Jornada Semanal,  domingo 13 de junio de 2004         núm. 484

JAVIER SICILIA

Moby Dick,
la incógnita del Mal

Toda gran obra literaria tiene algo de irreductible y de inagotable. Revelaciones del espíritu, sus substancias últimas son inasibles. Por ello, las grandes obras no envejecen. Escritas en un determinado espacio tiempo, su sentido último es el misterio de lo humano y lo divino. Cada gran autor revela siempre una parte de ese universo que es propio de nuestras más profundas realidades: los sórdidos e intrincados laberintos de Kafka, la grandeza de la dignidad de Camus, la alucinación religiosa de Blake, la demencia mística de Dostoievski, la santidad de lo intrascendente de Bernanos, la salvación y la belleza en la mediocre fealdad del mundo de Eliot y de Cavafis, por nombrar sólo algunos de esa pléyade de autores que viven en la intimidad de los hombres de cualquier época. No hay gran escritor que no haya revelado un fragmento de nuestros universos. Pero estos universos no siempre se presentan como realidades interiores y metafísicas. Algunos los manifiestan mediante un símbolo objetivo y exterior. "Homero –nos dice Borges– tiene a Príamo que besa las homicidas manos de Aquiles" y la onírica Ítaca; "Cervantes, el afortunado vaivén de Sáncho y el Quijote"; "Dante, los nueve círculos del Infierno y la Rosa".

Herman Melville pertenece a esta estirpe. Su Moby Dick, publicada en el invierno de 1851, ha suscitado una infinidad de estudios que no terminan de agotarla.

¿Qué inquieta de esa obra? Su misteriosa irreductibilidad que se revela en la capacidad difusiva del Mal encarnado en la ballena blanca, sinónimo del Leviatán bíblico, de la presencia del Demonio.

Melville advierte: "Que nadie considere a Moby Dick una historia monstruosa o, lo que sería peor, una atroz alegoría intolerable." Esta advertencia, tomada al pie de la letra por sus críticos, ha hecho que muchos de ellos la interpreten desde un reductivismo moral. Para E.M. Forster, el tema espiritual de Moby Dick es "una batalla contra el Mal, prolongada con exceso o de manera errónea". Borges, más acucioso, descubre en ella una metafísica: la representación de la vastedad malvada del cosmos, "su bestial y enigmática estupidez" y, agrega: "Chesterton, en algunos de sus relatos, compara el universo de los ateos como un laberinto sin centro. Tal es el universo de Moby Dick: un cosmos (caos) no sólo perceptiblemente maligno, como el que intuyeron los gnósticos, sino también irracional [...]".

Para mí, sin embargo, el símbolo de la ballena no es tan grande como el que apunta Borges ni tan maniqueo como el que percibe Foster. Aunque en el plano moral es cierto que Moby Dick es una lucha contra el Mal, y en el metafísico, un cosmos maligno e irracional, esa lucha no es la del Bien contra el Mal, sino la del Bien que el Mal, encarnado en la ballena, convierte en Mal; tampoco es la expresión de un puro cosmos maligno como el que percibían los gnósticos, sino un caos incrustado en el cosmos bondadoso de la Creación.

Melville no era un gnóstico, sino un protestante puritano que sabía que el Mal no es la Creación, sino que está en ella y que si uno lo resiste termina por sucumbir a él. Cuando Ahab ataca al Mal con la violencia termina por convertir su indignación en el propio Mal que quiere combatir. Su indignación se convierte en odio y su odio en venganza. La guerra que Ahab emprende contra la ballena conduce a su propio aniquilamiento y al de su tripulación. Su historia es la contraparte de la afirmación de Jesús: "No resistan el mal".

Moby Dick no es, por lo tanto, una enseñanza moral, sino una metafísica del Mal y una incógnita: ¿cómo combatir el Mal sin sucumbir a él? Con esa obra, Melville prefiguraba ya los laberintos de Kafka y del mundo contemporáneo en el que nos debatimos, las torturas y los crímenes de la guerra de Irak. Metáfora del Mal, Moby Dick encarna el rechazo de la salvación. La fe lleva a la vida inmortal, pero la fe supone la aceptación del misterio, del Mal y de las virtudes teologales que lo limitan y a la larga lo vencen. Querer destruir el Mal como lo hizo Ahab, es perder la fe y acabar encadenado al lomo terrible del Leviatán donde la sed de venganza lo hunde en las heladas aguas de un mar sin luz delante del cual el lector queda estupefacto contemplando sus propios abismos y las tentaciones del caos.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.