Anclao
Juan Gelman vivió: sufrió y gozó esta época y sobrevivió a las derivaciones límite de esta época. Entre paréntesis: escribo aquí la palabra época y caen y ruedan del Más Allá diversos nombres y temas. Por ejemplo: "El Ejército Simbiótico de Liberación secuestra a Patty Hearts", ¿recuerdan? En fin. Juan Gelman publica entonces diversos libros claves tanto para ubicar como para evaluar los pormenores de su poética: Hechos (1974-1978), Notas (1979, quizá el preámbulo de un exilio que crea y descrea y combina lo lógico y lo ontológico), Comentarios (1978-1979), Citas (1979), Carta abierta (1980, dirigida a Marcelo Ariel, a su hijo, una de las innumerables víctimas de las "lloraderas" y de los desamparos y de las "sufrideras" que trajo al ictus la época), Sí, dulcemente (1980), Bajo la lluvia ajena (1980) y Hacia el sur (1981-1982, quizá el epílogo de un exilio que crea y descrea y combina lo lógico y lo ontológico, y que continúa). Cada uno de estos libros despliega un duelo y/o un debate contra el olvido: no olvidar nunca a los otros significa no olvidarnos nunca a nosotros mismos, oponerse a la renuncia y a la estulticia, y renovarnos y preservarnos. Pero atención: no habrá ninguna clase de sordidez que altere o anule o adultere las líneas básicas de un rigor, de una estética, de un oficio. Ni una pizca de asiduidad ni a lo obvio cursi ni al panfleto (a la inversa de los dictámenes de algunos comentaristas ínfimos). Cada uno de estos libros expurga o ahonda un dolor y expurga o ahonda un fervor, y los asemeja mediante el giro insólito de un idioma que acalla o incita (y contrasta) absortas pausas de un proceso furtivamente interpretativo, característica que lo distingue desde un inicio. Quien lea o relea estas pausas accederá a una dúctil poética donde el regocijo acaso y la tristeza y la ironía y el sarcasmo y el deseo siempre y la nostalgia devienen intercambiables cifras que expanden luego y que multiplican nuestra habitual manera de codificar y/o descodificar lo que llamamos discurso. Quien lea o relea estas pausas accederá a una dúctil poética donde advertirá un alto grado de abstracción que (no obstante) admite el juego de dos factores, comúnmente no sólo opuestos, sino antagónicos: lo coloquial (o el voseo enérgico) y lo intimista, artificio al que Juan Gelman acude para exteriorizarse niveles de ánimo que vinculan el mundo amorfo y la utopía, o (ponderando su franco aprecio por San Juan de la Cruz o por Santa Teresa de Ávila) que vinculan amplias e instantáneas probabilidades o improbabilidades de trascendencia. En síntesis: poética de un tono idéntico al tono idéntico de un espíritu que reexpresa. Treinta
años ya nos separan del día aquel que guardó y/o que
dispersó los calificativos ("imberbes", dijo, y "estúpidos")
que Juan Domingo Perón les espetara a los montoneros, generando
así una aún más rápida y más drástica
descomposición social de la Argentina de los setenta. Treinta años
durante los cuales todo (el orbe: humano e inhumano) cambió
apresuradamente. El siglo xx nos legó el resurgimiento máximo
de los imperialismos y de los nacionalismos y de los fundamentalismos que
hoy promueven inimaginables prácticas de control de la genuina (y
legendaria) comunidad cívica. El término de la guerra fría
exhumó a las disimuladas guerras frías particulares y su
violento ascenso imposibilitó los proyectos libertarios (ortodoxos
y/o heterodoxos) que preconizamos y que pensamos únicas y complementarias
veces. Juan Gelman pertenece a esa estirpe generacional que intervino a
favor de (según la retórica revolucionaria de la época)
la realización de la dignidad completa del hombre. A propósito,
creo que la crítica política por venir tendrá que
manifestarse como una crítica política del poder: ideológico
y/o teológico, y creo también que para llevarla a cabo es
necesario antes llevar a cabo una autocrítica política radical
(asignatura aún de matiz urgente dentro de nuestra hoy prolija y
parlamentaria izquierda). Juan Gelman nos ofrece en su poética la
indeleble imagen de una época que implica o explica la génesis
de muy específicos actos y/o ideas, y esa imagen proviene de una
(alternativamente) férrea y frágil intimidad vuelta lenguaje
de un lenguaje, arritmia y ritmo de un lenguaje, contracción y expansión
silábica, minuendos y substraendos atmosféricos propiciados
por los acentos, indemnes tráfagos de un murmullo o de una voz que
se hipnotiza a sí misma y que se destroza y que se prodiga a sí
misma, y que perdura. La esencia toda de aquella época: escenas,
dramas, mujeres, ciudades bajo el repentino amanecer o bajo el repentino
atardecer de ignotas ciudades, amigos estruendosos y amigos mustios, un
hijo o una hija o un padre o una madre, escenas, farsas, mujeres, consignas
oídas perpetuamente y ya después nunca oídas, amigos
llenos de luz y amigos llenos de sombra, un nieto o una nieta o un padre
o una madre, la esencia toda de aquella época afluye y fluye aquí,
en la poética de Juan Gelman, que posee acaso la dual virtud de
preservarla al ocultarla, de revelarla al dispersarla. Transmutación
que es felicidad y/o es ferocidad intacta. Y abajo o arriba de esta alquimia,
y gracias luego a esta alquimia, la vida (y "la perradura del vivir" inclusive)
benigna y mágica aviva.
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