La Jornada Semanal,   domingo 11 de julio  de 2004        núm. 488
 Juan Gelman y Ramón
López Velarde

Juan Domingo Argüelles


 


 
En su espléndido poema "Ruiseñores de nuevo", Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) escribió: "en el gran cielo de la poesía/ mejor dicho/ en la tierra o mundo de la poesía que incluye cielos/ astros/ dioses mortales/ está cantando el ruiseñor de keats/ siempre/ pasa rimbaud empuñando sus 17 años como la llama de amor viva de san juan/"

Nosotros, los lectores de Juan Gelman, tenemos que decir, parafraseándolo, que en el gran cielo de la poesía en lengua española, o en esa tierra o ese mundo de la poesía hispanoamericana que incluye cielos, están, y estarán siempre, es decir ya para siempre, Martí, López Velarde, Borges, César Vallejo, Neruda, Paz, Sabines y con ellos Juan Gelman, "en representación de los que caen por la vida", y en representación, también, de los que nos entregan más vida a los lectores, los que nunca sabemos, muchas veces, cuánto tiene que sufrir un poeta para entregarnos la alegría de unos versos inolvidables.

Constructor de una obra singular en donde refulgen libros como Violín y otras cuestiones (1956), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Los poemas de Sidney West (1969), Cólera buey (1970), Fábulas (1971), Hechos (1972), Relaciones (1973), Notas (1979), Citas y comentarios (1979), Sí, dulcemente (1980), Carta abierta (1980), Hacia el sur (1982), Salario del impío (1982), Exilio (1984), Anunciaciones (1985), Incompletamente (1995), Tantear la noche (2000) y Valer la pena (2001), Juan Gelman vive y escribe en México desde 1988, y este vivir y este escribir en México han coincidido ahora, maravillosamente, con la concesión del Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2004. De esta manera, Juan Gelman se suma a los ocho mexicanos que antes han obtenido este reconocimiento: Roberto Cabral, Juan José Arreola, José Luis Martínez, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Hugo Gutiérrez Vega, Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco.

Siendo Juan Gelman el primer poeta no mexicano en recibir este premio, no pudo ser mejor la decisión del jurado que identificó la espléndida relación entre la poesía del galardonado y la del autor de "La suave Patria"; una relación de afinidades y de intensidades que hacen todos los días el milagro de que la tradición lírica hispanoamericana fluya como ese hilo de poesía del que ha hablado tantas veces el autor de Los poemas de Sidney West, y que viene del fondo, desde muy lejos y desde las más oscuras profundidades de la emoción y que jamás se interrumpe porque la vitalidad de la poesía no cesa, y porque, si como ha dicho Juan Gelman, la belleza de la poesía de López Velarde consuela y abriga, no menos abrigadora y consoladora es la poesía de nuestro más reciente galardonado con el Premio López Velarde, en un mundo y en una época donde las catástrofes y lo inhumano son asuntos de todos los días.

En 1993, cuando Juan Gelman publicó su antología mexicana En abierta oscuridad, en la cual reunió poemas publicados en tres décadas, escribió, a manera de explicación: "Cada libro es obediencia a una obsesión particular que buscaba agotarse. De ahí la diversidad de expresión de estos poemas, cuya unidad tal vez resida en el deseo –y su fracaso– de dar con la palabra que calla lo que dice."

Esa búsqueda de la palabra ha sido a lo largo ya de medio siglo de la obra de Juan Gelman una persistencia que ha entregado a los lectores poemas extraordinarios, pese a la conciencia que tiene su autor de que "la poesía quiere nombrar algo y sólo termina en el silencio" y de que la poesía también, para un verdadero poeta, no es cosa de la voluntad sino de la obediencia a lo que sucede, a lo que llega, porque para este poeta, "la poesía viene" y uno se tiene que sentar a escribir para tratar de decir aquello que trata de decir su nombre y que, de alguna manera, siempre será lo innombrable.

Innombrable, sí, como en la "Cita xi (santa teresa)": "¿qué es este ruido en la cabeza?/ ¿vos?/ ¿como delirio en la noche?/ ¿como pajarito hablador?/ ¿y en qué aposento volás de mi alma?/ ¿hermosura parada en la mitad de mi destierro como pies que piesan por mi calor/ ¿o vos?/ calor quemando sedes de mi sed?/ ¿puerta que abrís mi corazón?/ ¿o centro de mi alma donde alzás tu resplandor?/ ¿alma cubierta de tiniebla?/ ¿alma que es tiniebla hasta vos?/ ¿oscura alma para tu operación de claridad?/ ¿duro interior que consolás?/ su avísima?/ ¿luz que trabaja plenitud/ anchura/ largo del propio padecer?/ ¿cielito bueno lleno de alas como vos?/ ¿tu rostro atado a tu volar de vos?/ ¿a tu mirar que mira si no mira?/ ¿millón de vidas en que sos?/ ¿secreta designación de vos?/ ¿amor y mundo?/"

La poesía de Juan Gelman es una insistencia, una persistencia, una búsqueda de lenguaje, de palabras, de nombres, de formas de decir con la esperanza de que la poesía diga algo aun en el silencio que sigue a la pregunta. La poesía de Juan Gelman se da, sucede, nace, viene, llega, "como escribiendo cartas al silencio", en busca de la claridad y para romper todos los cercos de ausencias.

Para decirlo con un poema lejano de este mago de la palabra y el silencio líricos, "como una hierba como un niño como un pajarito nace/ la poesía en estos tiempos en medio/ de los soberbios los tristes los arrepentidos". La poesía nace entre los condenados a vivir, y su misterio no cesa, pero tampoco lo que desnuda ese misterio: la vida misma.

 
Serigrafía de Gerardo Esquivel
"Poesía de lo cotidiano recobrado en su vibración temporal, narrada y contemplada, en lenguaje de precisiones y modulaciones urbanas." Así define Julio Ortega la obra de Juan Gelman. Pero también, debemos agregar, es poesía cantada, aunque parezca redundancia o pleonasmo lo que decimos. Porque no todos los poetas conocen la canción del poema; o más bien muy pocos, y entre esos muy pocos está en principalísimo lugar Juan Gelman, quien jamás pierde el ritmo ni la melodía ni la nota, quien no padece sordera y sabe escuchar lo mismo la voz que el silencio, y conoce entonaciones y pausas, y domina la música de la lengua española y del idioma argentino. "El juego en que andamos", un poema que es música y es voz al mismo tiempo, además de magistral potestad de la paradoja, ejemplifica a la perfección esto que ahora digo: "Si me dieran a elegir, yo elegiría/ esta salud de saber que estamos muy enfermos,/ esta dicha de andar tan infelices./ Si me dieran a elegir, yo elegiría/ esta inocencia de no ser un inocente,/ esta pureza en que ando por impuro./ Si me dieran a elegir, yo elegiría/ este amor con que odio,/ esta esperanza que come panes desesperados./ Aquí pasa, señores,/ que me juego la muerte."

Al igual que en los casos de poetas como López Velarde, Octavio Paz o Gonzalo Rojas, nunca, ni siquiera en la prosa, la poesía de Juan Gelman deja de ser música; siempre está ahí presente el ritmo que forman las palabras certeras, como en "Las bellas compañías": "es muy común que un buitre me trabaje las entrañas no devorándolas sino más bien amándolas o como desgarrándolas para sacar a luz mis rostros últimos y míralos me dice mira lo que te comes animal me dice el bello buitre." O bien en esta otra prosa poética que es portento del canto: "bajo el frescor bajo la dura dulzura de este día de mayo como un cálido tiro reviviendo al revés viejos recuerdos de pésimas mujeres magníficas humanas y todo el hospital, el infeliz sorbe los vientos que estallan en su pulso y aprende aprende aprende que toda ruina sobrevive".

Una de las maravillas de la palabra de Juan Gelman es que su poesía no se hace vieja, sino que por el contrario sigue cantando con una vitalidad extraordinaria, sin afiliarse a la vejez y apostando cada día a que la palabra diga todo cuanto sabe y todo cuanto calla; la poesía de Juan Gelman es más joven y apuesta más que la de muchos jóvenes. Y no se arredra ante los riesgos del decir, como no se arredraba aquel López Velarde de Zozobra y El son del corazón, aquel Vallejo de Trilce y de los Poemas humanos, aquel Neruda de las Residencias, y todos los demás que no temen contrariar al lector, como tampoco temen dialogar con él. 

Al igual que Vallejo creía que él había nacido un día que Dios estuvo enfermo, Gelman mira a ese Dios caminando afligido. La poesía no es ciencia ni abstracción; es concreción de concreciones y duelo de paradojas; es mostrar que el poema más feliz puede salir también, y casi siempre, de las experiencias más desdichadas. Ay del poeta feliz, que escribe por encargo (de sus lectores) tiernísimos poemas desdichados.

Así como en su tiempo la poesía de Ramón López Velarde fue un sacudimiento de la retórica modernista y un decir en un idioma distinto, así la poesía de Gelman cava hondo en la palabra para obligarla a revelar algo, incluso cuando calla ante sus preguntas: "y Octavio Alberto José eligiendo/ sea cantar el término la finitud con voces melancólicas sea/ emperrados en fijar un instante creyendo que la vida como belleza es estática/ ¿acaso no dan luz como planetas ciegos a su propio destino?/ ¿y qué piensan la estrella el perro contemplando a Octavio trabajar?/ ¿no les llegará acaso su luz?/ ¿no es el sujeto del deseo la materia como el del macho la hembra?/ ¿no ha de girar Alberto como vida terrible cercenable indestructible en la noche del mundo?/ y José preso en su José mirando la calle/ mirándola desde esta eternidad verdaderamente/ ¿no mira contando comparando los quioscos de flores las vidrieras la gente?/ bajo la sombra del patíbulo ¿no contempla la belleza que pasa como lejos de su propio terminar?/ Octavio Alberto José niños ¿por qué fingen que no llevan la calma donde reina confusión?/ ¿por qué no admiten que dan valor a los oprimidos o suavidad o dulzura?/ ¿por qué se afilian como viejos a la vejez?/ ¿por qué se pierden en detalles como la muerte personal?"

Juan Gelman es uno de nuestros poetas mayores. Y la justicia poética, que sí existe, ha puesto su nombre junto al de López Velarde, ese "padre que nos lleva de la mano por la moderna poesía hispanoamericana", como dijera, también con justicia y con poesía, Víctor Sandoval.