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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 28 de junio de 2004

Jorge Santibáñez Romellón*

La Tijuana de nuestros hijos

El martes 22 de junio fue acribillado en una céntrica calle de Tijuana el periodista Francisco Ortiz Franco, editor y fundador del semanario Zeta. Apenas lo conocí; dos o tres veces cruzamos algún saludo, escuché siempre opiniones muy favorables acerca de su profesionalismo y la calidad de su trabajo. Sobre el móvil del asesinato seguramente surgirán hipótesis diversas: varios señalarán a los responsables y probablemente -sólo probablemente- capturarán a sus autores materiales y dudo mucho que, aunque se llegara a conocer la identidad, se procese al autor intelectual de dicho crimen: a quien ordenó y pagó a profesionales para que lo ejecutaran. Su muerte nos llena de indignación por muchas razones; quisiera resaltar algunas.

Lo asesinaron en presencia de dos de sus hijos, de apenas 8 y 10 años de edad. Ni siquiera me imagino el futuro de esos niños. De alguna manera, al matar a Francisco se mató también la posibilidad que esos niños tenían de ser felices. Me pregunto por qué los niños y los jóvenes de Tijuana tienen que crecer entre hechos delictivos, entre criminales y delincuentes.

Siempre he defendido que Tijuana no es insegura, al menos no el mismo tipo de inseguridad que por ejemplo tiene la ciudad de México, que no respeta ningún sector social y ningún espacio de esa ciudad. De hecho, bajo ciertos indicadores, la ciudad de San Diego o la de Los Angeles podrían ser mucho más inseguras que Tijuana. Aquí no se da, o al menos no en la misma medida, ese tipo de inseguridad en la que tememos ser asaltados en cualquier esquina, en cualquier semáforo en rojo. Se tiene la creencia de que los hechos delictivos se reducen a un sector de la sociedad ligado al crimen organizado, al llamado narco, y no como un proceso que abarque a la sociedad en su conjunto. Quizá por esa razón no hay una reacción social más decidida para frenar esos delitos, algo así como una mezcla de miedo y consuelo que concluyen que el status quo, el de encajuelados cotidianos, puede seguir, porque al fin y al cabo es "entre ellos"

El asesinato de Francisco, en presencia de sus hijos, nos hace ver que la afirmación anterior no sólo es equivocada, sino que implica consecuencias muy graves para una sociedad en franco desarrollo como la de Tijuana, misma que si no asume su responsabilidad ante este tipo de inseguridad pondrá en riesgo el futuro de ese desarrollo y de esta sociedad; ya no sólo se trata de la desgracia de los hijos del periodista, sino de todos los hijos, los suyos y los míos.

Y es que el crimen organizado está incrustado en la sociedad de Tijuana, forma parte de ella, de su identidad. Con frecuencia me pregunto, como seguramente lo hace usted, cómo evitar que mis hijos el día de mañana interactúen y convivan con integrantes del crimen organizado. Usted y yo sabemos que asistirán a las mismas escuelas, a los mismos restaurantes, a las mismas discotecas. No tenemos cómo protegerlos y, por supuesto, la solución no está en prohibirles, de forma por demás inútil, asistir a esos lugares; sería tanto como querer tapar el sol con un dedo. Usted y yo conocemos los negocios que se derivan del dinero sucio y, sin embargo, frecuentamos esos negocios.

La alta sociedad de Tijuana asiste al bar de moda para "dejarse ver" sin reflexionar que con ello, como sociedad toleramos, alimentamos al crimen organizado, le permitimos que forme parte de nuestra sociedad y en consecuencia que ponga en riesgo a nuestros hijos. Existen fotografías de miembros del crimen organizado socializando con jóvenes de Tijuana, en ambientes que en apariencia no tienen nada de malo, en los que el peligro está oculto. Hay casos de "niños y niñas bien" que son o han sido parejas de alguien que pertenece al crimen organizado; en algunos de esos ambientes se admira esa pertenencia, como si significara éxito.

Algunos, los que pueden, al llegar sus hijos a cierta edad se mudan a otra ciudad, por lo menos "al otro lado". Sin embargo, ésa no es solución. Creo que ha llegado el momento de reaccionar. No podemos permitir que el futuro de nuestros hijos sea irremediablemente el de crecer entre delincuentes, por más finos, profesionales, apuestos y de buena sociedad que sean. No podemos pensar que la solución está en partir, en dejar una ciudad que tiene enormes posibilidades de desarrollo. No podemos permitir que los hijos de un padre honesto, trabajador, profesional (ése sí) sean testigos de su asesinato.

*Presidente de El Colegio de la Frontera Norte

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