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México D.F. Jueves 1 de julio de 2004

Angel Guerra Cabrera

Howard Zinn en La Habana

La Habana. Hay hechos de la vida cotidiana que revelan como ninguna estadística la esencia democrática y humanística y el ejercicio del enriquecimiento cultural y el debate intelectual presentes en la sociedad cubana actual. Lo más contrastante es cómo esta realidad viva crece en medio del incremento desbordado del asedio, la guerra económica y la amenaza desembozada de destruirla violentamente por parte de la más grande potencia militar de la Tierra. Justamente por eso no es considerada vendible por la maquinaria mediática internacional, de la que recibe los honores del más ominoso silencio.

Así pensaba mientras asistía la semana pasada a la presentación en el muy habanero Sábado del libro de la obra A people's history of the United States, del historiador estadunidense Howard Zinn, traducida en la edición cubana como La otra historia de Estados Unidos. El libro ofrece en menos de 600 páginas un relato crítico de la trayectoria del país del norte desde la llegada de los peregrinos. Pasa por las etapas más significativas que configuran la construcción del carácter explotador, expansionista y guerrerista de su Estado -el más racista que haya existido, según el autor-, excluyente desde su génesis de indios, negros, trabajadores, pobres y gays. Son la vida y las luchas sociales de estos grupos los protagonistas principales de Zinn, quien añadió a esta edición un profético post scriptum sobre la fraudulenta llegada de George W. Bush a la Casa Blanca y la insensatez ulterior al atentado del 11 de septiembre de combatir el terror con el terror de Estado a escala mundial. Según Alfredo Prieto, prologuista de la edición isleña, el autor concibe la escritura de la historia como un acto de toma de posición que prescinde de la pretensión de objetividad que recorre la autoconciencia de la academia del mainstream: el texto no habla de los nativos americanos ni de los negros ni de las mujeres, sino desde ellos, "como queriendo dar voz a la gente sin historia".

La obra era muy esperada por los estudiosos cubanos, pero Zinn no es hasta ahora un escritor conocido en la isla fuera de ese medio. Podría suponerse que el tema no atraería tanto público como ocurre con las novelas de Daniel Chavarría o Leonardo Padura, favoritos del público isleño en el género negro. De allí que la presencia de más de 400 personas en su presentación, pese a la asfixiante ola de calor que ese mediodía convirtió a la ciudad en un horno, al escaso transporte público y a la recompensa -ausente- de bebidas frías y bocadillos al final, sea indicio elocuente de lo que es Cuba hoy. Estudiantes, escritores, académicos, obreros, profesionistas y funcionarios esperaron pacientemente por la amabilidad del historiador, que no se retiró hasta que hubo firmado el último de los ejemplares. Entre ellos el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar -uno de los presentadores-, el ministro de cultura Abel Prieto y el líder parlamentario Ricardo Alarcón, asistentes habituales al Sábado del libro que platicaron mientras tanto con la concurrencia como hijos de vecino, sin escoltas ni séquito. Es cierto que en Cuba el precio de los libros es simbólico comparado con cualquier otro país. Eso es parte precisamente del singular y masivo cambio social y cultural que explica la avidez de esa cantidad y diversidad de personas por sumergirse en la lectura de una obra de investigación histórica antes que llegue a las librerías.

Horas más tarde confirmaría mi pensamiento al presenciar la espléndida puesta en escena de la pieza teatral Marx en el Soho, del propio Zinn, en la nueva sala Adolfo Llauradó, repleta principalmente de jóvenes. El monólogo -actuado y dirigido con gran eficacia y dignidad por Michaelis Cué- es una tierna, desenfadada y convincente proclama sobre la palpitante vigencia de Marx en la fase neoliberal del capitalismo y también una crítica de la deformación grosera y burocrática de sus ideas por el stalinismo hasta convertirlas en un culto laico opuesto a su filo rebelde. No es el elogio de un santo, sino el retrato de un ser humano de gran estatura revolucionaria e intelectual, enemigo del dogma y las verdades absolutas, que cambió la función de la filosofía de interpretación contemplativa de la realidad social a instrumento científico para su transformación.

Fidel Castro afirmó una vez algo que es concomitante a la tesis de esta crónica: No le decimos al pueblo, šcree!, le decimos: šlee!

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