Jornada Semanal,  domingo 11 de julio de 2004         núm. 488

JAVIER SICILIA

FRANCISCO DE ASÍS
Y EL MISTERIO
DE LA ENCARNACIÓN

Nadie, se ha dicho siempre, más semejante a Cristo que Francisco de Asís. La afirmación hunde sus raíces en lo que fue el meollo de su espiritualidad: un profundo esmero por vivir la Encarnación. Francisco supo y experimentó como pocos ese misterio fundamental que la tradición ha designado con el nombre de kenosis –el vaciamiento de Dios, su renuncia a su omnipotencia divina para hacerse carne de hombre– en su amor por la pobreza, "la hermana pobreza", a la que sirvió con inusitada devoción. Sabía, como lo revela la paradoja de la Encarnación, que sólo el que no retiene nada para sí se hace presente en toda criatura. Su pobreza –la hermana satanizada de nuestras sociedades económicas– era su riqueza, la llave del Reino.

En su espíritu de pobreza y de dulzura hacia todas las criaturas, Francisco, rememorando el misterio de la Ensarcosis en la Palestina del siglo i, nacía a Dios, al mundo y a sí mismo.

La forma más explícita de esa realidad que lo trabajaba la expresó en la Navidad que celebró tres años antes de su muerte con la gente de la montaña. Esa noche, nos dice Celano, su primer biógrafo, Francisco se hizo "niño con el Niño".

Era el final de 1223. Francisco llegaba a la aldea de Greccio, en las montañas que dominan el valle de Rieti, en el centro de Italia. Repentinamente, en medio del invierno, en vísperas de Navidad, se le ocurre hacer plástica la experiencia que no había dejado de trabajarlo desde que renunció a todo y se internó en los bosques de la Umbría: "Deseo hacer memoria –constata Celano que dijo Francisco– del divino niño que nació en Belén y de las incomodidades que sufrió al ser reclinado en un pesebre y puesto en húmeda paja junto a un buey y un asno; quisiera hacerme cargo de ello de una manera palpable y como si lo presenciara con mis ojos."

Había nacido el primer belén viviente y, con él, la tradición de los Nacimientos que cada Navidad los católicos ponen bajo un pino.

Con ese gesto, Francisco no quería rememorar la Navidad para generar una representación emotiva. Pensarlo así es pensar con las categorías de la desencarnación moderna. Como buen medieval, para quien la mirada es "psicopódica" –es decir, un miembro eréctil de la mente, que al tocar los objetos extrae, de sus formas que irradian, universales o species, realidades trascendentes–, aquel gesto tenía como objeto develar el sentido de la Encarnación, hacer presente en la carne la humildad y la ternura de Dios. A través de esa presencia de la Ensarcosis, Francisco decía no sólo que todo cuanto existe, todo cuanto vive, había sido querido para aquel instante único en la historia, pero siempre presente en su acontecer, es decir, para aquella comunión en la vida del Niño-Dios, sino también que no había que buscar la vida divina fuera de la fragilidad y de los límites de la vida humana, fuera de la creación material.

No sólo para el mundo que le tocó vivir, rodeado de mercaderes que comenzaban a desincrustar la economía del entramado de la vida común para hacerla el valor absoluto, de clérigos ávidos de honores y poder, y de exaltación de la violencia en las Cruzadas y en las guerras santas, sino para el nuestro, en el que estas desmesuras, y otras traídas por la tecnología y la era de los sistemas, han adquirido formas demenciales, Francisco rehizo la Navidad aquel 1223. A través de ese Nacimiento, que los católicos rememoramos con los nuestros cada fin de año, el Poverello volvía a hacer patente el sentido de la Ensarcosis: hacer visible lo invisible y confirmar que la unidad de la creación es una epifanía de luz que dice, contra todos los poderes y las desmesuras del mundo, que "no es posible acoger la vida divina sin respetar toda vida: la vida humana y las formas de vida más humildes. [Que] no [es] posible comulgar en la vida divina sin fraternizar con toda vida, con toda criatura, con toda la Creación" (Eloi Leclerc); que no es posible un mundo encarnado sin la renuncia de los hombres a cualquier poder, a la manipulación de la vida, y sin la aceptación alegre de la pequeñez de nuestros límites que se abre gozosa al acogimiento de todo y a la alegría de la esperanza.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.
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