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C A P I T A L
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México D.F. Domingo 11 de julio de 2004

Angeles González Gamio

Santa María la Redonda

Los que ya no se cuecen al primer hervor recordarán cuando un tramo del ahora llamado Eje Central Lázaro Cárdenas llevaba el nombre de Santa María la Redonda, debido a la linda iglesia con ese apelativo que se encuentra a unos pasos de la avenida, que en el tramo anterior se llamaba San Juan de Letrán, denominación que le dio el colegio así nombrado y que acogió a la Academia de Letrán, especie de tertulia literaria en la que participaban, entre otros, Guillermo Prieto, José María Lacunza, Ignacio Ramírez, El Nigromante, y Andrés Quintana Roo. El trecho precedente se designaba Niño Perdido y también tiene su historia, que en otra crónica platicaremos, pues hay distintas versiones.

Es una tristeza que estos nombres tan significativos se hayan quitado, y no perdemos la esperanza de que se coloquen placas que digan Eje Central-tramo San Juan de Letrán, y así sucesivamente, para que no se pierda la memoria histórica de la antigua ciudad de México, petición que el Consejo de la Crónica, a propuesta de su ilustre miembro Miguel León Portilla, ha venido haciendo hace años con poco éxito.

Hoy platicaremos la historia del templo de Santa María la Redonda y su imagen que, como tantas en la ciudad, tiene su leyenda: en 1524 los franciscanos levantaron una de las primeras capillas de indios en la recién fundada capital de la Nueva España. La dedicaron a la Asunción de María Santísima, y a finales del siglo edificaron junto un colegio para estudiantes indígenas. En 1677 la iglesia se rehízo y es la que podemos admirar en la actualidad.

De la imagen que la preside se cuenta que el sacerdote Rodrigo de Sequera trajo de España la cabeza y manos, entregándosela al padre guardián, quien se las mostró a una virtuosa y noble dama india, que se ofreció a mandar a hacer el cuerpo. Curiosamente, al llegar a su casa la esperaban "como llovidos del cielo" tres talladores que buscaban trabajo. Llena de regocijo, les encargó el cuerpo, proporcionándoles un cuarto en la casa para que trabajaran. Transcurridos tres días, en los que la dama no tenía ninguna noticia, curiosa se asomó a la habitación y ahí se encontraba la bella imagen completa y los artesanos habían desaparecido. El hecho se tomó como un milagro y la virgen ganó decenas de fieles que le pedían su milagrito.

El templo, en un estilo barroco sobrio, con una sola torre y un nicho sobre el portón que aloja una imagen de la virgen labrada en piedra, tiene la peculiaridad de que el ábside que aloja el altar mayor es como una rotonda con arcos y esbeltas columnas, lo que le dio el nombre de Santa María la Redonda. Conserva un pequeño y arbolado atrio que da a una agradable plaza, en la que los domingos se instalan señoras a vender antojitos y la misa de 12 es acompañada por la música de mariachis, que sólo tienen que cruzar la avenida, ya que del otro lado se encuentra la plaza Garibaldi, sede de los mejores -y peores- grupos de mariachis de la ciudad.

La virgen de la leyenda tuvo otra aventura que encierra su misterio. No se sabe cómo ni cuándo, un día desapareció del altar mayor y fue sustituida por una imagen corriente de yeso, pintada de colores chillones. Hace unos años a la historiadora Evangelina Villarreal le dieron el encargo de hacer un inventario de los objetos de antiguas iglesias del Centro Histórico. En sus recorridos advirtió que la imagen de piedra que se encontraba en el nicho de Santa María la Redonda era idéntica a una virgen con restauración casera, que sin embargo dejaba ver su belleza barroca, ocupando un espacio lateral en la iglesia de la Candelaria de los Patos. Curiosa, preguntó de dónde había venido y le comentaron que el padre Chinchachoma la había sacado de San Jeronimito, cuando se le cayó el techo, y se las dio en custodia; rastreando la pista resultó que era la virgen de Santa María la Redonda.

Empeñosos esfuerzos del párroco Chipriani, a la sazón encargado de la parroquia, y de la historiadora, lograron que volviera a su templo, en donde ahora la podemos admirar, ya muy bien restaurada.

Otro atractivo de la añeja iglesia es que esta a dos cuadras de la pozolería de la familia Alvarez Garduño, situada en la calle de Moctezuma 12, dentro de un modesto edificio de departamentos, donde tiene que tocar el timbre que dice pozole. Va a entrar a un agradable lugar, limpísimo y con bella decoración, y va a degustar el mejor pozole de la ciudad; martes, jueves y sábado hay verde, y todos los días blanco. El manjar se acompaña con un mezcal guerrerense de lujo, y como botana taquitos de chorizo de Tixtla y de "sobrantes y faltantes" o sea, de sesos y lengua. Los domingos cierran.

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