La Jornada Semanal,   domingo 4 de julio  de 2004        núm. 487
 Gangsterismo en la 

Pintura Mexicana

Rufino Tamayo

Por sólo una vez voy a romper mi acostumbrado silencio, alarmado por la presencia de algo que bien podríamos llamar un punto gangrenoso en el ambiente pictórico de México.

Al referirme a él, únicamente deseo que todos quienes verdaderamente nos interesamos por el destino de nuestra pintura, nos esforcemos por liberarla de esta lacra que está impidiendo su libre desarrollo, sobre todo en este momento en que necesita sostener su presencia con valores reales, si es que ha de entrar de lleno y con éxito en su etapa de universalidad.

Como todos sabemos, por ahora estamos siendo testigos de la tiranía en nuestra vida pictórica, de un gangsterismo al que sólo le falta el uso de la pistola Thompson para igualarlo con aquel de negra memoria que floreció en Chicago en tiempo de la prohibición.

Porque es evidente que alguien pretende que México es un feudo al que no debemos tener acceso ninguno de quienes ponemos todo nuestro esfuerzo para servir al país de la mejor manera posible. Se pretende que México es el campo exclusivo de acción de alguien que pone en juego todo su ingenio, para tratar de evitar que nadie más tenga beligerancia en las cuestiones pictóricas del país.

Hay quien tiene verdadera urgencia de acumular "gloria nacional" (yo mejor diría "gloria temporal") y para lograrlo, no tiene empacho en hacer uso de la mentira, arrojando inmundicia sobre quienes nos preocupamos por abrir a nuestra pintura nuevos y variados horizontes, como corresponde a la riqueza de nuestra tradición plástica.

A mí me ha tocado en suerte ser el blanco principal de los ataques de esta "maffia" y de este modo, mientras más logro abrirle paso a mi obra en el extranjero, más he despertado la envidia de quienes no toleran que nadie se destaque.

Ahí está como ejemplo categórico de lo que digo, lo sucedido a propósito de mi presencia en la exposición Biennale de Venecia, la que constituyó sin duda una de mis más satisfactorias experiencias.

La prensa de Italia y la de París se ocuparon con mucho interés de esa actuación mía, como lo demostré con las pruebas respectivas a mi regreso a México y como lo comprobaron también las personas venidas de nuestro país para presenciar ese evento.

Sin embargo, en México se trató de demostrar por todos los medios posibles, que mi presencia en la Biennale constituyó mi más rotundo fracaso. Mucho me gustaría conocer las pruebas que se exhibieron para demostrarlo. 

¿Cómo iba a interesar en Europa ese pintor "colonial"–se dijo–, cuya visión de México no pasa de ser igual a la de un extranjero que viene por pocos días para llevarse consigo una imagen superficial de lo que el país es en realidad?

Siento mucho desilusionar a quienes así se expresaron, y como digo antes, a mi regreso probaré cuantas veces sea necesario, que he tenido la fortuna de que mi obra interese más de lo que puedan sospechar quienes inútilmente tratan de detener el proceso evolutivo de la pintura mexicana y del cual creo ser un activo promotor.
 
 
Vista del trabajo de Rufino Tamayo en el mural
Nacimiento de nuestra nacionalidad, en el
Palacio de Bellas Artes (Foto: Juan Guzmán),
1952, Plata sobre gelatina, 12 x 17.5 cm.
Col. Juan Guzmán. Archivo Fotográfico 
Manuel Toussaint, Instituto de Investigaciones
Estéticas, UNAM.
En realidad toda esa intriga característica del momento presente en nuestro medio, en lo personal no ha logrado sino agrandar muy considerablemente el número de amigos de mi obra, cosa que me produce una honda satisfacción, pero debo confesar que en cambio por lo que se refiere al efecto que produce en nuestro ambiente no deja de preocuparme.

Porque hay que pensar en que se está estableciendo un ejemplo peligrosísimo que puede hacer escuela entre quienes, sin reflexionar, piensen que el éxito no consiste en la permanencia de la obra, sino en la habilidad para lograr posiciones no importa cómo, así sea a base de empañar por medio de argucias el valor de la obra de los demás.

Porque hay que pensar también en que este procedimiento tan singular y que ya está conquistando fama más allá de nuestras fronteras, está dando motivo para que se hagan críticas duras que redundan en perjuicio del prestigio de nuestro movimiento. 

"¿Qué dice la pintura a la pistola?", me preguntó el otro día frente a un grupo de personas, una importante figura del arte contemporáneo. En un principio yo creí ingenuamente que se trataba de la pistola de aire, aquella que fue la tarabilla con la que se nos ensordeció por algún tiempo, para después desaparecer en el más completo olvido. Cuando me di cuenta de que se iba a explicar que se trataba de la "45", tuve que ingeniarme para desviar la conversación a fin de evitar que se entrara en el relato de lo que se sabe sucede en nuestro ambiente pictórico.

Y es que la pistola es el símbolo con el cual ya empieza a representarse universalmente a toda esta intriga en que se debate nuestra pintura y que le está conquistando una fama que indudablemente es en detrimento de sus valores positivos.

Insisto en que estamos obligados a encontrar la fórmula que limpie totalmente nuestro ambiente, en el cual, si ha de ser necesaria la competencia como una forma de superar nuestra pintura, que esa competencia se desarrolle con hidalguía, es decir en una plano superior, como corresponde a espíritus forjadores de cultura y no haciendo uso de técnicas propias de gente sin escrúpulos.

Pero creo que todavía sería mucho mejor que cada uno de nosotros nos dedicáramos simplemente a hacer nuestro trabajo en la medida mejor de nuestras posibilidades, dejando a los demás hacer libremente lo mismo.

Creo que sólo de esta manera lograríamos que la pintura mexicana se convirtiera en un producto verdaderamente importante tanto por la variedad de sus manifestaciones, como por sus grandes posibilidades

París, Nov. de 1950. Publicado en Excélsior