Jornada Semanal, domingo 27 de junio  de 2004           núm. 484

NMORALES MUÑOZ.

LA ESTUPIDEZ

Precedida de la fama que le han proporcionado un sinúmero de presentaciones, giras y trabajos con diversas compañías e instituciones a lo largo y ancho del planeta, la compañía de teatro argentina El Patrón Vázquez, comandada por el multipremiado autor bonaerense Rafael Spregelburd, visitó recientemente tierras mexicanas, trayendo dos de las obras más importantes de su repertorio: La estupidez y La modestia, componentes ambas del ciclo Heptalogía de Hyeronimus Bosch, mediante el cual el dramaturgo propone una revisión de las connotaciones contemporáneas de los siete pecados capitales.

De la primera el público defeño tenía ya una referencia que, aunque vaga, alimentó la expectativa durante las semanas previas a la presentación del montaje argentino: la lectura de algunos fragmentos que realizó un grupo de actores, bajo la dirección de Mario Espinosa, durante la Semana Internacional de la Dramaturgia llevada a cabo en el Centro Cultural Helénico durante marzo pasado. La propuesta no podía ser más interesante: en palabras del propio Spregelburd, se trataba de una road movie teatral, situada en Las Vegas, y repleta de una cantidad tan grande e inverosímil de líneas argumentales que hacían que la puesta en escena tuviera más de tres horas de duración. El morbo, por supuesto, se centraba en ver hasta qué punto se había hecho de esta inverosimilitud una convención sólida, y presenciar la resolución escénica de una obra de tales magnitudes. El denostado encuentro México: Puerta de las Américas, cuya realización opulenta tiene en jaque la continuidad del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, fue el marco que permitió a los interesados comprobar la efectividad de este montaje, del que también Spregelburd se hace responsable como director (habría que acotar que el dramaturgo, acorde con el carácter polifuncional de algunos personajes del teatro argentino que allá denominan "teatristas", también se sube al escenario a interpretar algunos de los muchos papeles de su propio texto). Programado por los organizadores a las nueve de la noche, el espectáculo fue una especie de after hours teatral que culminó pasada la una de la madrugada, lo que ocasionó que gran parte de la concurrencia abandonara el Teatro Helénico en el intermedio, o incluso antes.

La paradoja más sobresaliente del espectáculo, que a muchos sedujo y a otros tantos decepcionó, fue que, pese a lo arriesgado de la propuesta, la gran mayoría de las convenciones de la puesta en escena fueron decididamente ortodoxas. Aunque, viéndolo bien, no había mejor vía para darle forma escénica al descomunal delirio narrativo de Spregelburd: siendo abiertamente inverosímil la trama, sus giros y peripecias, y los puntos de contacto entre las múltiples subtramas, el concentrar toda la acción en un solo ámbito, una de las recámaras del motel de paso donde se desarrolla la obra, permite reforzar la condición improbable y desmedida del texto, al tiempo que sintetiza espacialmente lo que, de otro modo, acabaría siendo arbitrario e inabarcable. Aunque, aun entendiendo lo anterior, es cierto que la escenografía de Oscar Carballo, incapaz de la mínima estilización, apenas rebasa lo decorativo, y que lo frontal y unidimensional del diseño espacial recuerda los decorados de las comedias de enredos de las que Salvador Varela ha hecho un negocio redondo desde hace décadas.

El motor temático del texto de Spregelburd es, sin más, lo que el título señala: la compulsión irreflexiva, la repetición perpetua de los mismos errores, la incapacidad de controlar los impulsos; en síntesis, la estupidez humana. Los personajes de la comedia, entonces, persiguen objetivos imposibles: descubrir futuras estrellas de pop, trascender un divorcio hablando todo el tiempo de la pareja perdida, vender una pintura casi totalmente borrada en millones de dólares. Y, en lo anecdótico, el efecto acumulativo de la información funciona casi a plenitud, aunque no se justifica del todo la extensión (podrían recortarse cuarenta minutos sin mayores problemas), ni el desenlace, suerte de deus-ex-machina que, tras tanto cuidado en la ilación, resulta un tanto decepcionante.

Andrea Garrote, Mónica Raiola, Héctor Díaz, Alberto Suárez y el propio Spregelburd, este último en menor medida, logran un desempeño histriónico compacto y sobresaliente. Hábiles en el manejo de la comedia, sorprendentes y sólidos en la diferenciación de sus personajes, el elenco da fe de la técnica actoral argentina y apuntala un proyecto, finalmente, disfrutable.