Jornada Semanal, domingo 13 de junio  de 2004           núm. 484

NMORALES MUÑOZ.

COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO

El primer antecedente formal de una Compañía Nacional de Teatro se remonta al siglo xix, partiendo, paradójicamente, de la iniciativa de un extranjero amante de las artes que gozaba entonces de una posición que creía privilegiada. Maximiliano de Habsburgo, que gobernaba una tierra extraña como mejor podía, eligió a José Zorrilla como titular de la naciente Compañía, cuyas actividades arrancarían con la escenificación de, of all plays, el Don Juan Tenorio del propio autor español. Durante los tres años de su corta vida, la Compañía gozó de la protección financiera del joven emperador, misma que se evaporó una vez restaurada la República y consumado el destino trágico del austriaco.

De entonces a la fecha ha corrido mucha agua bajo el puente, pero en esencia la CNT no ha conseguido despojarse del signo de inestabilidad que la ha caracterizado desde aquellos tiempos. Disuelta y reconstituida una y mil veces, la CNT arranca su etapa contemporánea en 1974 cobijada por el soporte gubernamental, y apuntala su bonanza tres años después, cuando Margarita López Portillo, antes de comenzar a desgraciar el cine nacional, promueve el decreto presidencial que la instaura y le asigna un presupuesto fijo.

Ahora, cuando ni por asomo puede pensarse en un apoyo gubernamental para la cultura de tales proporciones, la CNT inaugura una nueva etapa marcada por una avasalladora austeridad de recursos, bajo la dirección artística de José Caballero. El primer trabajo se presentó a finales del año pasado, y será recordado más por los abucheos del público que por sus hallazgos artísticos: la versión de Martín Acosta y Luis Mario Moncada al Tenorio, de Zorrilla, una especie de homenaje a los primeros impulsores de la Compañía. Ya en 2004, la CNT presenta el libro Compañía Nacional de Teatro: Memoria Gráfica 1972-2002, de Jovita Millán, un exhaustivo recuento iconográfico de los montajes contemporáneos de la CNT. Pese a las irregularidades que algunos especialistas han señalado, el libro constituye un valioso material de consulta en estos días en los que el rescate de la memoria es combatido ferozmente por quienes preferirían circunscribirse, retomando sin querer a Stanislavski, al aquí y al ahora.

Tratándose de adaptar a lo precario de su presupuesto, la CNT ha arrancado, sin un elenco fijo, el ciclo El proceso de creación teatral en el Teatro Julio Castillo, compuesto por lecturas escenificadas y ensayos abiertos al público, todos con entrada gratuita. Tales medidas son sin duda un subterfugio ante la imposibilidad de patrocinar montajes en forma, pero también resultan un método interesante para atraer espectadores e inmiscuirlos en los mecanismos del hecho teatral.

Dicho ciclo comenzó con Albertina en cinco tiempos, del canadiense Michel Tremblay, y cuya lectura, dirigida por Alberto Lomnitz, fue bien recibida por quienes pudieron presenciarla. La segunda obra fue El nido, de Juan Tovar, que se centra en la biografía del olvidado pintor mexicano Manuel González Serrano, originario de Lagos de Moreno. Este texto, dirigido por David Olguín, es una clara muestra de las mayores virtudes y carencias del dramaturgo poblano: por un lado, su rigor historiográfico, su análisis preciso de ciertos episodios del pasado mexicano y su despiadado humor negro; y por el otro, ciertos anacronismos formales, el sustrato costumbrista de sus obras menores y lo unidimensional de algunos de sus personajes. Casi una puesta en escena, la lectura de David Olguín es ya un espectáculo fluido y disfrutable, con todo y que el trabajo de Jorge Ávalos como protagonista requiere aún de muchos más matices.

José Caballero, por su parte, se aventura en la escenificación de tres obras cortas de Harold Pinter: Voces de familia, un guión radiofónico de gran poderío poético, Estación Victoria, también pensado para la radio, y Una especie de Alaska, basada en los escritos del neurólogo inglés Oliver Sacks. Flojo aún el trabajo con el primer texto, más cercano al skecht el segundo, es el tercero, también ya una puesta en escena, el mejor logrado, sobre todo por la deslumbrante actuación de Lucero Trejo. Y justo allí, presenciando un hecho teatral de alto nivel con una producción que a muchos les recordó sus años estudiantiles, se refuerza la idea de que la actual CNT, tan castigada por los dineros, debe perseguir su estabilidad apostando por la creación de un sello estético distintivo. De lo contrario, lo más probable es que vuelva a convertirse en la entelequia insondable que llegó a ser en sus etapas más oscuras.