La Jornada Semanal,   domingo 11 de julio  de 2004        núm. 488
 Miguel Ángel Muñoz

Chema Madoz: 
El misterio de los objetos

A la memoria de Joan Brossa, 
poeta visual insuperable

En su crónica del salón de arte de 1859, Charles Baudelaire describía la aparición de la fotografía como una fantasía sensible e insensible al mismo tiempo. Dice Baudelaire: "La fotografía debe ser la servidora de las artes y las ciencias, pero la humilde servidora, como la imprenta y la estereografía, que no sustituyen a la literatura… Le agradecemos que sea la secretaria y el archivo de todos aquellos que, por su profesión, necesitan de una absoluta exactitud material…" Quizá el poeta francés nunca llegó a imaginar la gran influencia que ha tenido la fotografía en el arte moderno del siglo xx. 

Detrás de la fotografía hay un ojo, una sensibilidad, un discurso pictórico y desde luego, un lenguaje poético. Al contrario de Baudelaire que se escandalizó, Emerson se llenó de asombro: "La fotografía es el verdadero estilo republicano de la pintura. El artista se hace a un lado y deja que uno se pinte a sí mismo." En realidad, ambos aciertan en sus juicios, pues creían que la fotografía sustituiría a la pintura. La fotografía nace de la unión de pintura y ciencia, en un sentido más histórico que definitivo. La pintura es la expresión poética del mundo, la ciencia el descubrimiento del universo. Es ahí donde la foto aprisiona el tiempo, lo detiene. Pienso en Man Ray, creador de abstracciones y sueños, poeta de la imagen y científico con el uso renovador de la cámara fotográfica, o en Robert Frank y Helmut Newton. Con Ray, Frank, Newton, Nan Goldin, Joel-Peter Wilkin e Irving Penn descubrí el uso de la foto como arte, el enigma en blanco y negro, la evocación de una imagen que lleva a otra. Así las fotografías de Ray fueron una confirmación visual no sólo de las artes plásticas, sino también de la literatura. Lo impalpable y lo imaginario. La foto, lo mismo que la poesía, tiene dos o más lecturas; la poesía convoca realidades distintas. La fotografía congela esa realidad.

El arte fotográfico de Chema Madoz ( Madrid, 1958), concentra múltiples imágenes, en apariencia simples, pero que producen otras realidades. Lenguaje poético y visual que nos ayuda a descubrir otras dimensiones de nuestra corta realidad: crear es generar un estado de disponibilidad, en el que el primer objeto creado es el vacío, un espacio vacío. En momentos las imágenes creadas por Madoz se bastan y se sobreponen a sí mismas; otras nos ayudan a pasar a su realidad, a adentrarnos en ese espacio de vacío que sólo el artista reconoce. El artista invita constantemente al espectador a cuestionar la función del objeto; por ejemplo, un bastón sirve de pasamanos, un libro de columpio, un recipiente de cristal flota sobre el agua, una carta que sirve de mapa: el objeto provoca el disparo y hace crear una imagen que nos comunicará con otro, tal vez lo implícito, ante nosotros invisible. En otros instantes, la simple imagen nos traslada a dos o tres símbolos diversos, pero que comunican entre sí en una misma dimensión estética. En otros momentos, Madoz hace hincapié en las cualidades inherentes del objeto al acentuarlas sobremanera.

Una de las fotografías más sorprendentes de Madoz – muchas no tienen título, ni narrativa– es donde confronta el vacío de un espejo con el reflejo y detención de una escalera. La imagen es ya una respuesta visual. Una parece que sostiene al espejo, éste a la escalera, y ambos al tiempo. Complicidad poética que nos obliga a pensar en nuestro vacío, en nuestra experiencia cotidiana. Y de ese esfuerzo, de esa radical aventura, nacen el rigor y la tensión espiritual de tantas composiciones suyas. En ello radica, quizás, la manera más importante en que Madoz se acerca al objeto: inventándose y construyéndose él mismo sus sujetos y escenarios. Es decir, fabrica sus propios modelos empleando instrumentos que también convierte en sujetos de sus composiciones.

El sobrejuego de las imágenes poéticas y visuales se repite, por ejemplo, en otra excelente fotografía: un ataúd de pie que sostiene un reloj; o mejor dicho, los dos objetos descansan en un mismo espacio. Pero lo que une a estas dos imágenes es el sentido de la vida, del tiempo: un instante que se detiene en un mismo sentido: tiempo. No tiene sentido en el arte de Madoz hablar de abstracción o figuración. La forma no figura: es. La forma es la fotografía. El objeto es la poesía visual que desprende cada imagen. Quizá en el arte moderno ningún otro fotógrafo haya llevado a tal extremo ese proceso de unificación entre la fotografía y la poesía que sería a la vez un proceso de unión con el arte mismo. Pero regresando a la imagen interior, al observar detenidamente, se percibe el parpadeo del tiempo, su paso indetenible, invisible, pero que ayuda a descubrir el paso de la vida y el camino acelerado y lento del tiempo. 

Entre sus fotografías sorprendentes hay una que muestra un guante de box con una pluma sobre un libro. La poesía visual que encierra esta imagen es sobrecogedora, roza el lado mítico de la imagen y lo sagrado de su contenido. El guante caído detiene una pluma y esa pluma es silenciosa. Imagen que suscita múltiples imágenes. Debajo, un libro que compone un epitafio verdadero de la devoción por la escritura, por la palabra. Juego de simetrías y oposiciones, trampa visual que se transforma mediante la imaginación.

En el discurso estético-poético –que se pudo ver en su exposición retrospectiva en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en 2000, y antes en la Galería ppow de Nueva York– de Chema Madoz, la aparición de objetos y su relación con la fotografía es una tentativa por penetrar profundamente, con los recursos que son suyos, en la realidad, de la misma manera que el poeta transforma el lugar común en una imagen más allá de su esfera cotidiana.

Cada foto de Chema Madoz está cargada de secretos poderes que nos guían hacia mundos desconocidos e impenetrables. Perfecta correspondencia: los dos se reflejan en sus fotografías. No dicen palabras, dibujan objetos, crean poesía. La foto es una metáfora: el objeto es un mito y la composición visual es su respuesta. Creo que la fotografía al igual que la poesía no existe si no se oye antes que su palabra, su silencio. La auténtica simplicidad está en el concepto. Cuanto más clara es la idea más simple puede ser el resultado. La idea de simplicidad puede ser relativa en el arte, pues cosas muy complicadas pueden ser en el fondo simples, porque hay una exacta relación entre expresión y concepto. Retener, ver, iluminar, iluminarse, en eso consiste la fotografía. Por supuesto, Chema Madoz cuenta y muestra la historia: instantes momentáneos, realidades aparentes, poemas visuales. Todo se enlaza y desenlaza, como bien dice Octavio Paz, para que el espectador de estas fotografías tenga la fortuna de ser parte de un universo visual que pretende extraer de sí mismo su significación poética.