Jornada Semanal, domingo 11 de julio de 2004        núm. 488

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

HORRORES URBANÍSTICOS

El Gobierno del Estado y el Ayuntamiento le dieron una manita de gato a Guadalajara para recibir a los mandatarios que participaron en esa mezcla de mala retórica y de ceremonia de juegos florales de Techaluta que fue la cacareada e inútil cumbre europeamericanacaribeña. Muchos daños ha sufrido nuestra Guadalajara y sus excelentes arquitectos son asfixiados por el crecimiento urbano a tontas y locas y por el desfiguro que padeció la ciudad en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta. En esos años descuidados e ignorantes se menospreciaron el art noveau, el art déco y el funcionalismo y las calles se llenaron de horribles edificios que, ahora, con el paso del tiempo se han convertido en mamarrachos despintados y ruinosos (vea usted la Avenida Juárez desde "Taiwán de Dios" y descubrirá algo más feo que Torreón, Iguala, Irapuato o Celaya). Los de la manita de gato plantaron florecitas (advierto que ya se están secando) en las avenidas que recorrerían los cacasgrandes visitantes; levantaron algún muro e hicieron algunos arreglitos, pero obviamente no pudieron tapar las chozas y jacales que se extienden a lo largo de los caminos al aeropuerto ni, las ruinas sesenteras de las calles destruidas para dar paso a un metro que consiste en una ristra de autobuses de segunda mano (la primera fue chicaguense) que circulan un rato por arriba y otro por abajo, y que también cubren una ruta que el crecimiento desesperado de las urbanizaciones ha convertido en casi simbólica.

En mi pasada visita a la "clara ciudad" (la Secretaría de Cultura del Estado festejó mi ingreso a la lista de agraciados con los setecientos pesos del gobierno del df y homenajeamos a uno de nuestros novelistas fundamentales, Agustín Yáñez) hice el largo viaje a Tonalá. Pasamos por el Cuartel Colorado que afortunadamente sigue en pie y recorrimos leguas y leguas de calles con casas ruinosas, locales de comida chatarra y esos centros comerciales que son ya los únicos lugares de reunión para las familias que bobean aparadores, ven algún bodrio cinematográfico de la monotonía californiana y alimentan a los niños con esas grasas llenas de aditivos que los convierten en gorditos (o gordotes) de mala salud. El centro de Tonalá me trajo un poco de consuelo con su buena cuadrícula castellana, sus iglesias y un formidable Museo de la Cerámica que, con grandes esfuerzos y poco apoyo oficial, muestra las obras de los grandes maestros de la región y los ejemplos de los distintos estilos que forman el cuerpo artístico de las imaginativas alfarerías y cerámicas de la creativa Tonalá. En mi camino me topé con una aberración urbanística que hubiera puesto los pelos de punta al mismo George Orwell (brush up your Orwell, parafraseando la comedia musical). Se llama "Loma Dorada" y es una sucesión de edificios iguales con apartamentos iguales, ventanas iguales e iguales calzones secándose en los tendederos iguales (me emocionó ver unas macetas de geranios y de malvas en algunos balcones). Me dicen que en ese lugar y en Salatitán viven más de 600 mil personas. Reconozco que los problemas del crecimiento teratológico obligan al estado a buscar soluciones inmediatas, pero los arquitectos urbanistas deberían ser más cuidadosos e inteligentes y realizar construcciones menos monótonas y angustiantes (la cifra de suicidios juveniles en esa zona justifica el uso del alarmante adjetivo). Guadalajara tuvo y tiene una notable escuela de arquitectura y sus profesionales en la materia han construido sus obras magníficas en distintos rumbos de la ciudad.

Así es que el lector no debe pensar que padezco pulsiones elitistas. Eso no. Tan sólo "una íntima tristeza reaccionaria" (padre soltero de todos dixit) que en Loma Dorada, el maltrecho centro y las atejanadas colonias nuevas, se agrava y multiplica.

A pesar de todo, nuestra Guadalajara conserva sus rincones de gracia arquitectónica y su magnificencia urbanística en la zona de la catedral, la cruz de plazas (salvo las horrendas estatuas de los próceres), los portales, el Degollado, Santa Mónica, Aranzazu, Jesús María, el Santuario; las iglesias y casas de los barrios tlaxcaltecas y las mansiones (ahora tiendas y fondas) de las colonias de inspiración marsellesa. Destacan, además, las obras de los arquitectos del siglo pasado presididos por Luis Barragán, maestro ejemplar.

De regreso de Loma Dorada y después de cenar en una fonda del centro de Tonalá, me invadió la "tristeza reaccionaria" y pensé en la Guadalajara de los cuarenta. Me di cuenta de que el viejo soy yo y de que la ciudad seguirá creciendo y rehaciendo su figura incansablemente. Ojalá que el gobierno piense en la posibilidad de que los arquitectos creativos e inteligentes se encarguen de vigilar el rostro de una ciudad para vivir plenamente y no tan sólo sobrevivir.