Jornada Semanal,  domingo 4 de julio  de 2004                núm. 487

Luis Tovar

POBRES RICOS INFIELES
(II Y ÚLTIMA)

El título elegido para la película de Raúl Araiza –En la trampa– es una alusión directa, cargada de sentido, a lo que puede significar un matrimonio a partir de un conjunto de circunstancias dado. La perspectiva narrativa del filme permite concluir que, para el protagonista, es su propia vida la que de súbito se encuentra atrapada en medio de un cúmulo creciente y abrumador de obligaciones materiales, éticas, psicológicas, etcétera. Hay una escena clave: cuando está aceptando un empleo de chofer, a José Alonso se le congela de inmediato la sonrisa al escuchar a su nuevo jefe hablar burlonamente de los pilotos de carreras, pues Alonso, movido por la necesidad, tuvo que abandonar el sueño de pilotar en el Autódromo Hermanos Rodríguez.

El título de la película de René Bueno, por su parte –Siete mujeres, un homosexual y Carlos–, se hace eco de una conseja o máxima popular según la cual, como se nos informa en boca de tres personajes en tres distintos momentos del filme, "a cada hombre le corresponden siete mujeres y un homosexual". Nombre de entrada engañoso, pues cualquiera imagina que verá una historia en la que participen e interaccionen un tal Carlos, un homosexual y siete mujeres. En cambio, lo que tenemos es la mención reiterada de dicha frase, cuyo franco machismo no se queda en el título sino que orienta el desarrollo de la trama.

La misma ligereza que hizo posible tomar como punto de partida un chiste machista hace que la totalidad del filme se quede fuera de cualquier atisbo de profundización, por un lado, y por otro hace que algunos símbolos típicos de la relación vertical entre hombres y mujeres aparezcan en momentos clave de la trama. Ejemplos de lo primero son las "explicaciones" simplistas que hacen dos personajes: el jefe de Carlos cuando quiere justificar su conducta infiel, y Mónica, la oficinista acosadora que para convencer a Carlos le asegura que "sólo se trata de sexo". Ejemplos de lo segundo son la propuesta de "rescatarla" que hace el padre de Camila, y el final "salvamento" de ésta por parte de Carlos, cuando ella ha decidido volver a la casa paterna y no puede hacerlo porque justo en ese momento va a parir y Carlos tiene que llevarla al hospital. Mágicamente –y de modo tramposo y traicionero de cara a todo lo que hemos venido viendo–, la conclusión del embarazo resuelve todas las diferencias entre Carlos y Camila y los instala de un solo golpe en una felicidad sin fisuras. Es como si, de alguna manera, el final de los cuentos de hadas se hubiera movido sólo un poco: en lugar de decir "se casaron y fueron felices para siempre", aquí se afirma que "tuvieron un hijo y...". (Mucho más realista, Araiza hizo que José Alonso y Blanca Guerra vivieran largas noches insomnes de chillido y biberón, y cuando él quiere dejar la casa, el chantaje consiste en hacer que el pequeño hijo, ya crecido, vaya a hacerle carantoñas a papá justo cuando éste se encuentra haciendo las maletas.)

MUJERES NECIAS QUE ACUSÁIS

Se supone que Carlos personifica la virtud asediada. Quiere ser fiel a su esposa y encuentra todos los obstáculos posibles para serlo. En un momento dado se pregunta y le pregunta a Luci, la secretaria infiel, si está equivocado, y ésta le responde con una joya metafórica: las relaciones de pareja son como el futbol: siempre hay la misma cantidad de jugadores, la misma cancha y las mismas reglas, pero cada partido es diferente... Más tarde, cuando Luci da por hecho que Carlos está siendo infiel, le pregunta con sorna: "¿Ya te echaste un partidito?" Por supuesto, la referencia al universo del balón puede ser todo menos casual; está ahí precisamente porque, en un contexto teñido lo mismo de machismo que de misoginia, una masculinidad endeble sólo es reconocida como tal a partir de signos externos e identificaciones inmediatas y digeridas de antemano. El propósito de incluirla fue, quizá, tener un buen excipiente para que la sustancia activa pasara con mayor facilidad; el resultado fue, sin duda, la reproducción de un lugar común más grande que el Estadio Azteca.

A mayor abundamiento, ahí están los numerosos y sexistas encuadres de las nalgas y los senos de Ninel Conde, ni siquiera desde la perspectiva subjetiva de Carlos, como bien pudo hacerse, sino en rotundos planos cerrados (alguien me dijo que no podía ser de otro modo, tomando en cuenta que quien actúa no es Conde, sino las aludidas partes de su anatomía).

(Continuará.)