La Jornada Semanal,  13 de junio  de 2004        484


N O V E L A
LEJOS EN BUENOS AIRES

LEONARDO IGLESIAS

Tomás Eloy Martínez,
El cantor de tango,
Planeta,
México, 2004.

 Fue un sueño. Melancólico. Buenos Aires se abrió sórdida y arrabalera. Tomas Eloy Martínez observó con asombro a la crítica literaria Jean Franco que le dijo: "Tenés que oír a este cantor, es mejor que Gardel." El autor de la premiada El vuelo de la Reina despertó sobresaltado en su departamento sin poder hallar a ese personaje mítico. Londres amanecía nublada. Al mediodía, durante el almuerzo con Liz Calder, titular de la editorial Bloomsbury, Martínez narró su sueño. Y ese sueño se convirtió en El cantor de tango, su más reciente novela, que la Editorial Planeta acaba de publicar y que ya encabeza la lista de bestsellers.

Septiembre de 2001. Bruno Cadogan, un estudiante neoyorquino que escribe una ponencia sobre los ensayos que Borges dedicó a los orígenes del tango, llega a Buenos Aires en búsqueda de Julio Martel, un cantor que, como el Aleph, poseía una voz absoluta perdida entre las tinieblas del anonimato. Un cantor que entonaba sus letras orilleras (tangos de principio del siglo pasado) en los lugares más inhóspitos de la ciudad. Trazando otra geografía. En principio, un mapa laberíntico, enquistado en el pasado.

Cadogan inicia un recorrido arbitrario e indescifrable que lo llevará a los últimos días de Martel. Pero en ese especie de tour de Buenos Aires al que lo somete el vértigo de la gran ciudad, el joven estudiante se verá inmerso en un flashback que lo pondrá en diálogo, en un presente histórico, con el "Aleph", de Jorge Luis Borges y el "Matadero", de Esteban Echeverría. El libro, encargado para ser incluido en la colección inglesa "Los escritores y sus ciudades", es también un panóptico de la actualidad. Buenos Aires convive entre su ambiente cultural, social y arquitectónico del siglo pasado, con el derrumbe de la clase política de 2001. Entonces, Cadogan es la voz que narra los cacerolazos, la miseria y la expulsión de los presidentes. En un fragmento de El cantor de tango, se lee: "Tuve la sensación de que en el Buenos Aires de aquellos meses los hilos de la realidad se movían a destiempo de las personas y tejían un laberinto en el que nadie encontraba nada, ni a nadie."

Por último Martel, al que la garganta le duele tanto como los recuerdos que tiene incrustados en el alma. Por eso canta. Y por eso cantó todos esos años, para exorcizar todos esos crímenes impunes que descansan debajo de la alfombra de Buenos Aires. Allí está la amia, la metalúrgica Vasena en su Semana Trágica de 1919, el sitio donde asesinaron al diputado Rodolfo Ortega Peña en la década de los setenta y otros llantos que esperan justicia. Esa es la revelación que Alcira, la mujer de Martel, le hace a Cadogan. Y esa es, a su vez, la verdad del mapa que el viejo cantor había hecho de Buenos Aires. La que lo condujo a su propia muerte.

Tomás Eloy Martínez, premio Alfaguara 2002 por El vuelo de la reina, autor también de Santa Evita y La novela de Perón escribió un libro sobre el pasado y presente de la ciudad de Buenos Aires. Un paseo turístico a través de los personajes y acontecimientos políticos que se anclaron en la historia. Acaso una síntesis monstruosa de lo mejor y peor de Argentina. Y allí está Martel diciendo: "Buenos Aires, cuando lejos me vi." Como si fuera una voz de ultratumba que se reconoce ajena en su propia tierra, un sueño recurrente que anticipe el dolor de los que no tienen voz •