La Jornada Semanal,  13 de junio  de 2004        484


 E N S A Y O
ENTRE LA DEVOCIÓN Y EL RIGOR

MARÍA RIVERA

Eduardo Hurtado,
Este decir y no decir
(ensayos sobre poesía),
Aldus,
México, 2004.

Se señala con frecuencia que Ramón López Velarde, junto con José Juan Tablada, son nuestros primeros poetas modernos. Pero no es tan frecuente citar la obra crítica de López Velarde (tan vigente y necesaria), esa misma con la que el poeta se "tomó el pulso" para no escribir "versos de cáscara". Eduardo Hurtado, lector atento e inconforme con los lugares comodinos de la repetición, propone en el ensayo "La devoción y el rigor" del libro Este decir y no decir (ensayos sobre poesía), una comparación interesante y provocadora entre Ramón López Velarde y Jorge Cuesta. La tesis central es que ambos estuvieron poseídos por el demonio siamés de la poesía y la crítica, además de que ambos compartieron circunstancias vitales semejantes y un temperamento afín. Aunque no es la intención del ensayo, sugiere que la obra poética de Cuesta es equiparable a la de López Velarde. ¿Es esto así? ¿Realmente son equiparables? "La devoción y el rigor" deja abierta esta interrogación, ahora que está tan de moda, centenarios y reivindicaciones de por medio, decir que "Canto a un dios mineral" es un poema tan fundacional como "Muerte sin fin".

"El sistema poético se ha convertido en sistema crítico", escribió hace casi un siglo López Velarde, inaugurando también, o por lo menos usando con toda plenitud, el recurso de la crítica para la poesía. La siempre sorprendente relación entre el pensamiento crítico del primero de nuestros modernos y sus poemas, subraya la originalidad y valía de un autor que ha sido y será mal comprendido por su aparente sinceridad acrítica, según sostiene Hurtado.

Durante casi todo el siglo xx los ensayos sobre poesía constituyeron un espejo y una ventana del poema. Debemos a Octavio Paz la consolidación de un pensamiento que discurre sobre la poesía integrada al mundo, desde donde la poesía dialoga con todo (las demás artes, la política, la economía, etcétera) y todo es capaz de dialogar con ella. Muchos escritores han abonado esta tradición. Sin embargo, la discusión pública sobre poesía (que atañe a su carácter social) cada vez se encuentra más mermada. Salvo algunas excepciones, en México la crítica de poesía es más bien escasa: lo que antes fueron ensayos se ha convertido en prosas rebosantes de melcocha pseudoacadémica, reseñas repletas de una jerga que no ha hecho sino oscurecer o reducir el campo de visión de la poesía. Como si el poema, o la poesía, no fueran ya un punto de partida sino un punto de llegada donde el discurso sólo puede gravitar en torno a sí mismo. E incluso, como si fuera imposible hablar de poesía llana y claramente, como lo haría un lector apasionado. La verdadera discusión sobre poesía, nutrida y generosa, parece haber emigrado a las tertulias.

A diferencia de estas tendencias, Este decir y no decir reaviva gustosamente la tradición del lector paseante, del gustoso paseante que ensaya un pensamiento, que expone sus filias y sus fobias e incorpora, de manera natural y con un refinado sentido del humor, la reflexión sobre la poesía, un poeta o unos versos, con una prosa clara y profunda, sin ampulosidades.

El libro se divide en tres secciones: "Lo demás son palabras", "Itinerarios y tanteos" y "Trajín de la poesía". En "Lo demás son palabras", el más misceláneo y libre de los capítulos, las preocupaciones de Hurtado van desde la impertinencia del gran público en materia de poesía ("Contra el público en general"), la reivindicación de la poesía oral ("Pasa y queda"), las semejanzas y diferencias entre la poesía y la publicidad ("Solemnidades y milagros" y "Paris je t’aime"), la legitimidad de un tequila llamado "Suave Patria" ("¡Qué suave patria!"), la condición contradictoria del haikú y sus similitudes con la fotografía ("El camino del haikú" y "La zarrapastrosa retórica"), hasta el señalamiento, contrario al lugar común, de que no hacen falta los versos memorables en los buenos poemas ("Contra el estuche sonoro").

"Itinerarios y tanteos" está dedicado a dialogar en voz alta con la obra de algunos poetas (Vallejo, Cernuda, López Velarde, Cuesta, Chumacero, Bonifaz Nuño, Sabines, Lizalde, Gelman, Gutiérrez Vega), para al final acercarse a la obra de sus compañeros de generación (Cross, Huerta, Jaime Reyes, Deltoro y Cortés Bargalló, entre otros). "Trajín de la poesía", el último capítulo, está constituido por dos ensayos que se antojan parte del primero: "Erótica y poética" y "Ocultamiento y difusión de la poesía".

Dos tensiones animan las excursiones de Hurtado: por un lado, la intención de hacernos comprensible un universo creativo, a través de una acuciosa y generosa inteligencia, como serían el caso de los ensayos "Contra la pura muerte" sobre Juan Gelman, iluminador y conmovedor al mismo tiempo, "La muerte bajo el agua" sobre Alí Chumacero, finamente provocador, y "A cada cosa sus sueños" sobre Antonio Deltoro; por otra parte, la vocación de plantear sus disidencias. Le agradezco ambas: en algunos casos me regaló una generosa duda (sobre obras de autores que no son de mi interés), y en otros me entregó la sensación de una plena coincidencia, como en el brevísimo ensayo sobre la poesía de Bonifaz Nuño ("La guitarra que alguien toca"), del que suscribo las siguientes palabras: "Su barroquismo me maravilla siempre, pero sólo me entusiasma cuando arrastra, junto con las pruebas de una notable pericia constructiva, la organización emocionada de la materia verbal; cuando es pasión que se yergue para formar una nueva gramática y no una mera gimnasia edificante."

Es en sus disidencias donde su poética se hace palpable, como en este comentario: "Yo me formo en las filas de quienes sostienen que la circunstancia es la raíz de toda poesía"; o en este otro: "Los poemas suelen escribirse para esas personas, pocas o muchas, que en todo tiempo viven asidas al sueño de lo posible"; o en esta palabras dirigidas a la poesía de San Juan de la cruz: "Hoy esta enseñanza nos confirma en la idea de que toda poesía se funda en un acto de fe: escribimos sin acabar de entender"; o, finalmente, en esta reflexión sobre las desviaciones de cierta poesía: "El ansia de actualidad ha creado un público que sólo entiende al arte como espectáculo. Muchos poetas se dejan arrastrar por las exigencias de los tiempos y producen cápsulas verbales que actúan en la gente como una especie de masaje psíquico."

En Este decir y no decir Hurtado pone sobre la mesa varios problemas actuales: la cuestión del público, ¿para quién se escribe?; la aparente inutilidad de la poesía; el corto y paradójicamente favorecedor tiraje de las ediciones. Una certeza, me parece, recorre todo el libro de manera oblicua: los poetas están asediados por un tiempo "sucio", una época mercantil que le resta espacio e importancia a la poesía, aunque la poesía, la verdadera, ande lentamente entre unos cuantos. Subrepticia y subversivamente, para Hurtado como para Paz, la poesía moderna se opone a los ideales del mundo moderno. Aquí quisiera detenerme. ¿Cuáles son hoy los ideales del mundo? ¿Cuál es la respuesta crítica de la poesía frente a la exigencia de ser moderna? Eduardo Hurtado nos dice que esos ideales están todo el tiempo actuando en nosotros de una manera inconsciente. Quizá, y en esto me reconozco emparentada con su pensamiento, lo que hoy vemos como sorprendente y "moderna" pirotecnia verbal, no sea sino mera caducidad. Consciente de esto, el lector Hurtado nos dice:

Pero en última instancia, como lector no me resulta esencial el hecho de que un poeta se preocupe en mayor o menor grado por la manera de confeccionar sus versos, porque a ese lector que soy le basta saber que todo buen poema tiene su forma exacta. Gusto de Valéry tanto de Whitman. Machado me parece tan disfrutable como el más severo Alberti. En el aparente desenfado de poetas como Neruda o Sabines descubro una emoción fluctuante, una mayor cercanía con la vivacidad de la lengua que hablamos a diario en las calles […] Combinar metros, retorcer oraciones, encabalgar versos, dar curso al onirismo, cuidar el adjetivo, poner los acentos aquí o allá, todo esto es, apenas, el atuendo del brujo.
Este decir y no decir (ensayos sobre poesía) permanece fiel a la tradición del ensayo literario, una tradición crítica que parte del gusto, y a la convicción de que el poema es necesario. Es desde esa conciencia que Hurtado otorga plena vigencia a su pasado literario y, al mismo tiempo, a su presente más inmediato; y eso, en estos tiempos en que los "modernos" forman una avasallante mayoría, es un remanso para quienes aún creemos en la más subversiva de las anacronías: la poesía •