La Jornada Semanal,   domingo 11 de julio  de 2004        núm. 488
 

Hernán Lara Zavala

Happy
Bloomsday

"El pasado es un lugar extraño... –escribe H. P. Hartley en su novela El mensajero– allí las cosas ocurren de manera diferente..." Esta cita del escritor inglés me ha llevado a advertir que las tres grandes e inevitables musas de todo novelista suelen ser su infancia, su ciudad –o el lugar donde creció– y su imagen del Eros. Estos tres elementos mezclados y tamizados en el imaginario del artista, oscilan de la memoria al deseo y del deseo a la memoria. Y en este vaivén radica seguramente el anhelo de escribir. La mayor prueba de ello son las llamadas novelas de artista o Künstlerroman en donde el escritor se sumerge en sus propias vivencias para descubrir las motivaciones y los orígenes de su vocación. Pensemos en Proust, particularmente en Por el camino de Swann, en El retrato del artista adolescente, de Joyce, en Hijos y amantes, de D.H. Lawrence, en Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil o en Paradiso, de José Lezama Lima. En todas estas obras inciden varias constantes: el papel fundamental de la madre en la formación espiritual del personaje, los efectos de la religión y de un cierto sentido de trascendencia unidos a la búsqueda espiritual del artista en ciernes, el aislamiento y soledad de la infancia y las primeras percepciones decisivas en la conformación de su personalidad, los ritos iniciáticos que conducen al héroe a sus primeras experiencias eróticas y la ciudad o lugar de arraigo como cimiento, escenario y testigo de esa evolución. Todos estos factores van entretejidos pero por supuesto que Combray, Dublín, Nottingham, Viena y La Habana forman parte orgánica y sustancial de esas novelas. La ciudad puede convertirse en catalizador de la acción o al menos en el escenario, pero en todos estos casos resulta ingrediente indispensable de la historia. El elemento urbano ejerce una enorme influencia tanto sobre la configuración de la anécdota de las novelas como sobre el estilo literario con que se trata la historia.

James Joyce decide ubicar su novela Ulises un jueves 16 de junio de 1904 en la ciudad de Dublín para conmemorar y perpetuar el inicio de su relación con Nora Barnacle. Joyce sacralizó ese día en su novela como si se tratara de un santoral porque fue cuando él, de veintidós años y Nora Barnacle, joven recamarera del Hotel Finn de cabello entre rojizo y castaño, a la sazón de veinte años, se convierten en pareja de por vida. Se conocieron el 10 de junio mientras él caminaba por Nassau Street. Se detuvieron a charlar un rato y concertaron una cita para el día 15 en Merrion Square, muy cerca de donde viviera el padre de Oscar Wilde. Pero ese día Nora dejó plantado al escritor. Joyce se lo reclamó amargamente en una carta: "Estuve mirando durante mucho rato la cabellera rojicastaña de una mujer hasta que me convencí de que no era la tuya." No obstante, al día siguiente, James y Nora lograron reunirse y emprendieron una larga caminata –único recurso de los pobres para divertirse– por Ringsend hacia el río Liffey, paseo durante el cual ella le desabrochó el pantalón y, mediante caricias, según declaración del propio Joyce, lo "convirtió en hombre". El joven escritor, que había idealizado a las mujeres como "torres de marfil" y que consideraba a las prostitutas como malas conductoras de la emoción, encontró en Nora "el alma más hermosa y sencilla del mundo" y así transformó ese día en fecha emblemática. A partir de entonces Nora, como pareja de Joyce, fue lo suficientemente solidaria para aceptar exiliarse con él de Dublín (como era el deseo expreso de Joyce) y sentar sus mientes en Trieste donde el escritor había conseguido ya un empleo en Berlitz School donde impartiría clases de inglés además de dedicarse a escribir.

Pero lo que resulta realmente significativo es que, como lo ha señalado Richard Ellman, ese día marca simbólicamente la transformación de la juventud a la madurez de Joyce y refleja la metamorfosis de un joven rebelde, malhumorado y pretensioso a un artista consumado y errabundo que eligió el exilio para poder realizar su vocación. La soledad en la que se vio envuelto James Joyce cuando perdió a su madre sólo podía subsanarse mediante una relación de carácter amoroso como la que inició con Nora Barnacle. Así que el Bloomsday es más que un capricho o un mero homenaje y tributo a la que fuera su mujer aunque no su esposa: refleja el momento preciso en que Joyce cumplió un anhelo erótico y lo transformó en anhelo artístico. Es el momento en que Stephen Dedalus se transforma en Leopold Bloom, cuando ambos se miran al espejo y descubren el rostro de William Shakespeare. Es un franco y abierto reconocimiento a ese feliz día en el que toda la experiencia, real e imaginaria de Joyce, se sublimaría, en las dieciocho horas en las que transcurre la novela en la ciudad de Dublín.

EN UNA CARTA ESCRITA en la Biblioteca Nacional de Trieste en febrero de 1920 y dirigida a su tía Josephine Murray, una de sus corresponsales más asiduas, el novelista James Joyce, exiliado para siempre de su natal Dublín, le hace una inusitada y reveladora petición que me permito citar aquí:

Quiero información sobre la iglesia Estrella del Mar; ¿tiene enredadera en el frente que da a la playa? ¿hay árboles cerca o junto a la terraza de Leahy? De ser así ¿hay unos escalones que conducen al mar? También deseo contar con toda la información que me puedas proporcionar, chismarajos y hechos, etc. sobre el hospital de maternidad que está en la calle Holly. Dos capítulos de mi libro se encuentran inconclusos hasta que yo recabe esta información, así que te estaré muy agradecido si sacrificas unas cuantas horas de tu tiempo y me escribes una larga carta con todos estos detalles.
Los dos capítulos a los que se refiere Joyce corresponden a "Nausica" y "Los bueyes del sol", uno de carácter abiertamente erótico –cuando Bloom tiene su encuentro voyeurístico con la bella y lisiada Gerty Mc Dowell– y el otro intelectual y especulativo en el que el autor habla de los partos y nacimientos en Dublín y que emula, mediante parodias y pastiches, el desarrollo literario de la lengua inglesa. Es de llamar la atención el afán realista que impera en Joyce para buscar el detalle preciso, la fidelidad documental, la exactitud en los pormenores que le evitara caer en la más mínima distorsión al evocar literariamente la ciudad de Dublín. Esta carta cobra importancia tanto histórica como emotivamente pues muestra, por un lado, la lucha del novelista en el aislamiento de su exilio debatiéndose entre lo que debe incluir o no en su novela y, por otro, su enfrentamiento con los problemas de carácter técnico que necesita resolver para poder completar debidamente su Ulises. Josephine, su tía favorita, se convertirá por consiguiente en una especie de cercana colaboradora del autor y a ella le rendirá un sutil homenaje evocándola en el capítulo "Proteo" cuando Stephen emprende su caminata por las playas de Sandymount y acepta "la modalidad fatal de lo visible" .

No es esta carta la única referencia que tenemos de la obsesión de Joyce por reconstruir la ciudad en su imaginación. En repetidas ocasiones solicita a parientes y amigos billetes de tranvía, periódicos de la época y todo tipo de memorabilia que le servirá para darle verosimilitud a su ficción. También es ampliamente conocido que Joyce tomó como punto de partida la edición de 1904 del Thom’s Official Directory para peinar las tiendas, las calles, las actividades y las efemérides de Dublín durante aquel famoso 16 de junio en que transcurre la novela.

Joyce, sin duda, poseía un carácter a todas luces urbano manifiesto desde Dublineses, su primer libro de cuentos, a pesar de la relación francamente ambigua que el escritor mantuvo toda la vida tanto con su ciudad natal como con su país. Recordemos que, según sus propias palabras, Joyce eligió Dublín como escenario de sus cuentos porque "esa ciudad me parece el centro de la parálisis". En Dublineses hay varios relatos que aluden de manera muy patente a la fisonomía de la ciudad pero uno en particular, "Dos galanes", prefigura los juegos que iban a ocupar la imaginación joyceana en su tratamiento de Dublín. En este cuento, que transcurre un abúlico domingo por la tarde, dos amigos se reúnen antes de la cita que uno de ellos tendrá con una chica a la que intentará seducir. Cuando llega la hora, se dirigen juntos hasta el lugar de la cita y poco antes del encuentro con la chica se separan; uno de los galanes se pierde por la ciudad con su enamorada y Joyce nos deja en compañía del otro galán vagando por las calles de Dublín ya que no tiene más quehacer que perder el tiempo hasta volverse a encontrar con su compinche en la noche, después de la cita. Cuando Joyce escribe El retrato del artista adolescente, luego de haber desechado Esteban el héroe, discurre también por diversos lugares de la ciudad y gran parte de sus epifanías se relacionan estrechamente con puntos estratégicos de Dublín como el río, la playa, los monumentos, las tabernas e hitos de la ciudad. Pero es hasta que empieza a escribir Ulises que le confía a su amigo Frank Budgen el anhelo de que su novela se convirtiera en una fuente documental a partir de la cual se pudiera reconstruir Dublín en caso de quedar destruida. Existe en Joyce una relación de amor-odio hacia la ciudad que lo vio nacer y crecer. Lo paradójico y lo más significativo de esta relación ambivalente es que, como ha comentado Clive Hart, ninguno de los dos personajes principales, ni Bloom ni Stephen, se sienten plena ni vitalmente integrados a esa ciudad tan meticulosamente evocada en sus calles, personajes y ambientes. Y es que el tema que subyace en buena parte a la narrativa de Joyce, desde Dublineses hasta Ulises e incluso en Exiliados, su obra de teatro, es el del artista desarraigado de su propia ciudad, como bien lo ha apuntado el crítico norteamericano Harry Levin. Mientras escribía Dublineses o El retrato... había un desarraigo meramente emocional. Sin embargo, al abordar su proyecto de Ulises ese desarraigo se había convertido ya en destierro y por consiguiente el novelista se ve en la necesidad de recrear su ciudad en ausencia y a la distancia aunque acaso aquella escisión le permita también exprimir al máximo sus recuerdos y evocaciones de Dublín.

Joyce es, en consecuencia, el primer novelista que convierte a una ciudad hecha y derecha como Dublín a principios de siglo (tenía entonces 500 mil habitantes) en el personaje principal de toda su obra narrativa. En este sentido me parece observar un desarrollo sostenido que se inicia en Dublineses, pasa por El retrato del artista adolescente y culmina gloriosamente en el Ulises, novela a la que bien se le puede definir como madre de todas las novelas urbanas del siglo xx. Qué distantes se encuentran los tratamientos citadinos de Dickens, Dostoievski o Balzac. Me parece que la diferencia fundamental que introduce Joyce en la novela estriba en el hecho de que en Ulises el mundo de la ciudad se da fundamentalmente a cielo abierto y Joyce alude a sus monumentos, calles, tiendas, pubs, hoteles, sin necesidad de ofrecer mayores descripciones o explicaciones. A veces Stephen, Bloom o cualquier otro personaje se detiene a hacer alguna observación pero por lo general son comentarios de carácter subjetivo. Y aunque hay dos protagonistas principales, a la larga Bloom y Stephen se mezclan de tal manera con el resto de la población de Dublín que lo que nos queda es una especie de radiografía o panorámica de un día en la ciudad en el que no ocurre nada más trascendente que el desfile del viceroy por las calles de Dublín y la celebración de una carrera de caballos. La ciudad que recrea Joyce es ya un laberinto meticulosamente calculado, lleno de confluencias, interpolaciones, encuentros y desencuentros. Es la ciudad de la que se apropia el artista a través de sus palabras y su imaginación.

EN 1909, DURANTE su segunda visita a Irlanda luego de su profesión de fe en "el silencio, el exilio y la astucia" como únicas armas para subsistir, tras la muerte de su madre y su reciente unión con Nora, lapso que Ellman ha definido como The growth of imagination, James Joyce inaugura personalmente el primer cine en la historia de la ciudad de Dublín. Resulta que mientras vivía en Trieste Joyce se enfrascó en una aventura financiera totalmente ajena a su carácter rebelde e indómito y logró convencer a un grupo de inversionistas extranjeros para que instalaran la primera sala cinematográfica en todo su país. El cine Volta, como lo bautizaron los socios triestinos e italianos que integraban la empresa, se inauguró el 20 de diciembre con la proyección de tres películas entre las que destacaba La trágica historia de Beatriz Cenci. El periódico dublinés Evening Telegraph, en su reseña sobre la apertura del cine Volta, dedica una felicitación especial a James Joyce en su edición de esa tarde por su "infatigable" trabajo en la exhibición inaugural. Una vez puesto en marcha el cine, Joyce vuelve a Trieste con la esperanza de obtener algún dinero por haber actuado como intermediario. La sala lamentablemente cierra al año siguiente pero algunos críticos se han cuestionado la influencia de este incidente y en particular la del arte cinematográfico en el imaginario joyceano. El cine cuenta historias de manera más inmediata usurpando las prerrogativas que antes se consideraban exclusivas del novelista; la edición y el montaje le dan velocidad a la anécdota; la caracterización se simplifica mediante los gestos y los rostros de los actores y los paisajes se presentan naturalmente mediante las imágenes. Así pues, el paso de este nuevo medio de expresión artístico en términos de discurso narrativo equivale al que Joyce inaugurara en términos literarios para convertirse en su máximo exponente.

LA PRESENCIA DE DUBLÍN es un elemento constante a lo largo del Ulises. No obstante, hay un capítulo en particular, el llamado "Islas flotantes" (en inglés Wandering Rocks), en el que James Joyce utiliza una técnica totalmente novedosa para entregarnos una imagen panorámica de la ciudad de Dublín y de sus habitantes durante ese anodino día de 1904. Para ello Joyce abandona la narración indirecta libre centrada en los personajes de Stephen o Bloom y se convierte en un narrador omnisciente parcial que, como si estuviera evocando la circulación de la sangre de la ciudad, enfoca a diversos tipos pintorescos de Dublín mientras transitan por la calle llevando a cabo sus tareas cotidianas. El tono y el punto de vista varían de personaje a personaje pero en todos los casos existe un afán de objetividad y una ausencia de interpretación editorial que obliga a que el lector asuma una actitud activa que le permita descubrir las motivaciones y solipsismos en que incurren los personajes durante el capítulo. Joyce elige cerca de veinte dublineses (incluidos Stephen y Bloom) y los hace deambular por la ciudad entre las 2:55 y las 4 de la tarde, punto climático en el que Molly, la mujer de Bloom, debe encontrarse con su amante, Blazes Boylan. El capítulo supuestamente debe dar la sensación de movimiento y simultaneidad de modo que mientras uno camina de norte a sur por ejemplo, otro pueda ir en sentido inverso. Algunos personajes se cruzan o se saludan en algún punto específico. Otros no coinciden o se evaden a pesar de hallarse cerca. Se trata de un capítulo elaborado a partir de breves fragmentos en donde Joyce se da el lujo de narrar con gran ironía y mediante su técnica del monólogo interior reportando lo que pasa por la mente de los personajes menores que pueblan la novela y a los que hemos conocido incidentalmente en los capítulos previos. Mediante este recurso el lector tiene la capacidad de observar la ciudad de Dublín como si la mirara en un mapa o, mejor aún, como si la contemplara desde las alturas a bordo de un helicóptero desde el cual abarcara todo el panorama y siguiera los pasos de un individuo a su elección. Joyce manipula el tiempo y el espacio dentro de la ciudad con gran destreza de modo que al final logra integrar esa visión un tanto dispersa del capítulo introduciendo una cabalgata o desfile que va de un lado a otro de la ciudad y que los dublineses miran pasar desde los diferentes puntos donde se encuentran. Lo mismo sucede con un folleto o panfleto que le entregan a Bloom en un capítulo previo y que él arroja al río Liffey de modo que varios personajes lo miran flotando río abajo en su transitar; de manera semejante Joyce introduce a un enigmático personaje identificado por el narrador simplemente como el hombre de la gabardina café (The man in the brown macintosh) que más de uno ha supuesto que podría tratarse del propio Joyce discurriendo por Dublín. Esta manera de narrar tiene un tono francamente cinematográfico en su técnica de montaje que también le sirve para describir con precisa exactitud lo que ocurre en la ciudad. Puesto de otra manera, este capítulo resulta como una versión literaria de esos cuadros de Georg Gorz en donde presenciamos escenas simultáneas de una ciudad en el limitado plano de un solo dibujo.

Bloomsday (el día de Bloom) es, en consecuencia, una rarísima fecha, extraída no de la realidad sino de la ficción del Ulises de Joyce y que el mundo entero ha decidido celebrar como parte del homenaje y del culto que se le rinde a la extraordinaria novela que cambió los derroteros de la narrativa mundial. El miércoles 16 de junio de 2004 se cumplieron cien años de la odisea imaginaria que emprendiera Leopold Bloom, personaje central del Ulises por las calles de Dublín, y nosotros la festejamos como una de las grandes fiestas de las letras.