La Jornada Semanal,   domingo 27 de junio  de 2004        núm. 486
 

Pequeños relatos de humor

Anton Chéjov

Gracias a la persistente labor de explorador-traductor de la obra menos conocida de Chéjov, realizada por René Portas, nos llegan estos pequeños relatos de humor, hasta ahora inéditos en castellano y pertenecientes a la etapa más temprana del célebre escritor ruso. Firmados con seudónimos de espíritu lúdico y divertido, se percibe en estos textos un humor. Pero ahí se agita ya, tal vez, algo inesperado: un nuevo estrato de la vida, desconocido hasta entonces por la literatura rusa y que en Chéjov fue cobrando, con el tiempo, gran fuerza y expresión. Parte de estos relatos aparecerá publicada próximamente en México por la Editorial Praxis bajo el título de El tabernero virtuoso y algunos de ellos se publican hoy aquí, con la debida autorización del editor.
 

JORGE BUSTAMANTE


En el paseo de Sokólniki1

El día 1 de mayo se inclinaba al anochecer. El susurro de los pinos de Sokólniki y el canto de los pájaros son ahogados por el ruido de los carruajes, el vocerío y la música. El paseo está en pleno. En una de las mesas de té del Viejo Paseo está sentada una parejita: el hombre con un cilindro grasoso y la dama con un sombrerito azul claro. Ante ellos, en la mesa, hay un samovar hirviendo, una botella de vodka vacía, tacitas, copitas, un salchichón cortado, cáscaras de naranja y demás. El hombre está brutalmente borracho... Mira absorto la cáscara de naranja y sonríe sin sentido.

–¡Te hartaste, ídolo! –balbucea la dama enojada, mirando confundida alrededor–. Si tú, antes de beber, lo pensaras, tus ojos son impúdicos. Es poco lo que a la gente le repugna verte, te arruinaste a ti mismo todo el placer. Tomas por ejemplo té, ¿y a qué te sabe ahora? Para ti ahora la mermelada, el salchichón es lo mismo... Y yo me esforcé pues, tomé lo mejor que había...

La sonrisa sin sentido en el rostro del hombre se convierte en una expresión de agudo pesar.

–M-masha, ¿a dónde llevan a la gente?

–No la llevan a ningún lugar, sino pasea por su cuenta.

–¿Y para qué va el alguacil?

–¿El alguacil? Para el orden, y acaso y pasea... ¡Epa, hasta donde bebió, ya no entiende nada!

–Yo... no estoy mal... Yo soy un pintor... de género...

–¡Cállate! Te hartaste, bueno y cállate... Tú, en lugar de balbucear, piensa mejor... Alrededor hay árboles verdes, hierbita, pajaritos de voces diversas... Y tú sin atención, como si no estuvieras ahí... Miras, y como en la niebla... Los pintores se empeñan ahora en reparar en la naturaleza, y tú como un curda...

–La naturaleza... –dice el hombre y mueve la cabeza–. La na-naturaleza... Los pajaritos cantan... los cocodrilos se arrastran... los leones... los tigres...

–Delira, delira... Toda la gente va como gente... pasea de la manita, escucha la música, sólo tú estás en el escándalo. ¿Y cuándo alcanzaste eso? ¿Cómo yo no lo advertí?

–M-masha –balbucea el cilindro, palideciendo–. Pronto...

–¿Qué te pasa?

–Deseo ir a casa... Pronto...

–Espera... Cuando oscurezca, entonces nos iremos, pero ahora es una vergüenza ir: te vas a tambalear... La gente empezará a reírse... Siéntate y espera...

–¡N-no puedo! Yo... yo a casa...

El hombre se levanta rápido y, tambaleándose, sale de la mesa. El público, sentado en las otras mesas, empieza a burlarse... La dama se confunde...

–Que me mate Dios, si vengo contigo una vez más –balbucea ésta, apoyando al hombre–. Es sólo una deshonra... Bueno sería si fuera legítimo, pero así pues... por gusto.

–M-masha, ¿dónde estamos?

–¡Cállate! Si te avergonzaras, toda la gente te señala con el dedo. ¿Para ti es pues, "como el que oye llover", pero para mí cómo es? Bueno sería si fuera legítimo, pero así... pues... Me da un rublo y me reprocha un mes: "¡Yo te alimento! ¡Yo te mantengo!" ¡Mucha falta me hace! ¡Y a mí no me importaba tu dinero! Voy a agarrar y me voy a ir con Pavel Ivanich...

–M-masha... a casa... Alquila a un cochero...

–Bueno, ve... Camina por la alameda derecho, y yo iré por el ladito... Me da vergüenza ir contigo... ¡Ve derecho!

La dama pone a su "ilegítimo" de cara a la salida y le da un ligero empujón por la espalda. El hombre se abalanza adelante y, tambaleándose, tropezando con los transeúntes y con los bancos, se apresura adelante... La dama va detrás y vigila sus movimientos. Está confundida y alarmada.

–¿Un palito, señor, no desea? –se dirige al hombre que camina una persona con un hatillo de palos y cañas. –Los mejores... de guindilla... de bambú...

El hombre mira atontado al vendedor de palos, después se vuelve atrás y corre en dirección opuesta. En su rostro hay una expresión de horror.

–¿A dónde diablos vas? –lo detiene la dama, cogiéndolo por la manga–. Bueno, ¿a dónde?

–¿Dónde está Masha?.. M-masha se fue...

–¿Y yo quién soy?

La dama toma al hombre de la mano y lo lleva a la salida. Le da vergüenza.
 

"La auténtica felicidad es
imposible sin la soledad."

"Usted desconoce totalmente
la realidad: nunca ha sufrido."

"No conviene molestar a la
gente cuando se vuelve loca."

–Que me mate Dios, si vengo contigo una vez más... –balbucea ésta, toda roja de la vergüenza–. Por última vez soporto esta deshonra... Que me castigue Dios... ¡Mañana mismo me voy con Pavel Ivanich!

La dama, con timidez, levanta los ojos hacia la gente, en espera de ver en los rostros sonrisas burlonas. Pero sólo ve rostros de borrachos. Todos se tambalean y dan cabezadas. Y se siente más aliviada.

1 Título original: Na gulianie v Sokolnikax, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 17, con la firma "El hermano de mi hermano". "El paseo de Sokólniki es un paseo tradicional del 1 de mayo por el bosque de Sokólniki en Moscú, en la Rusia zarista.

En el landó*

Las hijas del consejero civil activo Brindin, Kitty y Zina, paseaban por la Nievskii en un landó. Con ellas paseaba su prima Marfusha, una pequeña provinciana-hacendada de dieciséis años, que había venido en esos días a Peter1, a visitar a la parentela ilustre y echar un vistazo a las "curiosidades". Junto a ella estaba sentado el barón Drunkel, un hombrecito recién aseado y visiblemente cepillado, con un paletó azul y un sombrero azul. Las hermanas paseaban y miraban de soslayo a su prima. La prima las divertía y las comprometía. La inocente muchachita, que desde su nacimiento nunca había ido en landó, ni oído el ruido capitalino, examinaba con curiosidad la tapicería del carruaje, el sombrero con galones del lacayo, gritaba a cada encuentro con el vagón ferroviario de caballos... Y sus preguntas eran aún más inocentes y ridículas...

–¿Cuánto recibe de salario vuestro Porfirii? –preguntó ella entre tanto, señalando con la cabeza al lacayo.

–Al parecer, cuarenta al mes...

–¡¿Es po-si-ble?! ¡Mi hermano Seriozha, el maestro, recibe sólo treinta! ¿Es posible que aquí en Petersburgo se valora tanto el trabajo?

–No haga, Marfusha, esas preguntas –dijo Zina–, y no mire a los lados. Eso es indecente. Y mire allá, mire de soslayo, si no es indecente, ¡qué oficial tan ridículo! ¡Ja-ja! ¡Como si hubiera tomado vinagre! Usted, barón, se pone así cuando corteja a Amfiladova.

–A ustedes, mesdames, le es ridículo y divertido, pero a mí me remuerde la conciencia –dijo el barón–. Hoy, nuestros empleados tienen una misa de requiem a Turguéniev, y yo por vuestra gracia no fui. Es incómodo, saben... Una comedia, pero de todas formas convenía haber ido, mostrar mi simpatía... por las ideas... Mesdames, díganme con franqueza, con la mano puesta en el corazón, ¿a ustedes les gusta Turguéniev?

–¡Oh sí... se entiende! Turguéniev pues...

–Y vaya pues... A todo el que le pregunto le gusta, y a mí... ¡no entiendo! ¡O yo no tengo cerebro o soy un escéptico incorregible, pero todo ese galimatías que levantan por Turguéniev me parece no sólo exagerado, sino ridículo! Es un escritor, no me pondré a negarlo, bueno... Escribe llano, el estilo por momentos es incluso ágil, tiene humor, pero... nada particular... Escribe como todos los escritorzuelos rusos... Como Grigorevich, como Kraevskii... Ayer saqué a propósito de la biblioteca Las notas de un cazador2, las leí de cabo a rabo, y no encontré resueltamente nada particular... Ni autoconciencia, ni de la libertad de prensa... ¡ninguna idea! Y de la caza así, y no hay nada del todo. ¡Está escrito, por lo demás, no mal!

–¡En nada mal! ¡Él es muy buen escritor! ¡Y cómo escribía del amor! –suspiró Kitty–. ¡Mejor que todos!

–Escribía bien del amor, pero los hay mejores. Jean Richepin, por ejemplo. ¡Qué clase de encanto! ¿Usted leyó su Pegajoso? ¡Otro asunto! ¡Usted lee, y siente cómo todo eso existe en la realidad! ¿Y Turguéniev... qué escribió? Todo ideas... ¿pero qué ideas hay en Rusia? ¡Todo de tierras extranjeras! ¡Nada original, nada autóctono!

–¡Y la naturaleza cómo la describía él!

–A mí no me gusta leer las descripciones de la naturaleza. Se extienden, se extienden... "El sol se puso... los pájaros cantaron... el bosque susurra..." Yo siempre me paso esos encantos. Turguéniev es un buen escritor, no lo niego, pero yo no le reconozco esa capacidad de crear maravillas, como dicen de él. Le dio, al parecer, un empujón a la autoconciencia, y cierta vergüenza política ahí en el pueblo ruso, la pellizcó por lo vivo... No veo todo eso... No entiendo...

–¿Y usted leyó su Oblomov3? –preguntó Zina–. ¡Ahí él está en contra del régimen de servidumbre!

–Cierto... ¡Pero es que yo estoy en contra del régimen de servidumbre! ¿Y gritan así por mí?

–¡Ruéguenle que se calle! ¡Por Dios! –le susurró Marfusha a Zina.

Zina, con asombro, miró a la inocente, tímida muchachita. Los ojos de la provinciana recorrían inquietos el landó, de un rostro al otro, brillaban con un sentimiento no bueno y, al parecer, buscaban sobre quién derramar su odio y desprecio. Sus labios temblaban de ira.

–¡Es indecente, Marfusha! –susurró Zina–. ¡Usted tiene lágrimas!

–Dicen asimismo que él tuvo una gran influencia en el desarrollo de nuestra sociedad –continuó el barón–. ¿Dónde se ve eso? Yo no veo esa influencia, hombre pecador. En mí, por lo menos, él no tuvo ni la mínima influencia.

El landó se detuvo junto a la entrada de los Brindin.

*Título original: V lando, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, N° 39, con la firma de "Antosha Chejonte".

1 Peter, denominación cariñosa de San Petersburgo por parte de sus habitantes

2 Apuntes de un cazador, cuentos llenos de color y sensibilidad sobre la vida de los campesinos, de Iván Turguéniev.

3 Oblomov, novela sobre un joven aristócrata incapaz de actuar, a pesar de sus buenas intenciones, de I. Goncharov.

De Divertimentos*
La colección

Hace días pasé a ver a mi amigo, el periodista Misha Kovrov.1 Estaba sentado en su diván, se limpiaba las uñas y tomaba té. Me ofreció un vaso.

–Yo sin pan no tomo –dije–. ¡Vamos por el pan!

–¡Por nada! A un enemigo, dígnate, lo convido con pan, pero a un amigo nunca.

–Es extraño... ¿Por qué pues?

–Y mira por qué... ¡Ven acá!

Misha me llevó a la mesa y extrajo una gaveta:

–¡Mira!

Yo miré en la gaveta y no vi definitivamente nada.

–No veo nada... Unos trastos... Unos clavos, trapitos, colitas...

–¡Y precisamente eso pues y mira! ¡Diez años hace que reúno estos trapitos, cuerditas y clavitos! Una colección memorable.

Y Misha apiló en sus manos todos los trastes y los vertió sobre una hoja de periódico.

–¿Ves este cerillo quemado? –dijo, mostrándome un ordinario, ligeramente carbonizado cerillo–. Este es un cerillo interesante. El año pasado lo encontré en una rosca, comprada en la panadería de Sevastianov. Casi me atraganté. Mi esposa, gracias, estaba en casa y me golpeó por la espalda, si no se me hubiera quedado en la garganta este cerillo. ¿Ves esta uña? Hace tres años fue encontrada en un bizcocho, comprado en la panadería de Filippov. El bizcocho, como ves, estaba sin manos, sin pies, pero con uñas. ¡El juego de la naturaleza! Este trapito verde hace cinco años habitaba en un salchichón, comprado en uno de los mejores almacenes moscovitas. Esa cucaracha reseca se bañaba alguna vez en una sopa, que yo tomé en el bufete de una estación ferroviaria, y este clavo en una albóndiga, en la misma estación. Esta colita de rata y pedacito de cordobán fueron encontrados ambos en un mismo pan de Filippov. El boquerón, del que quedan ahora sólo las espinas, mi esposa lo encontró en una torta, que le fue obsequiada el día del santo. Esta fiera, llamada chinche, me fue obsequiada en una jarra de cerveza en un tugurio alemán... Y ahí, ese pedacito de guano casi no me lo tragué, comiéndome una empanada en una taberna... Y por el estilo, querido.

–¡Admirable colección!

–Sí. Pesa libra y media, sin contar todo lo que yo, por descuido, alcancé a tragarme y digerir. Y me he tragado yo, probablemente, unas cinco, seis libras...

Misha tomó con cuidado la hoja de periódico, contempló por un minuto la colección y la vertió de vuelta en la gaveta. Yo tomé en la mano el vaso, empecé a tomar té, pero ya no rogué mandar por el pan.

*Título original: Kollektzia, publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1883, Nº 13, con la firma "El hombre sin bazo".

1 "M. Kovrov", pseudónimo con que Chéjov firma sus artículos en El espectador, a principios de 1883.

Lo timó*
(Una anécdota muy antigua)

En tiempos de antaño, en Inglaterra, los delincuentes condenados a la pena de muerte gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y los fisiólogos. El dinero obtenido de esta forma, aquéllos se lo daban a sus familias o se lo bebían. Uno de ellos, pescado en un crimen horrible, llamó a su lugar a un científico médico y, tras negociar con él hasta el hartazgo, le vendió su propia persona por dos guineas. Pero al recibir el dinero él, de pronto, se empezó a carcajear…

–¿De qué se ríe? –se asombró el médico.

–¡Usted me compró a mí, como un hombre que debe ser colgado –dijo el delincuente carcajeándose–, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja–já!
 

*Título original: Nadul, publicado por primera vez en 1885.
 

Traducciones de René Portas