Jornada Semanal,  domingo 4 de julio  de 2004             núm. 487


ESCRIBIR PARA NIÑOS

Decía Borges sobre dos de sus escritores más amados, Rudyard Kipling y R. L. Stevenson, que quien escriba para niños siempre será víctima de un malentendido. Dicho malentendido, creo, consiste en que los lectores darán por sentado que quien escriba para niños es simple, inocentón y hasta mal escritor. En el caso de Kipling, uno de lo mejores autores de lengua inglesa, bastará con leer el formidable cuento "El hombre que sería rey" o la espléndida novela Kim, para darse cuenta de que tenía un rango amplísimo y que era un escritor poderoso, capaz de recrear atmósferas complejas y enloquecedoras con soltura maravillosa. Es el mismo caso de Stevenson, autor de La isla del tesoro y también de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, atrevida hipérbole que explora las pulsiones más oscuras del alma humana.

Borges hizo lo suyo para contribuir al malentendido. Dice, acerca del dragón, en el Manual de zoología fantástica: "Nos parece pueril y suele contaminar de puerilidad las historias en que figura." Siempre me ha extrañado esa afirmación, pues sé, por Borges mismo, cuánto amaba la Saga de los Volsungos –cuyo héroe es Sigurd, el matador de dragones–, poema emparentado íntimamente con El cantar de los Nibelungos, otro de su textos favoritos, en el que el antagonista es, claro, un dragón. Hay, además de Sigurd y Sigfrid, otro héroe amado por Borges, cuya misión final será la de acabar con un dragón: Beowulf. Reproduzco unos versos del poema "Fragmento", contenido en el hermoso libro El otro, el mismo, de 1964: "Una espada para la mano/ Que dará muerte a la serpiente en su lecho de oro,/ Una espada para la mano/ Que ganará un reino y perderá un reino/ Una espada para la mano/ Que derribará la selva de lanzas/ Una espada para la mano de Beowulf." La historia a la que se refiere el poema no suena muy pueril que digamos, aunque el dragón aparezca en el canto treinta y cinco en toda su gloria.

Habría que analizar con cuidado la espléndida nómina de escritores que, en el siglo xx, dedicaron buena parte de su tiempo a escribir para niños: Michel Tournier, Salman Rushdie, Henning Mankell, C. S. Lewis (que dejó caer algunas gotas de funesto veneno antiárabe en sus Crónicas de Narnia, hecho que merece un artículo entero), J. R. R. Tolkien, Michael Ende y Ursula Le Guin. Tournier, Rushdie y Mankell, mucho más conocidos por sus obras "para adultos", no han sido víctimas de la tergiversación mencionada, mientras que los demás, a pesar de sus seriedad intelectual, han sido mal leídos y peor entendidos por la crítica. Lewis y Tolkien tuvieron que enfrentar problemas en la Universidad de Oxford debido al éxito de sus obras para niños, pues sus colegas les reprocharon el haber dedicado tiempo que hubieran podido utilizar en sus estudios de lingüística, filología y pensamiento medievales, en escribir tonteras.

Reconozco que soy escritora ocasional y lectora voraz de libros para niños, y que si aparecen dragones en ellos, mejor. Comparto con pocos adultos esta afición: entre los miembros de mi familia y mis amigos, estos libros no son populares. Afirmar que la serie Harry Potter es una de mis lecturas favoritas es interpretado como una extravagancia que además me hace víctima del fenómeno comercial que estos libros protagonizan. Pero no soy: leí Harry Potter y la piedra filosofal mucho antes de que Hedwig, el búho de Harry, saliera en los comerciales de Coca Cola.

En diciembre de 2000 llegó el momento en el que comenzarían las campañas de comercialización, aunque ya se había publicado el cuarto volumen. Como tantos, yo aguardaba con pesimismo el resultado de la inundación de productos comerciales que cambiarían el destino del libro.

Desafortunadamente, no me equivoqué: hay niños que no leerán el libro y se conformarán con las películas. Pero J.K. Rowling, a quien me gusta imaginar arrepentida por haber firmado las cesiones de derechos, me maravilló con el quinto volumen: Harry Potter y la Orden del Fénix. Se avecina una guerra; el gobierno miente, censura y castiga a quienes ven a través del velo de demagogia sedante; hay libertades coartadas. El mal se cierne sobre el mundo, sostenido por sus cómplices y por la apatía. Es lo que sucede en estos días. Hay, incluso, una reforma educativa tan estúpida como la que se pretende imponer aquí y ahora. Sólo que como es un libro de fantasía, la sensatez triunfa y la reforma es revocada.