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México D.F. Lunes 21 de junio de 2004

León Bendesky

Lo básico

Si el presidente Vicente Fox -o quien quiera que tuviera ese alto encargo republicano- se encontrara una lámpara de aceite, de esas que al frotar sale un genio que concede tres deseos, y quisiera usarlos para atender la lastimosa situación en la que está el país debería pensar en lo básico.

El genio no hace milagros, entiéndase bien, esos no están guardados en ninguna lámpara, sólo concede deseos. Los milagros son otra especie de fenómenos, requieren fe y se revelan en hechos, supuestamente comprobables. Los deseos, en cambio, exigen de la voluntad de quien los pide y consigue que se le concedan. Sin esa voluntad y las fatigas que demandan, los deseos no se manifiestan y ni el genio más competente puede ayudar. Y no se trata de desperdiciar la oportunidad y acabar sólo en "buenos deseos".

Como, además, estos deseos involucran a la sociedad que representa un presidente a quien se encarga la conducción de los asuntos públicos, no puede pedir nada para él mismo, los miembros cercanos de su familia o sus amigos.

Tres deseos son pocos para todo lo que tiene que hacerse, pero con ello el genio obliga a ir a lo básico, un remedio para ordenar las prioridades y marcar un rumbo, vaya, una manera de dejar de lado las fantasías y los falsos dilemas.

Por la naturaleza misma de los procesos sociales, el cumplimiento de los deseos lleva tiempo. Estas cosas no se remedian por decreto, sobre todo cuando se ha acumulado tanto deterioro. El asunto está en poner bases sólidas, duraderas y, por lo tanto, convincentes para superar los conflictos y resolver los problemas que existen. La reducción a lo básico no elude la complejidad de los asuntos involucrados. Vaya, son deseos para un estadista, un líder, no para una quinceañera.

Primer deseo: replantear el proceso económico. En la economía, el asunto esencial es el trabajo. Ahí reside la posibilidad de generar riqueza, de establecer las condiciones para la reproducción de la sociedad y del mismo capital. Este sustento está roto, los circuitos productivos están desarticulados y se cancelan las posibilidades de generar más producto y más empleo. Así no se puede regenerar el funcionamiento del mercado que sustente el crecimiento de la actividad económica, el aumento de la productividad, mejor distribución del ingreso y mayor capacidad competitiva en el exterior. Por el contrario, se recrean el desempleo y el subempleo, y el conjunto de las actividades informales e ilegales. El circuito financiero, por su parte, se ha desvinculado del trabajo, funciona de modo autónomo, soportado por los recursos públicos y está prendido del cuello del Estado mediante la deuda del gobierno. Devolver alguna primacía al trabajo involucra restablecer las formas productivas de la acumulación de capital y limitar la sangría financiera ocasionada al fisco. Las medidas técnicas se conocen de sobra; las decisiones políticas nadie las quiere tomar.

Segundo deseo: componer la base fiscal. Suele decirse que la eficacia fiscal, en términos de su efecto en la distribución de los recursos radica en la parte del gasto y no en la recaudación. Esta es una verdad de Perogrullo cuando el Estado ha perdido su capacidad de generar ingresos suficientes por impuestos y depende de la exacción de los recursos generados por la explotación del petróleo. La fragilidad fiscal es enorme y lejos de irse resolviendo se agrava año con año, siendo un lastre para la mayor parte de la sociedad y fuente de privilegios para muy pocos.

Una reforma fiscal comprende el replanteamiento del conjunto de las fuentes de los ingresos públicos y de la asignación del gasto, no de modo separado, sino como una sola acción de política. Como se advierte, no se puede hacer sin la consideración de un elemento clave: el sector energético, del cual sigue dependiendo buena parte de la viabilidad de esta economía.

Tercer deseo: articular las relaciones sociales que permitan la existencia colectiva. La seguridad es un bien perdido en esta sociedad, y es derecho elemental de las personas vivir sin el constante temor de perder el empleo, de no poder ir a un hospital, de ser asaltado, agredido o incluso de morir de la forma más inútil. Se sabe que el Estado que pierde la capacidad de proteger a la población en su integridad económica y física pierde la legitimidad. El escenario es no sólo incierto, sino de miedo, pues anuncia el caos.

Sabemos del enorme desgaste social que continúa de modo alarmante y que falta aún para que llegue al fondo. La seguridad es uno de los bienes sociales que se han dilapidado y las autoridades federales y locales son incapaces de enfrentar los hechos, también quienes procuran la justicia y hacen las leyes. Esta es la expresión más fehaciente del quiebre social que padecemos; es imperativo recomponer la vida en comunidad.

La vuelta a lo básico es hoy una propuesta práctica de política y no puede quedar a la suerte de encontrar una lámpara con un genio bienhechor.

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