La Jornada Semanal,   domingo 4 de julio  de 2004        núm. 487
 Siqueiros, pintor neorrealista

Fernando Gamboa


David Alfaro Siqueiros posando en el exterior
del Palacio de Bellas Artes para el mural
Nueva Democracia, ca. 1945, 19.9 x 23.7 cm
Col. Sala de Arte Público Siqueiros, INBA
El premio de pintura que David Alfaro Siqueiros obtuvo el año pasado en la Exposición Bienal de Venecia, ha internacionalizado aún más el nombre de este gran artista. La distinción que recibió Siqueiros de un jurado integrado por veintidós autoridades artísticas procedentes de todas partes del mundo, fue una justa recompensa a una obra creadora de carácter significativo en el concierto de la pintura moderna.

La obra de Siqueiros, tan poderosamente arraigada en el espíritu inmutable de México, contiene vibraciones tan imponderables como visibles de un arte destinado a trascender, a sobrepasar el presente. Posee la difícil dualidad, propia de la grande obra, por la que, dueña de un sello personal y mexicano, se vincula a todas las ciudadanías por derecho innato, por cualidades y mensajes personales, comprobando que nada hay más universal que una creación del espíritu en la que convergen sensibilidades de todas las latitudes, superando las disparidades locales creadas por la distancia geográfica con sus consecuentes obstáculos de comprensión.

El neorrealismo de Siqueiros se identifica con el día de hoy, como tantas otras manifestaciones nacidas de una idiosincrasia determinada, amasada, por la existencia tipo siglo xx. Expresa el movimiento, la rapidez y aun la videncia típica de los actos cotidianos, tan familiares; una contingencia de medios muchas veces reñidos con la estética sumada a la actividad, a la emoción de una nueva concepción de la vida, a una neobiología cuya realidad trasciende en un espíritu observador a reclamar su propia forma plástica, el neorrealismo. Todo alrededor nuestro contribuye a crear unas ideas en las que el hombre –suceso plástico– se define como un elemento adherido a un nuevo modo de ser.

Participa en consecuencia en la pintura de Siqueiros un sensible contenido dramático y social. El esfuerzo, la misma vitalidad de su arte, obtiene a menudo una expresión dolorosa, física o moral, que desentrañan lo mismo los ojos que el espíritu, sutilmente críticos. Esa obra produce frecuentemente la sensación de hallarse ante páginas deterministas; otras veces es el gesto el que nos conduce a pensar en la angustia, en la lucha atormentada del repertorio humano de Siqueiros. El suyo es un mundo de denuedo en el que, incidentalmente, interviene la belleza, y que, cuando lo hace, la mayor parte de las veces se manifiesta con amargura...

Hay ecos barrocos en la obra. La primera evocación que surge al contemplar alguna de sus pinturas es como una resonancia, como una vaga remembranza de algún artista del siglo xvii. El movimiento poderoso, el contraste de colorido, la misma violencia compositiva, traen a la memoria recuerdos barrocos. Sin embargo, la síntesis del pintor no pertenece a ese estado, y creemos que sostener lo contrario es tanto como confundir esencias y aun sustancias. Entre Siqueiros y el barroco pueden localizarse las mismas coincidencias existentes entre el arte clásico de la Antigüedad y el Renacimiento. Existen conscientes parentescos espirituales, pero no subordinaciones formales. No hay, a nuestro juicio, sino semejanza en el estado creador, pero la circunstancia es distinta, y distinto es el resultado plástico...

Igualmente vigente en el artista es el sentido monumental que infiltra en su obra y que lo mismo se manifiesta en la pequeña que en la grande. Es éste uno de sus trazos más personales, que llevan a identificarlo en todos sus aspectos de pintor de caballete, de muralista y de dibujante. Son diversos los factores que impulsan ese don monumental. Cabe destacar dos de ellos, provenientes ambos de otras tantas fuentes morales: las influencias subjetivas prehispánicas que residen en Siqueiros y el contenido argumental de su pintura. Si el primero le lleva a las grandes soluciones de conjunto, a la compenetración de las dimensiones pictóricas, el segundo, frecuentemente social, le concede la voz para hacer sentir en grande escala todo un vigoroso programa de protesta que únicamente en la monumentalidad halla el vehículo efectivo y adecuado.

Es necesario insistir en la significación moderna de Siqueiros. La certidumbre de esta calidad parte de diversos sucesos positivos entre los que descuella su gran aportación a lo que antes mencionábamos respecto al arte social –algo en lo que México ha dado pautas al mundo. En este sentido, Siqueiros es un latigazo formidable, a la vez que todo un principio sobre cuyo futuro el arte de mañana resolverá. 

Su preocupación, su casi apostolado en pro de los materiales modernos, forma otra de las facetas de dicha significación. El principio que lo anima es lógico y aun con deliberado propósito negativo es imposible destruirlo; los nuevos materiales de expresión, de acuerdo con la nueva época, son algo que sostiene la mejor ambición moderna, algo que posibilita nuestra plena incorporación a otros dictados del tiempo, sin que con esto queramos esgrimir razones de exclusividad, toda vez que el oficio, la sensibilidad que uno u otro material ponen en movimiento, dependen de hábitos o estimaciones que tampoco admiten limitaciones.

Todo lo anterior sería incompleto si silenciáramos un aspecto humanamente importante de Siqueiros, que no es otro que la identificación del hombre con la obra. Siqueiros es un alto personaje social, un elemento vital de la historia y la política de México, un poderoso exponente de las inquietudes del país, un amplio resumen del presente, así como un presagio de la cristalización nacional de mañana. Pues bien, su obra es un fiel trasunto de todo ello y de lo que presupone en la realidad de la lucha, del sacrificio, del anhelo de mejoramiento, de lo incansable, de lo ideal, mezclado al tangible dolor y a las compensaciones materiales. Como un verdadero pintor renacentista, entiende la vida como una serie de participaciones activas, sin dejar lugar a consideraciones de riesgo o de especulación.

El Instituto Nacional de Bellas Artes encargó al pintor David Alfaro Siqueiros que pintara estos grandes murales que hoy entrega al país, en tributo a Cuauhtémoc, como un monumento al héroe en el tormento y en su apoteosis. Esta obra de Siqueiros es un verdadero homenaje al glorioso héroe que anteayer hizo 428 años que soportara estoicamente el dolor del martirio, pensando en el futuro de México.

Publicado en México en la Cultura, de Novedades, 
23 de septiembre de 1951.