vendaval sostenido en la vertiente". Alberti sentía predilección por el verso inicial del poema "Galope muerto": "Como cenizas, como mares poblándose", y dentro de esta amplitud y diversidad líricas, los lectores no podrían dejar de recordar y decir versos como "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", "Me gustas cuando callas porque estás como ausente", "Te recuerdo como eras en el último otoño", "Óyeme estas palabras que me salen ardiendo", "Si solamente me tocaras el corazón", "Sucede que me canso de ser hombre", "Del aire al aire, como una red vacía", "Mi corazón se desató en el viento", etcétera.
"Quien huye del mal gusto cae en el hielo." Así lo dijo Neruda al proponer un lenguaje poético esencialmente comunicativo y una poesía impura, a contracorriente de quienes "se han dispuesto a oscurecer la luz, a convertir el pan en carbón, la palabra en tornillo". En esto, Neruda coincidía con Antonio Machado, quien en la voz sentenciosa de Juan de Mairena recomendaba: "Sed hombres de mal gusto. Yo os aconsejo el mal gusto, para combatir los excesos de la moda. Porque siempre es de mal gusto lo que no se lleva en una época determinada. Y en ello encontraréis a veces lo que debería llevarse." Al cumplirse este 12 de julio el centenario natal de Neruda, hay que recordarlo como lo que siempre fue: un poeta en permanente contacto con sus lectores, pues si alguien ha tenido, tiene y tendrá lectores (aun en los tiempos en que la poesía se reduce al cenáculo), ése ha sido, es y será el gran poeta chileno que en alguna de sus alocuciones explicó: Si aprendí una poética, si estudié una retórica, mis textos fueron las soledades montañosas, el acre aroma de los rastrojos, la pululante vida de los cárabos dorados bajo los troncos derribados en la selva, la espesura en donde cuelga la cápsula de jade de los frutos del copihue, el golpe del hacha en los raulíes, las goteras que cayeron sobre mi pobre infancia, el amor lleno de luna, de lágrimas y jazmines de la adolescencia estrellada.En sus propias palabras, Neruda concibió siempre la poesía como una insurrección, más allá de las teorías que, de manera terminante, se negó a masticar. Para él, la poesía siempre estuvo ligada al hecho social y al oficio de vivir, pero increíblemente esto que casi siempre resulta una limitación para muchos, fue para él una de sus mayores potencias. Pocos poetas como él con tal riqueza de lenguaje y con tan profunda capacidad para expresar y transmitir sentimientos.
Por todo ello, no fue extraño que en el discurso que escribió para agradecer el Premio Nobel de Literatura, en 1971, haya dicho, en clara réplica a su compatriota Vicente Huidobro: "El poeta no es un pequeño dios. No, no es un pequeño dios. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios... El mejor poeta es el que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios." Pablo Neruda toca las fibras más hondas del sentimiento humano, y de su vasta obra poética se desprenden, indiscutiblemente, algunos de los poemas y varios de los versos más memorables de la poesía universal de cualquier época. Su popularidad es directamente proporcional a la capacidad de conmover que tienen sus libros. Tiene razón Harold Bloom cuando, en El canon occidental, afirma concluyente que "ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo (es decir del xx, pues el libro de Bloom fue publicado en 1994) admite comparación con él". Y esto resulta más meritorio escrito por un crítico que no simpatiza en lo político con Neruda, pues también advierte lo siguiente, casi para acotar su entusiasmo admirativo: "Su desdichado estalinismo es a menudo una excrecencia, una especie de verruga en la textura de sus poemas, aunque sólo en un par de ocasiones echa a perder su Canto general."
Neruda, lo ha dicho con mucho tino su compatriota Jorge Edwards, "inventó un lenguaje y escribió algunos de los mejores poemas de este siglo". Sus versos, añadiría, "conservan siempre su magia secreta, contagiosa y peligrosa". Por ello, un lector de Neruda no puede permanecer inalterable frente a su obra: ni quienes lo admiran ciegamente, ni quienes lo combaten porque en el fondo lo encuentran imponente (y por ello mismo lo combaten), a tal grado que, si se descuidan, acaban admirándolo ciegamente.
En algún momento de su obra, Neruda está muy cerca de la declaración poética de, por ejemplo, el Gabriel Celaya de "La poesía es un arma cargada de futuro", y sobre todo de la más famosa estrofa de este poeta español: "Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural, por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse." Pero al ser un poeta infinitamente más rico en recursos y con mayor talento que Celaya, Neruda tocó todos los temas y practicó todas las posibilidades del poema (amoroso, mitológico, dramático, histórico, heroico, cívico, político, etcétera), incluido el panfleto en libros como Canción de gesta e Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Y, anticipándose a los reproches que él sabía que iba a recibir, escribió: "Ha probado la Historia la capacidad demoledora de la Poesía, y a ella me acojo sin más ni más." Si en su discurso de recepción del Premio Nobel explicó que cada uno de sus versos "quiso instalarse como un objeto palpable" y cada uno de sus poemas "pretendió ser un instrumento útil de trabajo", al reivindicar el propósito de su poesía panfletaria, sentenció: "Conservo como un mecánico experimento mis oficios experimentales: debo ser de cuando en cuando un bardo de utilidad pública, es decir, hacer de palanquero, de rabadán, de alarife, de labrador, de gástifer o de simple cachafás de regimientos, capaz de trenzarse a puñete limpio o de echar fuego hasta por las orejas. Y que los exquisitos estéticos, que los hay todavía, se lleven una indigestión: estos alimentos son explosivos y vinagres para el consumo de algunos. Y buenos tal vez para la salud popular." Aun en sus poemas políticos más declarativos y menos metafísicos, Neruda es un extraordinario dominador del idioma lírico y de los más variados recursos de la poesía.
En la fe poética de Neruda, "hay que perderse entre los que no conocemos para que de pronto recojan lo nuestro de la calle, de la arena, de las hojas caídas mil años en el mismo bosque... y tomen tiernamente ese objeto que hicimos nosotros... Sólo entonces seremos verdaderamente poetas... En ese objeto vivirá la poesía..." En el elogio lírico que Alberti
escribió para su amigo quedan cifradas muchas de las virtudes nerudianas
que hoy celebramos al festejar el siglo de Neruda: "En el mar, en la tierra,/
en los pueblos perdidos,/ en las grandes ciudades,/ en las naciones,/ siempre
tu nombre, tú,/ tu estrella inextinguible,/ tu fulgurante ejemplo./
Es dulce y es alegre y amargo hasta las lágrimas/ encontrarte,/
saber que tu presencia es más fuerte que todo,/ que habla por ti
tu verso,/ su ondear infinito,/ prendiendo el corazón,/ arrebatándolo/
a altas cimas de paz/ o sacudiéndolo hasta dura coraza indeclinable".
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