Jornada Semanal, domingo 20 de junio de 2004        núm. 485

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

MÁS SOBRE YÁÑEZ

Recientemente, Alfaguara y El Colegio de Jalisco publicaron, con el título Imágenes y evocaciones, los libros de Yáñez que nos entregan el fiel retrato de su Guadalajara, de su Yahualica y de los personajes intelectuales de la ciudad y los seres de todos los días de sus barrios y del pueblo vivo en el recuerdo.

Despertar en Guadalajara tiene su sede en el Barrio del Santuario. Escrito en 1971 recoge (qué exacta es la palabra inglesa, recolection) los momentos iniciales de la éjira intelectual y de la formación de la sensibilidad de un niño nieto de dos placeros: don Timoteo, vendedor de frutas, y don Leonides, vendedor de pan y de dulces y encuadernador por afición de los libros que confiaban a su habilidad artesanal. A Yáñez le parece placentera esta raíz democrática de su gente. En el texto se recuerda a Alejita Camarena, la maestra de primeras letras y de "sentimiento de la vida". Ramón López Velarde, el padre soltero de la poesía mexicana moderna, fue descubierto por Yáñez en las páginas de El Regional, diario dirigido por Eduardo J. Correa. La Tía Nico fue muy importante en la formación del pequeño lector. Su emocionado recuerdo de la amable tía trajo a mi memoria el poema de Francisco González León en el que habla de la "viejecita que le contaba cuentos de brujas y encantamientos". Así le dice: "no todo es ido, no todo ha muerto, llevo en el alma tu umbroso huerto, aún brilla el brillo de tus agujas que me bordaron el pensamiento..."

Guadalajara, "la clara ciudad" fue recorrida por el niño deslumbrado. Sus asiduas visitas a la Biblioteca de la Ciudad le abrieron las páginas de los libros de Galdós, Pereda, López Portillo y Azorín.

La figura de la madre lo acompaña en los descubrimientos del tiempo y de la muerte y ya en la escuela conoció la emoción de las pintas. Muchos años más tarde, el ajuar austriaco de la casa del padre lo regresó al pasado con su doblar de las campanas que llamaban a misa, ordenaban trabajos, señalaban obligaciones y, eventualmente, algunos momentos de plenitud.

Genio y figuras de Guadalajara es un libro de homenajes. La ciudad, algunas instantáneas de su vida cotidiana, la descripción de sus plazas, calles, lugares de reunión, barrios, colonias, etcétera, tienen la precisión de un poema japonés: "Camposanto de Santa Paula. En marzo las golondrinas bajan a beber agua. No hay lágrimas", y hay en sus retratos la mirada del niño, los deslumbramientos y la soledad de la adolescencia y el entusiasmo de la primera juventud. Su interés principal es el de hablar del pueblo, de los trabajadores y artesanos, de personajes del trajín cotidiano, pero hace también el recuento de los intelectuales y de los creadores artísticos. Así recorre las calles y entra a las casas de los amigos. El poeta Manuel Martínez Valadez, injustamente olvidado; su compañero de aventuras literarias, Alfonso Gutiérrez Hermosillo, escritor ligado a los Contemporáneos; el bromista e historiador José Cornejo Franco y el musicólogo, traductor y animador cultural José Arriola Adame; el traductor, político y ensayista Efraín González Luna; el filósofo Antonio Gómez Robledo y el pintor José Guadalupe Zuno, entre otros muchos, son los dueños de esas casas en las que se escuchaba música y se hablaba en francés, pues la elite cultural de Guadalajara en eso del afrancesamiento era muy parecida a la sociedad de San Petersburgo. La lista es larga así como los méritos de los enlistados y, sobre todas las actividades, reina el ambiente espiritual de la ciudad, sus muchas y muy hondas complejidades ideológicas, sus heridas de las guerras civiles y religiosas todavía abiertas o mal cicatrizadas, su gazmoñería y su progresismo conviviendo bajo el mismo cielo protector y estallando con frecuencia cada vez menor después de las terribles contiendas cristeras. El observador de la ciudad escucha los toques de las campanas, los pregones y los ruidos, tanto los familiares como los inusitados; entra a los patios de influencia andaluza llenos de jaulas de pájaros y de macetas y escucha el canto de las muchachas y todo lo que llama "andante sinfónico del trabajo provinciano". Llega la atardecida y las iglesias se llenan de devotos que van a rezar el rosario y a recibir la bendición. Las calles se van vaciando y la noche se va rindiendo a los ruidos. "El resto es silencio", como decía el príncipe indeciso. El libro incluye los datos históricos de la azarosa fundación de la ciudad, de sus constantes peregrinajes y de su establecimiento definitivo, gracias al valor y al tesón de una mujer fuerte, Beatríz Hernández. Por estas páginas pasa con demasiada frecuencia la controvertida figura del conquistador Nuño de Guzmán ("nadie malvado y rufián como Nuño de Guzmán. De Matienzo y Delgadillo el segundo era el más pillo", dice la copla anónima sobre los jueces de residencia) y se hace el elogio de los misioneros y de los primeros hombres de letras que se ocuparon de la organización social de la Nueva Galicia.

En Por tierras de Nueva Galicia, Yáñez amplía y perfecciona sus métodos narrativos y sus aproximaciones a la microhistoria que llegan a su momento culminante en la Etopeya de Yahualica. En estos primeros libros ya aparecen los signos y los temas de Al filo del agua. Las poblaciones jalisciences gobernadas desde el púlpito y el confesionario, en la suntuosa prosa de Yáñez, nos obligan a pensar en "Vetusta", la ciudad de La Regenta de Clarín. El estilo y la temática pasaron por las páginas de Archipiélago de mujeres y de Melibea, Isolda y Alda en tierras cálidas para llegar al "pueblo de mujeres enlutadas" de la gran novela de nuestro autor.

En el ensayo "El clima espiritual de Jalisco", Yáñez da otra vuelta de tuerca ensayística a sus temas y descripciones. En este texto desbordante de entusiasmo, el paisaje físico y humano de la antigua Nueva Galicia son celebrados líricamente y analizados con perspicacia sociológica.

En las obras memoriosas de Yáñez, la Guadalajara con sus barrios tlaxcaltecas y sus colonias marsellesas, Jalisco y su tierra pródiga, Jalisco y sus tierras flacas son metáforas del mundo. De todas esas pequeñas cosas brota la gran verdad del mundo y de la vida.