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Obituario   - NUEVO -
C O N T R A P O R T A D A
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México D.F. Domingo 11 de julio de 2004

MAR DE HISTORIAS

El Arenal

Cristina Pacheco

Ya estoy acostumbrado a que por estas fechas no suene el teléfono y a que las mujeres no entren en mi accesoria. Ni siquiera de lejos me dan los buenos días o las buenas tardes. ƑPara qué? Por el momento no les hago falta. Ya veremos si se comportan igual cuando no aparezcan los hombres que esperaban en estas vacaciones. Entonces vendrán a preguntarme si las han llamado, si recibí algún mensaje para ellas y si "de casualidad" se me olvidó apuntarlo.

Esas mujeres andan muy alborotadas. No recuerdan que el tiempo pasa con la misma velocidad para lo bueno y para lo malo. Si lo pensaran se darían cuenta de que las vacaciones no son eternas. Cuando terminen, sus hombres regresarán a Utah, Memphis, San Ysidro, Orange, Los Gatos. Entonces sólo me tendrán a mí.

Sé por experiencia que en cuanto vuelvan a quedarse solas, las mujeres entrarán en mi accesoria dispuestas a esperar horas y horas a que suene el teléfono. Para esconder sus ansias -mejor dicho, para no verme- se fijarán en el calendario o en los nidos de araña que hay en las paredes.

Como siempre, cada vez que oigan el timbre del teléfono todas se levantarán al mismo tiempo y permanecerán rígidas, como figuras de piedra, mirándome y oyéndome.

ƑQuién habla? No se escucha bien. ƑCon quién dijiste? Repítelo. Es que en el pueblo hay dos Senorianas; una Pantoja y otra Benigno. Ah, por allí hubieras empezado. Espérame; ahorita la llamo.

Todas esperan a ver qué nombre pronuncio o a quién señalo con el dedo:

Es para ti.

La elegida correrá a la caseta. Como la puerta no ensambla bien, a querer o no, todos oíremos lo que diga:

Preguntas.

ƑPor qué no viniste? šNo te quedes callado! šDímelo! ƑQué te entretuvo por allá?

Reproches.

Tendría que ser muy pendeja para creer eso de que no pudiste venir porque te encargaron otro trabajo. A mí me da lo mismo. Si me duele que no hayas venido es por mis hijos. Se pasaron tres días esperándote en la carretera. šPobres criaturas!

Amenazas.

No esperes que vaya a pasarme la vida esperándote. De una vez te advierto que si un día regresas no me encontrarás.

Si les tuviera voluntad, les diría a esas mujeres que en vez de entristecerse, le den gracias a Dios de que sus hombres no hayan vuelto. Así por lo menos se ahorraron la mortificación de ver que la persona que se va nunca es la misma que regresa.

 

II

 

Hace nueve años, cuando Agustina comenzó los preparativos para irse a El Arenal, en Texas, a cada rato se me acercaba para hacerme preguntas.

Eusebio: Ƒte duelen todavía las quemaduras? ƑPuedes sentir mi mano? ƑRecordarás cuánto te quiero? ƑEsperarás mis llamadas los sábados?

Reproches.

No tienes por qué decirme esas cosas. No me mires así, como si yo hubiera tenido la culpa de que explotaran los cohetes... además, en El Arenal trabajan puras mujeres.

Amenazas.

Si lo que quieres es hacerme sentir culpable, mejor ya no hablamos. Me largo de una vez a casa de mi madre...

Cuando Agustina al fin regresó, venía envuelta en silencio, esquiva, con la mirada perdida. Entonces fui yo quien hizo preguntas.

ƑPor qué dejaste de hablarme por teléfono? ƑEn quién estás pensando? ƑDe qué son esas marcas en tu espalda? ƑPor qué te pones a llorar cuando te acaricio?

Reproches.

Es muy injusto que me trates así después de que me pasé casi un año esperándote.

Amenazas.

No creas que voy a obligarte a que me digas qué sucedió en El Arenal. Nomás óyeme una cosa: si llego a enterarme de que me engañaste, juro que te mato.

A los tres meses de estar aquí, a finales de julio, Agustina volvió a ser la misma que era antes de irse a El Arenal. Me acariciaba sin importarle que sus dedos o sus labios tropezaran con las cicatrices que la explosión me dejó en todo el cuerpo. A medianoche se ponía a contarme lo bonito que era El Arenal o a enseñarme los retratos donde aparecía rodeada por sus compañeros de trabajo:

La del vestido escotado se llama July, la de atrás es Pamela. Las de la izquierda son Raquel y Mireya, unas gemelas simpatiquísimas. ƑVes a la que está hincada delante de mí? Se llama Susy. Su hermano entró al ejército y lo mandaron a la guerra en Irak. Todavía no sabe nada de él. ƑTe imaginas?

A pesar de que nuestro cuarto no estaba bien iluminado, yo descubría en todas las fotos, detrás de Agustina, al mismo hombre alto, corpulento, de cabello chino. Hice preguntas.

ƑEste quién es, cómo se llama?

Agustina sólo me contestó con reproches:

No me vas a salir conque me tienes desconfianza, Ƒverdad? No se vale que me vengas con eso después de que pasé tanto tiempo trabajando como mula en los campos.

Acabé amenazándola.

Me dices de una vez cómo se llama ese tipo y qué chingaos hay entre ustedes o te largas. šHabla!

Pero enseguida me arrepentí. Tuve miedo de lo que ella pudiera contestarme y la besé para impedir que hablara. Agustina intentó apartarse pero la estreché con más fuerza. Bebí sus lágrimas y devoré cada palabra que salía de sus labios antes de que alcanzara mis oídos.

Después de aquella noche, feroz y larga, no volvimos a mencionar El Arenal. Pensé que con eso se borraba todo lo que Agustina había vivido mientras estuvo lejos de mí. Una noche, sin saber por qué, de nuevo le hice preguntas.

ƑDónde tienes guardadas las fotografías?

Reproches.

Haces muy mal en ocultármelas.

Amenazas.

Si llego a encontrarlas, pensaré lo peor y entonces, Ƒrespondo de mí? Conste que te lo estoy advirtiendo.

Agustina se quedó callada y no tuve pretexto para besarla.

A partir de ese momento ella volvió a hundirse en el silencio. Iba y venía por la casa ordenándolo todo. Luego se dedicó a meter su ropa en las mismas cajas en que la había traído de El Arenal.

Cuando terminó de empacar me avisó que se iba esa noche, que caminaría hasta la casa de Ladino para pedirle que la llevara en su camioneta a la terminal. No dije nada. Fue Agustina quien preguntó.

ƑNo quieres saber por qué me voy?

Reprochó.

Si hay algo que no soporto de ti es que seas tan cobarde.

Amenazó.

Si vas a buscarme te denuncio ante la policía.

Sus palabras no me infundieron ningún temor. Estaba tan cansado que ni siquiera intenté detener a Agustina. Oí sus pasos alejándose por el camino hasta que se borraron. De pronto, en medio del silencio, recordé las fotos, o mejor dicho al hombre que siempre aparecía detrás de Agustina. Si ella no me revelaba su nombre, jamás lo sabría. Corrí hasta la casa de Ladino. Llegué en el momento en que arrancaba la camioneta. Me acerqué a la ventanilla de Agustina y pregunté:

ƑCómo se llama el tipo?

Dijo algo que no alcancé a escuchar. Tal vez haya sido la promesa de que un día me llamará por teléfono.

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