Jornada Semanal, domingo 4 de julio  de 2004            núm. 487

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR 

TRADUTTORES, TRADITORES
(I de II)

A Luis Tovar;
y también para Jelena y Mílitsa,
por sus cumpleaños.

El origen de la palabra traducción revela lo obvio para quien se acerque a ella: proviene del latín traducire y significa "pasar o conducir al otro lado". Más allá de las necesidades pragmáticas del traslado de significados de una lengua a otra mediante algo más complejo que el reemplazo mecánico de significantes con relativa equivalencia (lo cual no ha dejado de producir barbarismos y feísmos como formatear, forwardear, imelear, attachear y otros tecnicismos semejantes en torno al mundo cibernético), en el territorio de los lenguajes artísticos esto produce algunos azoros, dependiendo del arte en cuestión.

Es natural considerar que ciertas artes no requieran de traducciones: no obstante la existencia de dificultades conceptuales en las artes visuales, puede convenirse en que una explicación no es lo mismo que una traducción, de manera que si la complejidad de algunos artistas plantea la necesidad de reflexiones posteriores a los signos visuales que se contemplan, la interpretación de autores como El Bosco, Piranesi o Jackson Pollock no exige que sus textos visuales sean trasladados al castellano mediante la creación de un segundo texto visual. Lo mismo se vale decir para la música, cuya abstracción hace innecesaria la peregrina hipótesis de traducir a Mozart, Ravel o Stravinski, salvo cuando su música se acompañe con textos verbales. En el caso donde algunos temas viajan hacia distintas artes, puede pensarse en que "se pasó de un lado a otro", pero hay más un énfasis en la reinterpretación del tema con el dispositivo de otros recursos estéticos que en el de su traducción, como en La siesta de un fauno, óleo de Boucher que inspiró La siesta de un fauno, de Mallarmé, que inspiró el Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy (la coincidencia es que los tres autores fueran franceses).

En el caso de los trabajos cinematográficos, cuya relación con un lenguaje verbal no demerita las calidades del visual, como el cine mudo y otros ejemplos han mostrado, no deja de existir cierta dependencia respecto a los riesgos de la traducción, no sólo de los títulos sino de los diálogos en escena (varias veces habrá ocurrido que, al mirar una película sueca o rusa, largos parlamentos de personajes cuyas palabras producen expresiones intensas o inquietantes en los mismos, se sinteticen en expresiones como "ya veo", "te lo dije", "este sí que es un gran problema"…). Por lo demás, me parece que los "doblajes" traicionan la concepción del texto original, así parezca ser una facilidad para la comprensión de personas holgazanas o analfabetas que prefieren prescindir de los subtítulos, y lo mismo ocurre en el terreno de la ópera y demás géneros vocales en música, pues la fonética de una lengua fue considerada por el compositor en el momento de elaborar la partitura.

Ya los expertos han propuesto largas listas de pifias cometidas por quienes deben "traducir" títulos cinematográficos a partir de recursos lingüísticos que uno supone más fundados en la mercadotecnia que en la fidelidad al texto original; yo quisiera recordar unos cuantos donde la condición del traductor deja ver sus enormes posibilidades como traidor: Something like it hot, con una memorable Marilyn Monroe, no fue vertido en México hacia Algo caliente como eso, sino como Una Eva para dos Adanes; Soylent green, que es el nombre de las misteriosas galletas nutritivas, origen de las peripecias del filme, se convirtió en Cuando el destino nos alcance; la hilarante The fearless vampire killers or pardon me, but your teeth are in my neck, de Roman Polanski, con una Sharon Tate en plenitud, nunca pudo aspirar a ser conocida como Los intrépidos asesinos de vampiros, o disculpe, pero sus dientes están en mi cuello, sino en el módico y bastante infiel La danza de los vampiros, pues este título sólo alude a una escena del final de la película; en el caso de la más reciente obra de Woody Allen, quien de por sí es un director bastante conceptual y tiende a la elaboración de numerosos juegos de palabras con sabores neoyorquinos, fue difundida como Muero por ti, y asombra el descubrimiento de que el título original fuera Anything else: Cualquier otra cosa.

En el caso del cine, salvo excepciones, debe hablarse más de perpetradores por la constante infidelidad a la búsqueda de los verdaderos traductores, no exentos de incurrir en algunas traiciones al texto original. 

(Continuará.)