La Jornada Semanal,  4 de julio  de 2004        487


N O V E L A

QUÉ SUCEDE ANTES DEL AMOR

LAURA NOVARO

Cristina Rivera Garza,
Lo anterior,
Tusquets Editores,
México, 2004.

Cristina Rivera Garza, la reconocida escritora tamaulipeca radicada en San Diego, California, sorprende una vez más por su originalidad en su más reciente novela Lo anterior, en la que se destierran la narración de sucesos y los lugares comunes de las historias de amor. "Lo exasperante es que esto no es una historia", confiesa el narrador polifónico que por momentos revela su identidad cuando se reconoce la voz velada de la autora, quien nos advierte que esta no es una historia única, sino varias posibles, ni tampoco susceptible a ser descifrada, porque no es sino una disertación sobre el lenguaje.

Rivera Garza busca desentrañar aquello que siempre se fuga: los inasibles cimientos sobre los que se funda la idea del amor, porque lo único que sucede entre la pareja es la nada. Es una historia inventada que nunca llega a ser historia, pues en ella se imagina a una mujer que mientras fotografía el desierto en un vano intento por aprehenderlo encuentra a un hombre moribundo bajo la sombra de una roca. Después de fotografiarlo también a él se cerciora que aún esté vivo, para después encontrar un pequeño papel arrugado dentro de su mano. En él se halla escrita una frase que la hará tomar una extraña decisión: "El amor siempre ocurre después, en retrospectiva. El amor es siempre una reflexión..." Ese encuentro, real o imaginado, es el detonante que desata una profunda reflexión acerca de la relación amorosa, porque anuncia el potencial de una historia de amor que vendrá siempre después, como una promesa.

La novela carece de un conflicto y un desenlace, pues Rivera Garza maneja una serie de registros narrativos que con irónica languidez revela la imposibilidad de comunicación amorosa a través del lenguaje. ¿Por qué? Porque el amor, mientras sucede, no puede traducirse en palabras. Cuando se logra plasmar la historia en lenguaje es porque ya ha quedado en el pasado, como la escritura es la traición al lenguaje hablado y a su cualidad de ser siempre presente. El amor nunca puede aprehenderse, pues significaría que ya ha quedado atrás.

Como el dolor que carece de una referencialidad clara, como el expresionismo abstracto que deja al ser humano sin palabras al sólo emitir sonidos bestiales a causa de esa incapacidad de lenguaje, ella, la mujer del desierto, la extraterrestre desde el punto de vista masculino, la mujer total, es feliz cuando logra desmembrar los objetos y sacarlos de su contexto. El hombre que es todos los hombres –el que yace en el desierto, el doctor, el ventrílocuo al que la mujer conoce en un restaurante, el hombre que se desvanece– comparte con ella historias ajenas con la convicción de que todo lo verdadero sucede en sueños. El lenguaje del amor sólo puede ser imaginado; su verdadera historia, un invento, una construcción artificiosa de la mente que extrae los sentimientos e intenta definirlos aun a sabiendas de que se disolverán en el vacío. Ese vacío es el que la autora metaforiza en el desierto, un desierto espacial, el espacio conformado de palabras; y el simbólico, el abismo entre seres de distintos planetas como el hombre y la mujer, el desierto mental en el que divaga un hombre que yació casi muerto con un trozo de papel en la mano, y una mujer que saluda desde su propio planeta a un extraño. Lo anterior es el afán de recordar lo que no se ha podido olvidar, el preludio que anuncia el vacío generado entre el hombre y la mujer, la "historia diminutiva de la resolana" que precede al anochecer como un "sonido anaranjado de la melancolía". Cristina Rivera Garza juega con la construcción de un sueño como única narrativa posible, conformado por trozos de la vida y de la muerte