La Jornada Semanal,   domingo 27 de junio  de 2004        núm. 486
 Jorge Bustamante
entrevista a Ricardo San Vicente

Traducir a Chéjov



Él mismo traductor del ruso, Jorge Bustamante hizo a su colega Ricardo San Vicente –uno de los traductores de literatura rusa al español más prestigiosos y respetados a nivel mundial– diez preguntas cuya redacción se sobreentiende fácilmente al leer las respuestas que San Vicente envió desde España.

Jorge: es la primera vez que hago una cosa así y espero ser claro.

1. No me interesan del todo estas disputas sobre la traducción. En cualquier caso, es algo necesario y a veces hasta placentero. Yo pretendo trasladar "el qué" de una lengua a otra y dejar un poco del "cómo". Lo único que tengo claro es que los "cómos" son diferentes en las distintas culturas y lenguas. Por eso es tan difícil traducir poesía o la voz del pueblo.
 

"La vida pasó
y como que no viví."

"La universidad
estimula todas las
capacidades,

entre ellas la tontería."

2. Yo he nacido en Moscú en julio de 1948. Mis padres son esos niños vascos que durante la Guerra civil viajaron a la urss huyendo. Mis padres regresaron a España con dos niños de ocho y cinco años en 1956. Desde entonces vivo en España, en Barcelona. Al principio, como muchos hijos de emigrantes, intenté alejarme de todo lo ruso, pero, ante la alternativa de dar clases (cosa que he acabado haciendo) me decidí por la traducción. Era una manera de ganarse la vida. Pero para traducir debía ofrecer a las editoriales aquello que me serviría de trabajo; y así acabe sumergiéndome –ya no desde la nostalgia de los repatriados, sino desde los libros– en la cultura y la literatura rusa. De todos modos, acabé filosofía y mi trabajo de licenciatura fue Chéjov y el pensamiento social ruso, como la tesis doctoral el pensamiento social del "deshielo" desde la literatura (Pasternak, Grossman y Solzhenitsyn). Una especie de triángulo maldito que incluye tres actitudes hacia la literatura y hacia Rusia y la libertad.

3. Yo soy profesor de literatura rusa y vivo de eso. Las traducciones son para mí un gratísimo complemento, un privilegio del que no gozan los que sólo intentan vivir de la traducción. El proceso de "lumpenización" del intelectual se extiende al traductor, que hoy, en el mejor de los casos, malvive, y en el peor abandona este oficio tan grato como mal pagado.

Mi interés, que he descubierto en mí mirando hacia atrás, es por lo que Shklovski llamaba literatura documental, Lidia Guinzburg, literatura de transición, y los editores, "no ficción". He visto que he traducido Shalámov, Bábel, Dovlátov, etcétera, escritores que han escogido su vida (o la vida lo ha escogido a ellos) como material de su hacer literario. De hecho me interesa, como en el último caso de Natalia Tolstaya (San Petersburgo) o Aleksandr Ikónnikov (Viatka), aquellos escritores que tratan de dar forma a sus interrogantes vitales, de hecho a su vida.

4. Y en esto ha jugado un papel fundamental Antón Chéjov. Chéjov no ha representado el final sino el principio de algo, de algo que no ha podido ser hasta hace poco; una literatura desprovista de las hormas y etiquetas del pasado. Quien deshizo, o hizo polvo las normas de los grandes personajes, grandes eventos, grandes dramas, fue Chéjov. Quien rompió la coherencia del tiempo fue Chéjov. Quien intuyó que nada sería igual dentro de muy poco, aunque no pudo calibrar todo el horror de lo que se nos venía encima, fue Antón Pávlovich.

5. De Chéjov, en el plano de las ideas, me sorprende su capacidad por detectar nuestra falta de libertad interior, nuestro miedo a la libertad. Pero evidentemente, Chéjov pervive hoy por aquello que Shkovski decía de él: "Chéjov ha creado una prosa que parece carecer de argumento, pero en la que en las últimas líneas todo se despliega, se reconsidera, se resonoriza y se vive de nuevo..." O dicho de otro modo: "El invento fundamental de Chéjov es la aparente casualidad, la correlación interna entre la construcción argumental y la cotidianidad, el hilo sin fin de la vida. La renuncia a la fábula en nombre del argumento-objeto es un invento de Chéjov." Chéjov ha sabido reproducir en su obra el ruido de la vida, incluso su pavoroso silencio.

6. Chéjov fluye naturalmente de la prosa al teatro; de hecho muchos de sus relatos se viven como escenas, cuadros, secuencias a los que el lector se diría que asiste. Es el caprichoso e imperceptible fluir del tiempo, la naturalidad tan duramente lograda –el resultado de un esfuerzo invisible–, el libre narrar de nuestra debilidad que del chispazo-relato, pasan al escenario. Y del mismo modo que el artificio de la ficción se desvanece en la lectura de los relatos, también se borra la tramoya y el escenario mismo en una buena representación de las obras de Chéjov.
 

"Si le temes a la soledad, 
entonces no te cases."

"Todo nos parece bien 
donde no estamos:
ya no estamos en el
pasado y nos parece
maravilloso."

"Por lo general no hay
ni puede haber
riqueza justa."

7. Lo que escribí en las "dos notas..." era justamente esto: lo más difícil creo para un escritor, para un pintor o un actor es transmitir la vida. Tal vez sólo un escritor y a veces un traductor sabe lo difícil que es hacer que un texto parezca "como la vida misma". En este sentido, Chéjov es la antítesis de Gogol, que junto con Dostoievski es fundamentalmente un creador de arquetipos. Chéjov en cambio retorna al trabajo de campo para construir los modelos a armar de un futuro que nunca llegó.

8. Prefiero no comentar las opiniones de Ford, pero sí me gusta pensar que los escritores norteamericanos a los que tanto admiraron los rusos de los sesenta, devolvieron a éstos el Chéjov que ellos leyeron, su idea de libertad y su manera irrespetuosa e informal de tratar la literatura por el amor que hacia ella sentían.

9. Mis relatos preferidos... No sé , son muchos. En las clases me paro en la pequeña trilogía de "El hombre enfundado", "La grosella" y "Del amor". Otro que me descubre a un Chéjov tan pluridimensional es "Agafia". Los retratos o relatos dedicados a las mujeres o a los médicos son maravillosos ("Enemigos"), pero el implacable "Pabellón número 6" hasta hoy me vuelve como una pesadilla. ¿Y el violín de Rotschild? La verdad es que "El estudiante" me había pasado inadvertido. De manera que gracias por recordar su existencia.

10. Me encantaría regresar a Chéjov. Es con quien más cómodo me siento. Dostoievski o Tolstoi me irritan ante la sola comparación con Chéjov. Chéjov sólo es comparable al equilibrio sobrio, cada vez más perdido en el pasado, de Pushkin. Chéjov para mí sigue muy vivo, cien años después de su muerte.

11. No he leído a Rayfield. Sé que estuvo en Pamplona hace unos días, pero no pude ir a oírlo.

Jorge, eso es lo que te puedo decir más o menos apresuradamente. Me he puesto esta tarde a escribirte y ya son más de las ocho. Espero haber podido contestar en alguna medida a tus preguntas. De hecho no doy para mucho más.

No dejo ni reposar mis espontáneas respuestas. Allí van. Y yo regreso a Zoschenko, que es lo último que estoy traduciendo.

Un abrazo.

Ricardo