Jornada Semanal, domingo 20 de junio  de 2004            núm. 485

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

MESTER DE EXTRANJERÍA

A Uno lo pueden abordar con expresiones como "en México las reglas se inventaron para romperse", o "todo en México es un desmadre", o "la Ciudad de México es bonita pero demasiado grande y no se puede caminar en ella durante las noches porque nada queda cerca", o "la comida en México es muy picante", o "el horario de las comidas es (también) un desmadre", o "en México hay mucha corrupción", o/ y lo que podría ser el inicio de una viva charla entre cuates, amenizada con tequila y chiles toreados, se vuelve otra cosa si las mismas expresiones las produce un extranjero, pues Monsieur Chauvin pasa su rugoso y tetánico dedo sobre la espalda de Uno al tiempo que la parte Jekyll acepta con buena cara críticas tan obvias del entorno nacional, mientras la parte Hyde comienza a sacar una metafórica fusca para defender el honor patrio vilipendiado buscando alcanzar un nuevo 5 de mayo, día en que las-armas-nacionales-se-cubrieron-de-gloria, así sea en el mero terreno de la discusión (sin embargo, con tequila, chiles toreados y entre cuates, Uno abundaría en los múltiples detalles que asolan a este pinche desmadre de país, junto con sus jerarcas y gobernantes; avanzada la tarde, la conversación se volvería balbuciente pero, eso sí, culminaría con la vehemente convicción de que "como México no hay dos", frase que no deja de tener vertientes riesgosas y contradictorias respecto al eufórico espíritu que la produjo).

Sin embargo, lejos de esa idea goethiana del "cosmopolitismo", que hacía sentir al autor de Weimar un ciudadano del mundo, estuviera en Weimar o en Roma, el mismo Uno que sacó la metafórica fusca para defender el honor de la patria ensuciada por los comentarios de un extranjero, que sólo puso palabras a obviedades muy advertibles para cualquiera en nuestro entorno, no deja de expeler su mexicanidad cuando el destino lo remonta a lejanas tierras y lo lleva a hollar con sus plantas ignotos territorios. Desde luego, si Uno va a salir de viaje al Extranjero (es decir, todo aquello que no sea México, valga la aparente perogrullada, pues no todos entienden la rareza de la siguiente percatación: nada es como México), debe portar consigo una lata de chiles (encurtidos o chilpotles), una botella de tequila y más si pudiera, porque la realidad afrentará a Uno con la evidencia de que las tortillas españolas no son de maíz; de que el tequila en Europa es preferentemente japonés y en Estados Unidos, muy caro; de que podrá haber mucho mejores cervezas belgas, inglesas y alemanas, pero ninguna es buena, como las mexicanas, para acompañar las carnitas y el chicharrón durante la fiesta dominical del futbol, además de que son espesas y nada como las lager claritas que aquí se toman (casi única variedad conocida por Uno, valdría la pena remarcar, pues conceptos como pilsner, stout, ale y lámbica parecen materia de eruditos, no de cheleros); de que no hay frijoles refritos en París, ni chicharrón en Lisboa; de que el donner kebab de Estambul y los gyros atenienses le recordarán de mala manera los tacos al pastor y Uno se afrentaría de saber que éstos son adaptación de aquéllos; de que argentinos y estadunidenses cuentan con mejores cortes de carne que el aguayón y los bistecitos de "centro de cara"…

Tal vez, eso produzca en Uno la certeza de que se hace Patria orinando sobre la llama perpetua que arde en París bajo el Arco del Triunfo… pero resulta extraño que Uno decida deponer su disposición a grafitear puertas estando en Praga, que Uno atraviese las calles al llegar a la esquina en Nueva York, que a Uno le resulte más difícil desenfundar la cartera para todo lo relacionado con las autoridades locales del Extranjero y hasta pueda parecer buen ciudadano en otras latitudes.

En todo esto subyace una sensación de extranjería que corrobora en demasiados mexicanos la sensación de que el mundo es ancho y ajeno, incluido México: bien vista, la rapacidad con que algunos corroen las estructuras físicas y metafísicas del país causaría azoro en la manera como invasores de otras épocas trataron los bienes de los invadidos: erario, cultura, propiedad ajena, espacios políticos, patrimonio "nacional", bienestar común e ideas distintas fueron más respetados por los árabes de la España musulmana, por ejemplo, que por varios compatriotas del México postmoderno respecto a lo mismo en su país. No sería malo si Uno fuera cosmopolita lejos de aquí, pero sería idóneo si también lo fuera en México.