La Jornada Semanal,   domingo 4 de julio  de 2004        núm. 487
 La piedad
de Rodríguez Lozano

Paul Westheim


Foto del mural La piedad en el desierto,
de Manuel Rodríguez Lozano, 
originalmente en el pasillo de
Lecumberri (Foto: Juan Guzmán), 
1942, plata sobre gelatina, 25 x 201 cm. 
Col. Juan Guzmán. Archivo Fotográfico
Manuel Toussaint, Instituto de 
Investigaciones Estéticas, UNAM.
La piedad, de Manuel Rodríguez Lozano, mural de la Penitenciaría, acusa la clásica estructura de triángulo. Las masas conclusas en sí mismas forman, por así decirlo, una pirámide, que descansa sobre ancha base y cuyo vértice es la cabeza de la Virgen. El rebozo une la cabeza con el cuerpo, convirtiéndolos en una sola masa de unidad plástica. A la derecha la silueta de la manga se continúa en la línea de las piernas. El segundo lado del triángulo lo forman las cabezas de madre e hijo y la pierna derecha de la madre. El eje central parte de la cabeza de la Virgen y atraviesa el cuerpo del difunto. Los pies abajo y la línea de remate del cuerpo exánime se despliegan en la horizontal. Otra horizontal es la de los brazos del hijo, brazos que penetran en el espacio, violentos e implacables, de duras aristas, que no saben de curvas, de las suavidades de la carne. Y con aristas no menos duras, no menos brusca y violentamente caen, casi en ángulo recto, los antebrazos. Las manos de la madre apoyan los brazos del hijo muerto, los mantienen en la horizontal, subrayan –forma expresiva– la inerte rigidez del cuerpo. El borde inferior de su blusa acentúa, una vez más, la horizontal. Todos los elementos formales están relacionados entre ellos y con el todo; a ninguno se le permite desarrollarse por sí solo, iniciar un movimiento que no esté legitimado por los movimientos de los demás, que no contribuya a intensificar y robustecer el desenvolvimiento espacial del conjunto. Todo está ordenado consciente y meditadamente. Todo lo que pudiera contradecir o contrarrestar este orden, está suprimido. Disciplina suprema, suprema parquedad en los recursos expresivos. Colores fríos, opacos. Ningún tono vivo, nada de brillantez. Sumisión al destino, dolor sin queja. Para expresar lo que quiere expresar, el artista recurre a valores funcionales, al lenguaje de la estructura, a la consonancia y el contraste de líneas y colores.

Esta Piedad, en su honda melancolía y resignación, en su contenida angustia, es una Piedad muy mexicana.
 

Publicado en julio de 1954