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México D.F. Domingo 11 de julio de 2004

Bárbara Jacobs

Un chasquido de los dedos

Alguien se ejercita en tocar las castañuelas. El sonido desciende hasta la acera por la que me desplazo en Bogotá. Del otro lado, han echado abajo una barda y veo, con extrañamiento y repulsión, una serie de edificios iguales que parecerían panales gigantes. Son construcciones con hileras de huecos uniformes que una vez fueron nichos de un cementerio. ƑA dónde se llevaron a los muertos y qué hicieron con ellos? El siguiente paso va a ser derribar estas estructuras para que el viento corra sin entrecortamiento y para crear un parque.

No puedo olvidar la imagen de los huecos entre las cuatro paredes cuando llego a la mesa de trabajo a deliberar, con otros dos jurados, a quién le vamos a dar el Premio Nacional de novela. Llevo una lista de lo que yo le pediría a una novela para acceder no a ningún premio sino simplemente al tiempo para ser leída. Mis compañeros completarían los requisitos y, por unanimidad, declararíamos desierto el premio.

Insomnio. ƑDesierto? El viento correrá sin obstáculos que lo detengan; las abejas crearán nuevos panales; los restos de los muertos fertilizarán un parque que reverdecerá.

Había bajado a la librería Lerner y me di a la tarea de leer El diario de Alice James esa noche lluviosa y fría. Al oír en la ceremonia nuestro fallo, recordé una anécdota citada por Alice James: Un amigo de Voltaire, en casa de éste, oía una declamación con un hijo de Racine que, cada tanto, creía reconocer versos propios y repetía entre dientes: "Ese verso es mío". Impacientado, el amigo se acercó a Voltaire y le dijo al oído: "Admítele su verso con tal de que se vaya". Así, yo quería que se supiera cuáles de las características eran mías.

Citaré dos: "Contar algo viejo que parezca contado por primera vez"; y: "Una novela debe estar tan bien pensada y escrita por un escritor como está concebido y construido un puente por un ingeniero". El mezquino orgullo que experimenté al oír mis cuasi tópicos no compensaba el malestar de haber declarado desierto el premio. Los "peros" que yo veía en las obras concursantes y rechazadas eran pan común entre la gente que, se dice, habla el mejor español. Pero corté de tajo las lúgubres reflexiones del insomnio y leí lo que durante los dos últimos años de su vida escribió Alice James.

Hermana de William y de Henry, inválida desde los 20 años, observó su reducido mundo y lo consignó en su diario. Admiraba a sus hermanos famosos; se sentía huérfana y anhelaba huir y estar "Sola, sola". Habla con nostalgia del hogar que creyó indestructible y que ahora no existía sino en su recuerdo. Sus páginas son contrastantes: entre el deseo de vivir y el de morir; entre el recuerdo y el presente; entre la creatividad y el silencio: "Aun no teniendo valor productivo, tengo un cierto valor como cantidad indestructible". Dice que no lee nada que suscite interés o reflexión, pues esto abre "la fuente de las lágrimas".

Es que no tuvo a un "šMíster Browning!" que se la llevara apasionadamente con él. Su invalidez de tres décadas no se justificó médicamente sino los últimos meses de sus 44 años de vida. Anota: "Henry se ha hecho de muchas perlas caídas de mis labios, que él hurta del modo más descarado, diciendo, sencillamente, que sabía que las había dicho alguien de la familia y por tanto no importaba".

Tan "no importaba" que, de las copias que por instrucciones de Alice hizo imprimir del manuscrito su amiga Loring, Henry destruyera la suya y William ni siquiera acusara recibo de ella (otra era para la propia Catherine Peabody Loring, que cuidó a Alice).

Alice también cita a un francés que rogaba ser liberado del dolor físico, porque era incapaz de tolerarlo; mientras que el dolor moral se lo quitaba de encima con "un chasquido de los dedos".

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