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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 1 de julio de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

Ciudadanía y neutralidad política

La marcha contra la inseguridad merece ser examinada desde al menos dos ángulos: el primero, el más trascendente, por el significado intrínseco de una movilización tan diversa y masiva, es decir, por sus contenidos explícitos, por lo que dice del estado de angustia y temor de muchas, demasiadas familias que han sufrido en carne propia el secuestro, el robo con violencia, en fin, la locura de sentirse desamparados ante la impunidad y, desde luego, por la denuncia puntual de tantos y tantos desaciertos o complicidades de las autoridades judiciales. El segundo es el que se refiere al contexto político y a los objetivos no tan colaterales que se proponían algunos de sus promotores, aunque al final la inusual concentración ciudadana desvaneció por sí misma dichos intentos.

Hay que decir que el balance de la marcha es muy positivo: el šya basta! proferido por cientos de miles de voces representa la mayor sacudida a las autoridades, a todas sin excepción, para que cumplan con sus obligaciones primarias en términos de seguridad, asunto que ya se sabe no es sencillo, pues está vinculado de mil maneras con el deterioro de las condiciones de vida en una sociedad que cabalga desde muy lejos entre la crisis y el cambio, entre las breves esperanzas y la degradación social.

En los hechos, el periodo de pasividad ciudadana que siguió al 2 de julio de 2000 ha terminado. Al decidirse a tomar la calle, los ciudadanos han recuperado el valor de las protestas de masas que la mecánica electoral había acotado cuando no desvanecido. Los ciudadanos movilizados el domingo pasado han ratificado el derecho y el deber de participar activamente en los asuntos que les conciernen, a mantener una fiscalización pública permanente sobre el funcionamiento institucional, es decir, a dejar de ser el sujeto pasivo de la democracia para convertirse en el protagonista activo de la convivencia social civilizada. Ese es un logro indiscutible. Por eso es grave el espejismo surgido tras la marcha que identifica la neutralidad política con la ciudadanía.

Pretender, en el extremo, que la ciudadanía puede erigir un poder autónomo al margen de la política, es decir, de los partidos y el Congreso, es tanto como suponer que el ejercicio de la justicia no requiere de jueces y magistrados, esto es, de Estado.

De la misma manera se equivocan quienes piensan que la ciudadanía es una condición exclusiva de los que "sólo pueden perder sus cadenas" y menosprecian cualquier movimiento de masas que no exprese consignas clasistas. Esa es, sin embargo, una falsa disyuntiva. Tan ciudadanos son los asalariados cuando marchan en defensa de reformas que mejoren su situación como los individuos al exigir seguridad y respeto a su patrimonio legítimo. La seguridad es un bien universal que el Estado debe proteger, lo mismo que otros derechos humanos expresados en causas tan diversas como la lucha contra la discriminación en cualquiera de sus formas residuales o modernas, como la ejercida contra los enfermos VIH o las formas inicuas de explotación del trabajo infantil, por ejemplo. Y a cada una de ellas la sociedad, los partidos y los gobernantes deben prestarle los mayores esfuerzos, toda la atención posible.

La iniciativa de la marcha se lanzó, finalmente, en el curso de un campaña abierta para desestabilizar al gobierno de la capital en el marco de 2006, eso es obvio, pero la profundidad y la extensión del malestar ciudadano sobrepasaron los cálculos políticos iniciales de unos y otros. Todos se equivocaron ante los múltiples resortes que movieron a la participación. Excepto los mass media, que una vez más demostraron su capacidad orquestadora, el papel privilegiado que tienen para definir las prioridades de la agenda; su hegemonía, en una palabra. Ahora, esperemos que a la pregunta de "qué sigue" las autoridades respondan con sensibilidad y eficacia mirando hacia adelante, en vez de cuestionarse "a quién sirve", como parecen creer los siempre ineptos líderes empresariales, tan dispuestos a la mano dura en defensa de sus privilegios.

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