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México D.F. Martes 6 de julio de 2004

Teresa del Conde/ I

Contra la amnesia

El museo Carrillo Gil celebra 30 años con una exposición a la que habré de referirme y también con un simposio sobre coleccionismo integrado por tres paneles de discusión. Mañana tendrá lugar el último en la sala audiovisual de ese recinto, a las 19 horas.

La opción de entreverar piezas clave de la colección permanente con documentación acerca de todo lo que se ha llevado a cabo a partir de la apertura del Carrillo Gil, ha sido considerada por algunas personas como excesivamente densa debido al espacio que ocupa la documentación.

Entiendo la ''desilusión" de quienes así se han expresado (verbalmente), pero no la comparto porque el conjunto resulta ser totalmente contemporáneo. Desde hace unas dos décadas el testimonio sobre arte resulta ser más importante que el arte mismo. ƑDónde quedarían, pongamos por caso, las acciones de Beuys, sin el recuento de las mismas? Por eso me parece que el trabajo llevado a cabo por los curadores de la muestra: Ana Garduño, Jorge Reynoso y Alvaro Vázquez, con la impecable museografía de Armando Sáenz, es digno de elogio como lo es también la venia que el directordel museo, Carlos Ashida, depositó en ellos.

La primera sala, donde por lo común se han exhibido selecciones de la colección ''clásica" ofrece reacomodo acertado, pero no depara muchas sorpresas, o no me las depara a mí, porque son inumerables las veces que asisto al Carrillo Gil, sólo para saludar a los Orozcos y los Siqueiros, sobre todo si como ahora al lado de las espléndidas pinturas se exhiben dibujos y grabados.

En esta sala se encuentran también los cuadros cubistas de Diego Rivera, que -la verdad sea dicha- excepto Maternidad no están entre lo mejor que Diego Rivera realizó en aquella etapa europea.

La segunda planta se inicia con Gun-ther Gerzso. Este rubro por sí solo ameritaría una nota aparte porque el cambio implicado en pinturas que se han exhibido con frecuencia, como Estela blanca y La torre (1955) hacen contrapunto perfecto con un lapso en el que Gerzso se pronunció por una abstracción matérica, deslumbrante en su factura, que le fue desatada por una visita a Grecia y a las islas. Entre estas pinturas están Paisaje de Micenas (1960) y Paisaje griego sf.

Los cuadros son ''gemelos" en cuanto a poética y datan con toda seguridad del mismo año. Si Gerzso no firmó ni fechó el segundo de ellos fue porque la composición se hubiera desbalanceado, cosa que no sucede con el primero.

Paisaje del Peloponeso está fechado en 1959 igual que La guerra de Troya. Argos (1960) con los dosificados toques oscuros en el extremo superior izquierdo abre este conjunto que se encuentra antecedido por un ''ensayo" de depuración máxima, carente del lirismo que ofrecen estas pinturas alusivas a sus recuerdos de la Hélade. Me refiero a Spaciale (1959).

Estos cuadros ostentan unos marcos -caja en madera gruesa, cuyo diseño los realza y los dignifica sin aspaviento alguno. Gerzso no habría de retomar el tipo de abstracción matérica propia de la serie griega. El hito siguiente en su producción preludia la etapa con la que mayormente se le identifica, misma que tiene entre sus obras más notables el cuadro Cecilia, de factura tan precisa y delicada como la de los cuadros flamencos del siglo XV, el esplendor de la pintura al óleo en todo su apogeo, en contraste con los dorados y luminosos cuadros ''secos" a los que me he referido.

El recorrido continúa con obras de Paalen de 1958 y 1959, año en el que el artista se suicidó en Taxco, Guerrero. Esos cuadros de floraciones son explosiones de vida y de alegría: uno de ellos es tan texturado como lo fueron aquellos paisajes de un pintor venerado por Van Gogh: A. Monticelli.

Hay un buen conjunto de obras del propio doctor Carrillo Gil. No desmerecen en nada respecto de lo que he venido comentando, cuantimás que Rodas (1958) , el mejor de todos, simula ser un viejo documento en papel, pues ofrece un ligero efecto de trampantojo mediante el recurso de collage simulado.

Los cuadros de pequeño formato que integran vidrio estratégicamente estrellado, suman quizá dos instancias. Seguramente el autor se había enfrentado con el Gran Vidrio de Duchamp, que debe haberlo impresionado no poco.

Estas piezas evidentemente homenajean la Noche estrellada, de Van Gogh, lo que indica que Carrillo Gil trasponía sus contenidos valiéndose de la semántica. Pero el cuadro así titulado (Semántica) es entre todos los que de él se exhiben, el único que no es afortunado porque a mi juicio lo saturó en extremo. Es una pintura too busy.

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