Jornada Semanal,  13  de junio  de 2004         núm. 484

ANA GARCÍA BERGUA

CARNAVAL DE AMABILIDADES COMPULSIVAS Y
DESCORTESÍAS AMABLES

1. Usted está en un restaurante cualquiera; levanta el brazo varias veces para que el mesero vea que está ahí. Cuando el mesero, que frente a Usted, recupera la vista y le pregunta en qué puede servirle, Usted le pide: mire joven –aunque tenga sesenta años–, tráigame por favor, si es Usted tan amable y no le representa mayor molestia, un agua de piña. Cómo no, señorita –usted tiene sesenta años–, con todo gusto, faltaba más, si para eso estoy. Luego el mesero se va. Luego nunca regresa.

2. Hoy me llama un mensajero para avisarme que pasará a traerme un documento. No sabe a qué hora lo hará. En cualquier momento del día paso, dice, ya ve cómo está el tráfico. Muchas gracias, qué amable, aquí voy a estar, cuando guste, no hay cuidado, que tenga usted un buen día. Luego paso el día entero sin salir. No me puedo meter a bañar porque pasará el mensajero. Luego el mensajero nunca llega. Al día siguiente habla: Disculpe señorita (tengo sesenta años), se me cruzó una manifestación de beduinos en Insurgentes. No se preocupe, que tenga buen día. Otra vez no pasa. 

3. Un popular escritor va a dar una conferencia a un hotel, muy temprano en la mañana. El público llega a la hora. El escritor llega hora y media después. Entonces el presentador explica, con infinita gracia, que el escritor ha llegado a esas horas porque en realidad no acostumbra levantarse tan temprano. Ay, comentan todos, qué vaciado, qué excéntrico. Luego el presentador pide que le aplaudan al escritor, y todos sin excepción lo hacen, candorosa y calurosamente, con la mayor amabilidad. Y eso que pagaron. 

4. Alguien se encuentra a Alguien a quien no admira, ni nada que se le parezca, pero no es capaz de saludarlo con sencillez. De repente siente que de su boca sale, implacable, poderosa e incontenible, la palabra "¡Maestro!". Luego Alguien se va a su casa y no entiende por qué hizo lo que hizo. Sólo espera que sus amigos no lo hayan visto. Piensa en que podría dedicar la tarde a indagarlo; les habla a sus amigos y les cuenta que vio a Fulano y que es buena gente, pero qué pesado es. Sus amigos, con mucha amabilidad, le dicen que sí, mientras recuerdan haberlo visto diciéndole "¡Maestro!". Ese Alguien pasa largas noches de insomnio, pero Nadie le dice Nada. 

5. Unos políticos de nuestro país se han peleado con otros políticos de otro país. Nuestros políticos cometen perversidades y torpezas; los políticos del otro país cometen perversidades y torpezas, y además insultan con holgura a los políticos de nuestro país. Pero fíjate, se dicen nuestros políticos, es que no fuimos corteses, y ahora cómo les vamos a mandar la invitación a la cumbre, qué nos van a decir, que no respetamos las formas. Los periódicos los critican duramente: además de perversos y torpes, que ya sería lo de menos, miren nomás qué maleducados, qué poco amables, qué salvajes. 

6. Finalmente, dos personas que han tenido una diferencia muy seria se dicen: mire usted, joven (tiene sesenta años), no es por ofenderlo ni mucho menos, no vaya usted a pensar que lo digo de mala fe, pero permítame decirle que es usted un hijo de su tal por cual. Y ahora si me disculpa, tengo que pasar a retirarme, así que con permiso, no me deja salir, está tapando la puerta. Y luego el otro responde: Pues me perdonará usted, pero el que es un hijo de la tal por cual es usted. Además no se puede ir así como así, sin nada en la panza, ¿no gusta un mezcal? Pues mire usted, joven, espero que no me lo tome a mal pero desgraciadamente y me disculpará usted, voy a tener que matarlo (saca un arma y dispara).

7. ¿Será un problema ambiental? Quizá la astuta Malinche dejó ondulando por el Altiplano unos vientos, unos susurros que se esparcen por nuestras calles, nuestros departamentos y restaurantes. En realidad los mexicanos somos personas normales, pero cuando cruzamos por uno de aquellos vientos, nos agarra el afán compulsivo de decir pásele por favor, faltaba más, ¿un atolito?, ¡qué relumbre de armadura!, ¿dónde la compró?, ¡maestro!, ¡qué espléndida sinfonía!, no he dejado de cantarla, hace frío, ¿no se quiere tapar?, y si es posible más, según la intensidad y la duración de aquel vientecillo tan educado, que es como una tolvanera. A los extranjeros no les ocurre, porque no hablan español, ¿y a las nuevas generaciones que ya no son tan compulsivamente amables? Bueno, quizá es la contaminación, que no sólo terminará con nuestras vidas, sino también con nuestras genuflexiones. Es cosa de esperar.