Jornada Semanal,  domingo 27 de junio  de 2004                núm. 486

Luis Tovar
 Pobres ricos infieles
(I de II)

En 1978, Raúl Araiza dirigió En la trampa, película en la cual unos muy jóvenes José Alonso y Blanca Guerra interpretan a una pareja de clase media que se enfrenta a los consabidos y aparentemente inevitables conflictos que genera un matrimonio contraído más por obligación que por convicción. Luis Alcoriza, autor del argumento, añadió un ingrediente con mucha miga: la novel pareja se ve obligada a vivir con ambas suegras bajo el mismo techo; Araiza, por su parte, eligió para esos papeles a Gloria Marín y Carmen Montejo, con lo cual armó un reparto no únicamente sólido sino bastante bueno para probar su capacidad dirigiendo actores.

Un cuarto de siglo después, René Bueno –guionista y director– transita por un camino muy similar con Siete mujeres, un homosexual y Carlos (2003). Para quien haya visto aquel trabajo de Alcoriza y vea éste de Bueno, identificar similitudes y diferencias entre una y otra cinta será un ejercicio prácticamente involuntario.

Igual que Araiza, Bueno enfatiza básicamente la problematización de dos temas: la fidelidad de pareja y la economía doméstica. En cuanto al primer asunto la diferencia principal entre En la trampa y Siete mujeres... estriba en su enunciación por parte de los propios personajes. Mientras Araiza deja que los hechos simple y eficientemente ocurran, Bueno requirió de la voz en off de Carlos (Mauricio Ochman), el protagonista, así como del discurso de otros cuatro personajes para teorizar –por decirlo de algún modo– acerca de los pros y los contras de la infidelidad. Luis Felipe Tovar, infiel confeso, irredento y proclive a la pontificación, es el jefe de Carlos; Ninel Conde, compañera de oficina que se sabe contratada sólo por su figura, es Mónica, y dedica buena parte del tiempo a convencer a Carlos de que sostenga relaciones sexuales con ella; están, además, la secretaria Luci que patentiza la infidelidad del jefe, y finalmente Miguel, antiguo amigo de Carlos, dedicado a la permanente conquista sexual.

En cuanto al segundo aspecto –la economía doméstica–, y a diferencia de Araiza, que fabricó una convincente atmósfera de precariedad material, Bueno instala a su pareja (Adriana Fonseca es Camila, coprotagonista) en una medianía que no lo parece a juzgar por la casa, los muebles, el auto, la ropa... que poseen, así como por su procedencia y nivel social, manifiestos tanto en el estilo de vida como en el lenguaje y los referentes culturales de ellos y de sus padres. Donde Araiza expone dificultades económicas que alcanzan el nivel de lo básico, Bueno plantea un pleito entre la pareja porque ella quiere seguir estudiando en una escuela pirrurris, y para mantener el conflicto el tiempo suficiente en la trama recurre al expediente del marido orgulloso, que a pesar de confesarse dispuesto a ceder, preferiría no recibir ayuda de "papá suegro". El problema no es, por supuesto, que Bueno haya elegido un estrato social más alto que el presentado por Araiza, como si erróneamente quisiera uno pensar que la clase media pauperizada es más simpática o más viable de ser representada. Hay en Siete mujeres... cierto tinte irreal en la ambientación, del que adolecen ya demasiados filmes nacionales recientes –ya sabe usted: cada objeto se ve tan nuevo que el aroma a recién desembalado casi sale de la pantalla–, y es difícil decidir si esto es mera consecuencia de una producción descuidada, si es un efecto deliberado para metaforizar a través de la escenografía la condición de inexperiencia de los protagonistas, o si se trata, como en otras cintas, de una suerte de lapsus o imposibilidad sociocultural e ideológica que le impide a un realizador imaginar convincentemente una franja social distinta a aquella a la que pertenece.

El primer problema derivado de lo anterior es de verosimilitud: cuesta creer en un licenciado en mercadotecnia que va y viene en su Beetle reluciente, de la boyante agencia de publicidad donde trabaja, a su amplia, iluminada casa de dos niveles en una zona habitacional doble A, tomando un segundo empleo como conductor de una pipa de gas a domicilio. El segundo problema, consecuencia directa del anterior, está en la relación causa-consecuencia argumental, porque se supone que la ausencia física del marido, obligado a la obtención de mayores cantidades de dinero, es el motivo del conflicto más grave y al cual Bueno conduce su historia de manera muy previsible: la inminente separación de los esposos.

(Continuará.)