La
piedad
de
Rodríguez Lozano
Paul
Westheim
Foto del mural La piedad
en el desierto,
de Manuel Rodríguez
Lozano,
originalmente en el pasillo
de
Lecumberri (Foto: Juan Guzmán),
1942, plata sobre gelatina,
25 x 201 cm.
Col. Juan Guzmán.
Archivo Fotográfico
Manuel Toussaint, Instituto
de
Investigaciones Estéticas,
UNAM.
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La
piedad, de Manuel Rodríguez Lozano, mural
de la Penitenciaría, acusa la clásica estructura de triángulo.
Las masas conclusas en sí mismas forman, por así decirlo,
una pirámide, que descansa sobre ancha base y cuyo vértice
es la cabeza de la Virgen. El rebozo une la cabeza con el cuerpo, convirtiéndolos
en una sola masa de unidad plástica. A la derecha la silueta de
la manga se continúa en la línea de las piernas. El segundo
lado del triángulo lo forman las cabezas de madre e hijo y la pierna
derecha de la madre. El eje central parte de la cabeza de la Virgen y atraviesa
el cuerpo del difunto. Los pies abajo y la línea de remate del cuerpo
exánime se despliegan en la horizontal. Otra horizontal es la de
los brazos del hijo, brazos que penetran en el espacio, violentos e implacables,
de duras aristas, que no saben de curvas, de las suavidades de la carne.
Y con aristas no menos duras, no menos brusca y violentamente caen, casi
en ángulo recto, los antebrazos. Las manos de la madre apoyan los
brazos del hijo muerto, los mantienen en la horizontal, subrayan forma
expresiva la inerte rigidez del cuerpo. El borde inferior de su blusa
acentúa, una vez más, la horizontal. Todos los elementos
formales están relacionados entre ellos y con el todo; a ninguno
se le permite desarrollarse por sí solo, iniciar un movimiento que
no esté legitimado por los movimientos de los demás, que
no contribuya a intensificar y robustecer el desenvolvimiento espacial
del conjunto. Todo está ordenado consciente y meditadamente. Todo
lo que pudiera contradecir o contrarrestar este orden, está suprimido.
Disciplina suprema, suprema parquedad en los recursos expresivos. Colores
fríos, opacos. Ningún tono vivo, nada de brillantez. Sumisión
al destino, dolor sin queja. Para expresar lo que quiere expresar, el artista
recurre a valores funcionales, al lenguaje de la estructura, a la consonancia
y el contraste de líneas y colores.
Esta Piedad, en su honda melancolía
y resignación, en su contenida angustia, es una Piedad muy
mexicana.
Publicado en
julio de 1954
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