La Jornada Semanal,  11 de julio  de 2004        488


C U E N T O

GOZAR LO CONTADO

GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE

Alberto Chimal,
Éstos son los días,
Era-Conaculta,
México, 2004.

¿Cómo puede definirse qué es un buen libro? ¿Quién puede decir que vale la pena leer a tal autor y no a otro? Estas, por supuesto, son preguntas subjetivas, cuyas respuestas dependen exclusivamente del lector. Sin embargo, hoy, el término "buen libro" parece ser sinónimo de obras más bien reservadas para unos cuantos eruditos en la materia que lograrán valorar el producto del trabajo al alcanzar las cimas de su escritor (cualesquiera que éstas sean). Muchas veces, si un libro es entretenido, ya no se le considera un "buen libro", pues la regla casi matemática parecería ser: "aburrido = bueno; entretenido = light", y ese quizá sea el peor insulto que se le puede dar a una obra literaria.

Lo que se olvida entonces es el objetivo básico de la literatura, la esencia primera de los relatos orales milenarios que fueron la semilla de los títulos que hoy adornan nuestras bibliotecas, y que era, simple y sencillamente, entretener a una audiencia y, al mismo tiempo, difundir las historias que daban razón de ser a una comunidad.

Del mismo modo, al hablar de literatura fantástica, las referencias que se han vuelto habituales son las de historias pobladas por duendes, magos, hadas y demás fauna heredada de tradiciones principalmente europeas; difícilmente se piensa en aquellos relatos en los que la fantasía aparece de la mano de la más absoluta realidad. Las definiciones categóricas de términos como éstos no hacen más fácil la tarea de calificar los nuevos títulos que aparecen en librerías.

Afortunadamente, muchos escritores no han perdido la esperanza de lograr hacer un buen libro que también sea entretenido y, entre ellos, se podría mencionar a Alberto Chimal con su más reciente volumen de cuentos, intitulado Estos son los días. Sus narraciones, como las de Alfonso Reyes, Francisco Tario o Carlos Fuentes, no necesitan de personajes "importados" para dejar entrar a sus escenarios una dimensión alterna a la que habitan sus protagonistas. Dando libertad a su imaginación, a "esa insolencia del alma" como él mismo la define, Alberto recrea mitos e inventa leyendas, revive mundos desaparecidos y desentierra datos históricos que pueden convivir en armonía con los elementos más cotidianos de la vida moderna.

Se dice, además, que el cuento es el género más inteligente y que un buen cuentista es aquel que no repite las estructuras que le funcionan. Chimal parece haber escuchado tal consejo, y para muestra podemos tomar tres de los cuentos del libro. "Álbum" es una historia acabada, contada sólo con frases sustantivas, sin una sola oración completa; "Camas de Horacio Kustos (novela de viajes)" es una serie de relatos en la que hay dos protagonistas: Horacio y las camas de distintos cuartos de hotel; finalmente, "Personajes" es la divertida metaforización de lo que los inicios de todo escritor pueden ser: una sucesión de personajes fallidos que, una noche, visitan a su autor como espectros macabros que exigen su lugar dentro de la obra.

El epílogo del libro, en el que Alberto hace una reflexión sobre el proceso de escritura de los dieciocho relatos, deja al lector con dos dudas. La primera, acerca del orden secreto que el autor menciona; la segunda –cuya respuesta quizá sea más difícil de averiguar– es quién se habrá divertido más al final: el autor escribiendo y jugando con su lector, o el lector leyéndolo y recuperando esa esencia primaria de la literatura de gozar lo contado•