La ficción de la vida ínfima Para
José Vicente Anaya y Ludmila Biriukova
De otro lado, son innumerables los escritores de talento que reconocieron sin tapujos el valor de la obra chejoviana y la decidida influencia que ha desatado por más de un siglo. Desde el propio Tolstoi, Nikolái Leskov, Kropotkin y Korolenko, hasta Sergéi Dovlatov, pasando por Gorki, Nabokov, Iván Bunin, Andréi Biely, Kornéi Chukovski y toda una pléyade de narradores rusos del siglo xx. En muchos escritores occidentales importantes, la adicción por Chéjov también es inmensa. Pero lo más significativo es la permanencia que mantiene Chéjov en el lector común, tanto en Rusia como en Occidente. II Chéjov fue un escritor breve por naturaleza, por vocación y por convicción. Alguna vez afirmó que "la brevedad es la hermana del talento" y que "saber escribir es saber tachar" y con este peculiar sentido de la medida, se identifica tal vez con Turguéniev, quien era el paradigma de la concisión. Siempre le huyó en lo que escribía a lo grandioso, a lo épico, a lo epopéyico, a lo torrencial, a la desmesura en la forma, y se dedicó a desentrañar, no sin grandes dosis de humor, esa otra forma de desmesura que radica en el tedio, la trivialidad, la mezquindad, la insignificancia de hombres y mujeres comunes que deshacen su existencia, sus pasiones y sus amores en medio de las trampas de la vida. Aquí se encuentra la gran revelación y el oculto y radical espíritu innovador que subyace en la cuentística chejoviana. Revelación por haber abordado al famoso hombre "superfluo" ruso del siglo XIX, con todo y su tragedia, desde una visión de fina ironía. Por haber desmenuzado la vida ordinaria de muchos de sus personajes, de aquellos seres grises, bondadosos, suficientemente inteligentes, formales y simplones que razonan siempre con una sensatez tan aburrida, que raya en el absurdo. Lo mágico de Chéjov reside, tal vez, en que descubrió la ficción de la vida ínfima, en la de los pequeños seres de todos los días. Oculto y radical espíritu innovador del relato, porque rompió sin aspavientos, ni tremendismos, con toda la tradición cuentística anterior a él, al implementar historias sin tramas de suspenso ni argumentos excitantes, sin personajes redondeados a la manera clásica, sin clímax, sin puntos culminantes ni finales sorpresivos, como suele acontecer en la vida real de las personas comunes. Pareciera que iba contra todas las reglas del cuento tradicional y, sin embargo, su estilo abrió nuevas ventanas en el arte de narrar. Hace unos días, un amigo querido, cuyo mérito literario mayor consiste en ser un estupendo lector, me dijo con total desenfado y convicción: "lo que pasa es que Chéjov escribió como caminaba", y ahora pienso que esa apreciación, quizás, resuma en parte la especificidad de la narrativa chejoviana. III Las resonancias de los relatos chejovianos en sus lectores son misteriosas. Por un lado pareciera que no sucede nada importante en sus historias; por el otro, al terminar de leer, las reverberaciones son tan intensas e intempestivas, que uno siempre quisiera seguir leyendo más, para saber qué pasa, pero no pasa aparentemente mayor cosa. Ocurre, sin embargo, que no podemos dejarlo de lado, por la sencilla razón de que de alguna manera cuenta nuestras vidas. IV Yuli Aijenvald, en su clásico estudio Siluetas de escritores rusos, publicado a comienzos del siglo xx, dijo algo que se antoja justo para apreciar la obra de Chéjov, cien años después: "A Chéjov le gustaba representar a la gente inútil. La ociosidad penetra en las capas más diversas de la sociedad, incluso en un medio como el de los obreros, en donde pareciera que el trabajo es algo natural e inevitable. El estudiante Petia Trofímov, en El jardín de los cerezos, convoca a la mujer que ama y a todo el mundo hacia una nueva vida, hacia un nuevo sentido del trabajo, hacia un inhabitual esfuerzo, pero él mismo no logra siquiera terminar el curso de la universidad, no hace absolutamente nada y se encuentra en una situación de lastimosa impotencia. Los héroes superfluos de Chéjov no creen en los objetivos de su vida y se arrastran por ella como llamas que se apagan." V El temperamento de Chéjov es completamente ajeno a la inventiva verbal. Su prosa es sencilla, correcta, diáfana, sin sobresaltos; su lenguaje es adrede árido, sin rebuscamientos ni experimentación. Lo afirma con vehemencia Vladimir Nabokov: "El léxico de Chéjov es pobre, su combinación de palabras casi trivial; el pasaje artístico, el verbo jugoso, el adjetivo de invernadero, el epíteto de crema de menta servido en bandeja de plata, todo eso le era ajeno. No fue un inventor verbal como lo había sido Gogol..." Apostó más bien por el vigor de la anécdota, que en la prosa rusa hasta la actualidad, siempre ha jugado un papel de gran importancia. En el siglo xix la anécdota definió, en buena parte, el carácter de la prosa de Pushkin ("Relatos de Belkin" y "La dama de picas") y de la del Gógol de "Cuentos petersburgueses", "El inspector" y "Almas muertas". Toda una serie de textos de Nikolái Leskov, autor de una historia de ilimitada pasión en la novela Lady Macbeth de Mtsenk2 , estaba directamente orientada hacia la anécdota. Pero fue con Chéjov que la anécdota se convirtió en un factor decisivo y global. Toda su obra humorística temprana, los pequeños cuentos de humor (ver En el paseo de Sokólniki, En el landó y La colección, en este mismo suplemento), están prácticamente imantados por la anécdota. En su obra posterior la anécdota se ha hecho más compleja, ya no se percibe en la superficie, se detecta más bien en el fondo, pero de una manera particularmente vivaz, ágil, versátil. Aunque no se le puede reducir a la anécdota, sin ella el mundo de Chéjov simplemente no puede ser entendido. Una más de las revelaciones de la obra chejoviana es que logró convertir la anécdota cotidiana en alta literatura. VI
VII Extraigo un párrafo de Mi vida: relato de un hombre de provincias: "Cuando en el pabellón no había trabajo ni siquiera para una persona, Cheprakov no hacía nada; sólo dormía o se marchaba con su escopeta al río a cazar patos. Por las noches iba a emborracharse a la aldea o a la estación [...]. Cuando se emborrachaba se ponía muy pálido, se frotaba sin parar las manos y reía como si relinchara: ¡Hi-hi-hi! Para divertirse, se quitaba todo lo puesto y corría en cueros por el campo. Se comía las moscas y decía que estaban un tanto agrias." Estas líneas son un ejemplo de cómo Chéjov era capaz de romper con todo un siglo de solemnidad en la narrativa de su país. Algo así era imposible en los monstruos Tolstoi, Turguéniev, Dostoievski y Pushkin.
VIII Chéjov escribió más de mil cuentos en un poco menos de veinticuatro años, tal vez unos cincuenta por año, cinco obras de teatro y algunas piezas dramáticas menores. Algunos de sus relatos más importantes son "El beso", "El pabellón número 6", "Las grosellas", "Casa con desván", "Relato de un desconocido", "Enemigos", "La dama del perrito"... Estaba incapacitado para la novela o la narración larga; las veces que lo intentó (La estepa, por ejemplo), fue un verdadero fracaso. Entre los narradores recientes, el ya mencionado Sergéi Dovlátov amigo y confidente cercano del poeta Joseph Brodski en Estados Unidos y autor de novelas cortas como Zona, La maleta, Coto vedado y La extranjera (traducida y publicada esta última en España, en 1996) experimentó desde muy temprano su cercanía orgánica hacia la poética chejoviana y se incluye a sí mismo al lado de Antón Pávlovich, en un mismo espacio estético. Sus Cuadernos de apuntes se aproximan en estructura y propósito a los divertimentos tempranos y a los relatos breves de humor de Chéjov. En uno de esos apuntes, Dovlátov define con toda precisión la singularidad del autor de La gaviota, al compararlo con los grandes de la literatura de su país: "Se puede venerar la inteligencia de Tolstoi. Maravillarse con la elegancia de Pushkin. Apreciar las búsquedas morales de Dostoievski. El humor de Gogol. Y así sucesivamente. Pero sólo se quiere ser parecido a Chéjov." IX Es realmente poco
lo que se puede decir de Chéjov: a Chéjov hay que leerlo.
1 Se refiere a la novela Padres e hijos, de Turguéniev, que el crítico quería contraponer a la obra de Chéjov. 2
Existe versión al castellano de esta novela de Leskov, en Ediciones
Internacionales Universitarias, Madrid, 2000, en traducción de Silvia
Serra y Augusto Vidal.
|