La Jornada Semanal,   domingo 11 de julio  de 2004        núm. 488
 José de Jesús Sampedro

Anclao 
en
Zacatecas

 
Foto: Omar Meneses/archivo de La Jornada
El día primero de mayo de 1974 (es decir, ya ahora exactamente hace más de treinta años) Juan Domingo Perón calificó de "imberbes" y de "estúpidos" a los montoneros y generó una profunda crisis en cuanto a la táctica y a la estrategia dentro del movimiento de masas último de la Argentina de los setenta. El día primero de junio de 1974 (es decir, ya ahora exactamente hace más de treinta años) Juan Domingo Perón fallece y, minimizando extremos vuelcos políticos, y eximias críticas ideológicas, Estela (o Estelita) Martínez de Perón lo releva y profundiza aquella profunda crisis en cuanto a la táctica y a la estrategia dentro del movimiento de masas último de la Argentina de los setenta. Dos años casi después: el 24 de marzo de 1976, Estela (o Estelita) Martínez de Perón cede ante el gran poder que ulula y ahuma alrededor del aún hoy temible y fúnebre general Jorge Rafael Videla, y todo es causa y/o es efecto de una readaptada ignominia pública. No se tolerarán organizaciones ni grupos ni asociaciones ni clubes cívicos. El ejército (a plenitud: en pleno) ocupará y administrará los sindicatos. Se implantará un riguroso programa económico de corte neoliberal (y este adjetivo va para quienes piensan que el adjetivo es nuevo). Sobrevendrá el insomne terror de Estado y, recurriendo a la sistemática y clandestina conformación de enfermizas brigadas parapoliciales y/o paramilitares, comenzará la caza o el acoso de los genéricos activista y disidente. El método (discúlpenme la crudeza) reducirá lo exhausto y lo arduo a lo sencillo: secuestro, tortura y viaje al denso fondo del mar o de la tierra. Más de dos años casi después: el 25 de junio de 1978, y aun y con una inoportuna serie de suspicacias, Argentina (en prórroga, contra Holanda) gana la copa fifa del mundo. Antes: el día 21 de junio, en Londres, se estrena (desde ese justo momento) el clásico musical Evita. Dos años casi después: a mediados de 1980, el sistema financiero impuesto a rajatabla por los tecnócratas y/o por los burócratas (y por sus acólitos) se colapsa y, dos años casi después, a mediados de 1982, experimentando todavía la fea vergüenza de la ostentosa guerra de las Malvinas, el genocida régimen castrense argentino (tozudo, agrego) se esfuma.

Juan Gelman vivió: sufrió y gozó esta época y sobrevivió a las derivaciones límite de esta época. Entre paréntesis: escribo aquí la palabra época y caen y ruedan del Más Allá diversos nombres y temas. Por ejemplo: "El Ejército Simbiótico de Liberación secuestra a Patty Hearts", ¿recuerdan? En fin. Juan Gelman publica entonces diversos libros claves tanto para ubicar como para evaluar los pormenores de su poética: Hechos (1974-1978), Notas (1979, quizá el preámbulo de un exilio que crea y descrea y combina lo lógico y lo ontológico), Comentarios (1978-1979), Citas (1979), Carta abierta (1980, dirigida a Marcelo Ariel, a su hijo, una de las innumerables víctimas de las "lloraderas" y de los desamparos y de las "sufrideras" que trajo al ictus la época), Sí, dulcemente (1980), Bajo la lluvia ajena (1980) y Hacia el sur (1981-1982, quizá el epílogo de un exilio que crea y descrea y combina lo lógico y lo ontológico, y que continúa). Cada uno de estos libros despliega un duelo y/o un debate contra el olvido: no olvidar nunca a los otros significa no olvidarnos nunca a nosotros mismos, oponerse a la renuncia y a la estulticia, y renovarnos y preservarnos. Pero atención: no habrá ninguna clase de sordidez que altere o anule o adultere las líneas básicas de un rigor, de una estética, de un oficio. Ni una pizca de asiduidad ni a lo obvio cursi ni al panfleto (a la inversa de los dictámenes de algunos comentaristas ínfimos). Cada uno de estos libros expurga o ahonda un dolor y expurga o ahonda un fervor, y los asemeja mediante el giro insólito de un idioma que acalla o incita (y contrasta) absortas pausas de un proceso furtivamente interpretativo, característica que lo distingue desde un inicio. Quien lea o relea estas pausas accederá a una dúctil poética donde el regocijo acaso y la tristeza y la ironía y el sarcasmo y el deseo siempre y la nostalgia devienen intercambiables cifras que expanden luego y que multiplican nuestra habitual manera de codificar y/o descodificar lo que llamamos discurso. Quien lea o relea estas pausas accederá a una dúctil poética donde advertirá un alto grado de abstracción que (no obstante) admite el juego de dos factores, comúnmente no sólo opuestos, sino antagónicos: lo coloquial (o el voseo enérgico) y lo intimista, artificio al que Juan Gelman acude para exteriorizarse niveles de ánimo que vinculan el mundo amorfo y la utopía, o (ponderando su franco aprecio por San Juan de la Cruz o por Santa Teresa de Ávila) que vinculan amplias e instantáneas probabilidades o improbabilidades de trascendencia. En síntesis: poética de un tono idéntico al tono idéntico de un espíritu que reexpresa.

Treinta años ya nos separan del día aquel que guardó y/o que dispersó los calificativos ("imberbes", dijo, y "estúpidos") que Juan Domingo Perón les espetara a los montoneros, generando así una aún más rápida y más drástica descomposición social de la Argentina de los setenta. Treinta años durante los cuales todo (el orbe: humano e inhumano) cambió apresuradamente. El siglo xx nos legó el resurgimiento máximo de los imperialismos y de los nacionalismos y de los fundamentalismos que hoy promueven inimaginables prácticas de control de la genuina (y legendaria) comunidad cívica. El término de la guerra fría exhumó a las disimuladas guerras frías particulares y su violento ascenso imposibilitó los proyectos libertarios (ortodoxos y/o heterodoxos) que preconizamos y que pensamos únicas y complementarias veces. Juan Gelman pertenece a esa estirpe generacional que intervino a favor de (según la retórica revolucionaria de la época) la realización de la dignidad completa del hombre. A propósito, creo que la crítica política por venir tendrá que manifestarse como una crítica política del poder: ideológico y/o teológico, y creo también que para llevarla a cabo es necesario antes llevar a cabo una autocrítica política radical (asignatura aún de matiz urgente dentro de nuestra hoy prolija y parlamentaria izquierda). Juan Gelman nos ofrece en su poética la indeleble imagen de una época que implica o explica la génesis de muy específicos actos y/o ideas, y esa imagen proviene de una (alternativamente) férrea y frágil intimidad vuelta lenguaje de un lenguaje, arritmia y ritmo de un lenguaje, contracción y expansión silábica, minuendos y substraendos atmosféricos propiciados por los acentos, indemnes tráfagos de un murmullo o de una voz que se hipnotiza a sí misma y que se destroza y que se prodiga a sí misma, y que perdura. La esencia toda de aquella época: escenas, dramas, mujeres, ciudades bajo el repentino amanecer o bajo el repentino atardecer de ignotas ciudades, amigos estruendosos y amigos mustios, un hijo o una hija o un padre o una madre, escenas, farsas, mujeres, consignas oídas perpetuamente y ya después nunca oídas, amigos llenos de luz y amigos llenos de sombra, un nieto o una nieta o un padre o una madre, la esencia toda de aquella época afluye y fluye aquí, en la poética de Juan Gelman, que posee acaso la dual virtud de preservarla al ocultarla, de revelarla al dispersarla. Transmutación que es felicidad y/o es ferocidad intacta. Y abajo o arriba de esta alquimia, y gracias luego a esta alquimia, la vida (y "la perradura del vivir" inclusive) benigna y mágica aviva.