Jornada Semanal, domingo 4 de julio de 2004        núm. 487

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

NUEVE MESES CON MARGULES

Nueve meses de ensayos y todos, Margules, los actores y actrices, los técnicos, Fiona y Alejandro, todos parimos un Tío Vania que, a la distancia, considero ejemplar en muchos sentidos. Dejé constancia de esta afirmación en un poema dedicado a Julieta Egurrola que lleva el título de "Poema de alabanzas a Julieta-Sonia". Mi amigo Ludwick leyó la obra durante sesenta años, proyectó su puesta en escena, la soñó, le causó alegrías y un desasosiego que, el día del estreno, se calmó con una botella de vodka y con su encierro voluntario en la oficina del viejo "Arcos Caracol" que culminó con el sonido de los aplausos de un público totalmente convencido. Margules cuidó los tonos y las inflexiones de las voces, los movimientos y la gestualidad (reducida al mínimo en nombre de Chéjov y haciendo una paráfrasis de algunas normas del "método"). Confió, por otra parte, en la creatividad de los actores y reafirmó su idea de que los "cómicos" deben ser inteligentes, tener una formación rigurosa y una cultura general amplia y bien dirigida hacia los terrenos de la historia y de la teoría teatrales.

La información de Margules sobre el teatro ruso es exhaustiva, su amor por la obra de Chéjov tiene los rasgos de la veneración y sus estudios sobre el "método" y las técnicas de Stanislavsky son amplios y bien matizados.

Recuerdo a Ludwick como Jefe del Departamento de Teatro de Difusión Cultural de la unam. Su administración se enriqueció con sus conocimientos, sus amables refunfuños y su respeto por la opinión de los otros. El alguna ocasión dio todo su apoyo a una obra que consideraba deplorable, pero que ya había sido aprobada por el Comité de Selección. Todos los señores de la guerra teatral capitalina tuvieron puestas en escena durante su gestión y el presupuesto de Tío Vania fue menor que el de otras producciones de Difusión Cultural.

Leo de nuevo el prólogo que escribió a mi traducción de La conciencia de Zeno, obra de Tulio Kezich, basada en la novela homónima de Italo Svevo. En ese texto excelente, Margules demuestra su conocimientos de la imponderable Viena de fines del siglo xix y principios del xx y nos da a conocer su opinión sobre las adaptaciones teatrales de grandes novelas y sobre el manipulado concepto de "dramaturgia". La Ronda, de Schnitzler, y Los exaltados, de Musil dan pie a Ludwick para establecer las diferencias que se dan entre las gramáticas de la narrativa, el teatro y el cine. Su visión es muy amplia y tolerante, pues crece en las adaptaciones y en las buenas relaciones que pueden darse entre los tres géneros. Alguna vez y en algún tugurio gastronómico (Ludwick estaba de dieta y había decidido comer solamente entrañas. Por eso trasegaba inmensas lenguas de res y kilos de hígados y de riñones de miembros de los distintos grupos zoológicos) hablamos de algunas proezas de adaptación al cine: Nazarín y Viridiana, de Buñuel, el Manuscrito encontrado en Zaragoza, La línea de sombra, de Conrad (y del mismo polaco-inglés, otras muchas novelas como El vagabundo de las islas, El corazón de las tinieblas y Lord Jim); de casi todas las novelas de Greene y de Waugh, algunos textos de Orwell y, de manera muy especial, novelas de Faulkner, Steinbeck, McCullers y Hemingway. Nos detuvimos un rato en La muerte de un viajante, de Miller y en varias obras de Williams y de Hellmann, Chéjov, Tolstoi y Bulgakov. El teatro y el cine, en nuestra ardua opinión, alcanzaron un alto grado de equilibrio en las obras de Ingmar Bergman y de Wajda.

Con este bagaje teórico, Margules emprendía sus puestas en escena, contando, entre otros grandes profesionales, con la colaboración de Alejandro Luna y de Fiona Alexander.

La experiencia actoral de este bazarista tuvo uno de sus mejores momentos en el principio del segundo acto de Tío Vania. En el papel de Serebriakov, me encontraba sentado en una poltrona, padeciendo un ataque de gota, mientras llovía a cántaros (Alejandro Luna logró que lloviera de verdad en pleno escenario). Dos meses tardé en encontrar el tono lastimero y rencoroso que Margules quería. Ensayo tras ensayo repetí mis parlamentos, bajé el tono de voz, evité los aspavientos y, por fin, logre reunir la queja y el rencor en un solo tono y con una gestualidad contenida. Mucho me enseñó Margules, mucho nos ha enseñado a los teatreros de este mundo y sus mundillos. 

No quiero terminar sin hacer el recuerdo de otra puesta en escena marguliana: De la vida de las marionetas, de Ingmar Bergman. Este trabajo escénico, junto con el de Vania, nos entregó la esencia del pensamiento dramático de mi amigo y maestro Ludwick Margules.