Jornada Semanal,  11  de julio  de 2004         núm. 488

ANA GARCÍA BERGUA

NOTAS SOBRE 
LA MARCHA

No me convocó nadie a la marcha del domingo 27 de junio, ni siquiera eso que llaman los medios de comunicación. Por el contrario, lo que me impulsó a engrosar a las filas blancas que caminaron al Zócalo fueron las historias que corren de boca en boca: las de toda la gente cercana y no tan cercana con un asalto que contar, para quien lo quiera oír, y que en seguida encuentran eco en otras personas que relatan la suya, o peor aún, las suyas. Un diálogo infinito de percances, fatalidades y tragedias. Si fui a la marcha fue por la desesperación de ver que, cada vez más, es la nota roja la que marca el compás en nuestras vidas de ciudadanos, y por la ilusión de que, mediante la protesta pacífica, blanca y no roja, se haga algo que termine con este canto siniestro y banal. No, no fueron los miembros del Yunque, con quienes nadie me ha presentado hasta la fecha, ni los noticieros los que me convocaron; bueno hubiera sido que en todo esto hubiera algo de engaño y fantasía. 

¿CUÁNTO VALE LA VIDA de alguien? A la gente le quitan el dinero y aun así la matan; le quitan el coche y aun así la matan, cobran el secuestro y aun así la matan, la violan y aun así la matan. Antes le dejaban un periódico para cubrirse, un rencor, una indignación, un tiempo para continuar aquí. Ahora no dejan ni el aire, ni un rastro de sentido, pura desolación. ¿Pues qué los que trafican con el dolor no sienten dolor? Eso no puede ser sólo la necesidad; ahí hay saña, una locura que desconocemos. Impresionaba la cantidad de gente con pancartas en las que relataban: a mí me asaltaron, me robaron, mataron a mis familiares. A mucha gente, mientras marchaba, le salían las lágrimas. Y a muchos se nos cruzó por la cabeza el temor de haber dejado la casa sola, a merced de aquellos contra quienes nos manifestábamos, y el alivio de que, si acaso entraban a ella, no nos encontrarían.

EL BLANCO ES ENGAÑOSO y hace que todos nos veamos pulcros, de clase media (yo me fui con una blusa de Chiapas, pues me ganó el recuerdo de las protestas juveniles). Marchamos junto a gente a la que jamás hubiera uno pensado ver marchar en una manifestación o subirse al metro, y junto a personas de origen humilde. Yo creo que a todos nos sirvió. Ricos, pobres, y ni ricos, ni pobres: la clase media en sus gradaciones infinitas, gente con muchas, pocas o escasísimas propiedades, pero me temo que más preocupada por su vida que por otra cosa. Mientras caminábamos por 5 de Mayo hacia el Zócalo, llegué a pensar: mira nada más, para andar seguros y tranquilos en el Centro, basta con acompañarse de unos cuantos centenares de miles de personas hartas y aterradas. 

ME PREOCUPARON MUCHO, y no estoy en nada de acuerdo con ellos, los carteles que pedían la pena de muerte a los secuestradores, pero entiendo la ira de quienes los portaban. Me gustó mucho un cartel que sugería que los secuestradores recojan la basura, una idea de lo más práctica, puesta a la consideración de nuestras autoridades. Me gustó ver niños encabronados y me cayeron muy simpáticos los despistados que entraron al Zócalo coreando "el pueblo unido jamás será vencido". O aquella escena surrealista de la calle llena de coches elegantes con sus guaruras esperando a que el señor se manifestara: me acordé de que mi papá nos contaba de pequeños que en Suecia, el país más civilizado del mundo, los ricos salían a la calle a protestar contra los impuestos. Y la historia del carterista que aprovechó para robar me pareció, más que nada, matemática: tenía que haber una excepción para confirmar la regla. Al final cantamos el himno nacional, quizá un poco desconcertados porque nadie llevara el compás, pero eso era lo mejor: no había cabezas, ni líderes, ni gente que mandara a nadie (por eso decir que nos habían mandado resultó tan ofensivo). Y luego cada quien se fue a su casa, tan solo como llegó. 

¿SIRVIÓ DE ALGO LA marcha?, ¿nos acordaremos de la marcha cuando salga este artículo? Desde las muertas de Juárez, hasta los ciudadanos muertos sin sentido en las calles de las principales ciudades de la república, lo que no hay que hacer es acostumbrarse a vivir con criminales. Para eso fuimos a la marcha, para exigir que se termine el miedo de morir por un reloj. Y si no ya lo sabemos, se habrán inaugurado los paseos multitudinarios por la ciudad.