Jornada Semanal, domingo 20 de junio de 2004          núm. 485
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

ROSA BELTRÁN: VIVIR EN LA LITERATURA

Sin tener la certeza, algo de ella sabía que sería escritora. De pequeña leía todo el tiempo esos libros-premio por lo bien realizado. No podía dejar de disfrutarlos aun en medio de sus clases y, resguardada por la tapa de su pupitre, vivía aquellas historias cortas de Dumas y Stevenson de manera placentera y clandestina, lejos de testigos extraños. Tímida entonces como hoy, la literatura se convirtió para Rosa Beltrán (DF, 1960) en la forma de estar con la gente sin acompañarla físicamente.

Lectora voraz aun con la ausencia de una gran biblioteca en casa, la escritura le llegó de manera oblicua. Se le coló por las ventanas cuando escuchaba las imitaciones que su madre hacía del panadero o el velador y ella descubría que el mundo podía ser más fascinante si era relatado de forma diferente. También su padre contribuyó a la construcción de un universo reinventado. Las palabras se empezaron a convertir en otra cosa cuando ella fantaseaba con el píloro y el bolo alimenticio como personajes monstruosos no sólo por el temor a no responder a las preguntas paternas de cada sesión dominical, con enciclopedia en mano, sino porque descubrió que cada palabra es mucho más que su significado.

Estos descubrimientos al lado de sus tres hermanos y el doble de amigos imaginarios se añadieron a una educación que la situó como a otra Alicia en el País de las Maravillas. Porque mientras en la vida de afuera Rosa veía que Luis Echeverría vestía guayabera y bebía horchata, en su colegio inglés de señoritas cantaba a la Reina y oía que al perro de la directora le hablaban por el interfón. La rigidez alimentó una vez más una situación literaria, pues colocaba en ella la certeza de que en el mundo podía ocurrir cualquier absurdo.

Estudió Letras Hispánicas para sentirse menos rara rodeada de gente como ella; también para saber cómo funcionan las palabras, de dónde vienen y por cuáles extraños procesos pasan que se convierten en algo tan distinto. Sabe que estudiar no te hace escritor pero sí un buen lector. Ayuda a entender el mundo de manera literaria, despierta el interés y la posibilidad de tener una visión más incisiva, decantada y fina sobre lo que lees.

Luego de vivir de las talachas y contemplar la posibilidad de dedicar todo su tiempo a escribir, el I Ching le dio respuesta a su disyuntiva de escoger entre dos universidades de Estados Unidos para su doctorado en literatura. Entre Princeton y la Universidad de California escogió la segunda, pues podría ser una estancia más vivible para ella, su hija y su marido. Le ganó desde entonces a su lado racional y entendió que en la vida hay que dejarse llevar porque de todos modos te va llevar por donde se le da la gana.

Traductora, editora y periodista, publicó sus primeros textos con Huberto Bátiz en el Sábado de unomásuno. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores y subdirectora de La Jornada Semanal. Con su primera novela La corte de los ilusos ganó en 1995 el Premio Internacional de Novela Planeta/Joaquín Mortiz y antes y después están en su lista La espera (cuentos), América sin americanismos (ensayo), Amores que matan (cuentos) y El paraíso que fuimos (novela). El galardón le dio la conciencia de que era vista, así que trató de apagar el censor interno y luchó por seguir siendo una diletante, es decir, propensa a equivocarse, experimentar y jugar.

Rosa cree en los milagros. Uno, dice, es el acto mismo de seguir vivo en un mundo donde las masacres son orden del día; también lo es el encuentro de dos personas que viven en la literatura y conversan. Está consciente de que el escritor es un neurótico pues vive dos vidas paralelamente y con todo y eso navega por los géneros del ensayo, cuento y novela con intermitencias. Dice que esta última concentra los otros géneros y al final resulta impredecible pues es el personaje quien toma las decisiones.

Por estos días, Rosa vive de tiempo completo en una novela y desde la fila en el banco o en el súper resuelve cosas. Prepara un par de ensayos sobre la ironía y piensa que tal vez puedan integrar un libro que confecciona sobre el humor cruel en la literatura mexicana.

Memoriosa, esta amante de Flaubert y su Madame Bovary; de la literatura en lengua inglesa con Sterne, Swift, Highsmith, Naipul y Coetzee; cercana a Mónica Lavín, Ana García Bergua, Cristina Rivera Garza y Ana Clavel, no espera ya más lo previsible. Eso sí, con el tiempo se dio cuenta de que su vocación es una trampa para seguir haciendo lo que hacía de niña: vivir dentro de una historia, continuar de viajera mediante los libros y ver siempre las cosas de una nueva manera.