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México D.F. Jueves 1 de julio de 2004

Margo Glantz

Y creímos que era inmortal

Llegué a Berlín el 1Ɔ de junio con la firme intención de llamar por teléfono a Mariana Frenk para felicitarla por su centésimo sexto cumpleaños, el 5 de junio. Por razones diversas no pude hacerlo; todo me la recordaba sin embargo: una reciente conversación por teléfono con Esther Seligson, que la había visitado tres veces en abril; otra en el mismo Berlín con Anne Huffschmidt, quien vivió varios años en México y escribió un libro sobre el movimiento zapatista y el subcomandante Marcos y prepara ahora uno sobre Mariana.

Impartí una conferencia justo el día de su cumpleaños, allí la recordé con gran cariño y admiración, mencioné una de esas extraordinarias frases con que nos maravillaba cada vez que conversábamos con ella: era en 1990, después de un viaje a Hamburgo, donde me encontré con Margit quien pasaba un año en la universidad. En esa ocasión visité el museo de pintura: allí me llamó la atención un bello paisaje de Gaspar David Friedrich, cuyo color ''de linaje literario y de un gris vivo" -según Mariana-, ilumina al pintor que de espaldas a nosotros contempla un paisaje ejecutado a la manera romántica. Y al decirlo recordaba a su ciudad, ella que se había mudado a su departamento de Campos Elíseos porque estaba cerca del cielo y porque, cuando llovía, podía recordar el cielo lluvioso de su ciudad natal: ''...en Hamburgo si un día no llueve es como cuando alguien se pone un disfraz, pero los cielos de la lluvia, sobre todo antes de la lluvia, no son de un gris así parejo, aburrido, mortífero, son (como los de Friedrich) de un gris vivo..."

En Barcelona, después de una conferencia, se acercó a saludarme un señor canoso y me pidió que le mandase sus saludos más cariñosos para Mariana: me pareció conocido. En efecto, se trataba de un pintor catalán que había vivido varios años en nuestro país, Antonio Peyrí. Mariana, con su generosidad proverbial, había sido su ángel tutelar cuando estuvo en México.

Regresé hace días, uno de mis mayores deseos era visitar a Mariana; el viernes por la mañana mi hija Renata me llamó para anunciarme que acababa de morir y la estaban velando en Gayosso. Una sensación de pérdida infinita, de no haber podido conversar con ella por última vez, de darle de viva voz los saludos enviados desde Europa, de sentir su cálida mano acariciando la mía, de oírla recitar con su memoria prodigiosa versos enteros de Shakespeare en inglés, sus respuestas geniales, sus anécdotas chispeantes, de gran sabiduría; y lamenté no haber asistido a su reciente homenaje ni al de Margit.

Recuerdo cuando contaba que vio por tercera vez a Gunther Grass y ella acudió a escucharlo: ''...llegó hace dos o tres años, cuando yo salía por primera vez de alguna docena de mis fracturas, todavía en silla de ruedas, me subieron en el Instituto Goethe, al primer piso, mi primera salida, y entonces cuando él me vio llegó hasta mí y me dijo, 'no he preguntado por usted', después no sabía qué decir, pero yo comprendí que quería decir 'porque no creía que todavía viviera' Ƒno? eso fue hace tres años más o menos (tenía entonces 95 años).

La vida de Mariana fue espléndida. Sufrió el exilio, volvió sólo por breves temporadas a Hamburgo de donde salió en 1930 para venir a México: ''Por lo menos durante mucho tiempo era muy desagradable para los judíos vivir en Alemania, nos cuenta a Esther Seligson y a mí, claro, ningún cerebro de gente normal podía imaginarse lo que en realidad sucedió después". Y lo que sucedió después puede entenderse -me retracto, es imposible entenderlo- cuando se visita Auschwitz, y, con todo, nunca le tuvo aversión al idioma alemán, su lengua materna, no se puede, decía, acusar a una lengua de los asesinatos cometidos por quienes la hablaban, la lengua de sus poetas preferidos, la lengua de Thomas Mann, a quien -en una entrevista que recientemente le hizo y transmitió Canal 22- recuerda con gran admiración, al tiempo que lamenta la pérdida de la vista, su mayor mutilación.

Cuando tenía 98 años nos dijo: ''Hubiera querido hacer muchas cosas, escribir muchísimo más, leer muchísimo más, que ahora sí hay una barrera que es la enfermedad de mis ojos y oír más música, tal vez ver más cuadros".

Y cuando en esa misma entrevista le preguntamos qué significaba para ella ser Géminis, contestó: ''Haber nacido dos días antes de Thomas Mann, es decir, en el mes de mayo, eso sí, si dicen esta pobre ancianita tiene manía de grandeza, entonces están en su derecho".

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