Jornada Semanal,  13 de junio de 2004       núm. 484

JUAN DOMINGO ARGÜELLES

LA POESÍA DE LUIS VICENTE DE AGUINAGA

Desde hace ya treinta y siete años, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes ha reconocido la obra de autores decisivos para la lírica mexicana, como José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Hugo Gutiérrez Vega, Coral Bracho, Francisco Hernández, Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Elsa Cross, Jorge Esquinca, Eduardo Langagne, Jorge Hernández Campos y otros más a los que ahora se ha sumado Luis Vicente de Aguinaga.

Nacido en Guadalajara, Jalisco, en 1971, Luis Vicente de Aguinaga es el primer poeta de la generación del setenta que obtiene este importante premio que antes, con excepción de Elías Nandino y de Jorge Hernández Campos, habían obtenido poetas nacidos entre las décadas del treinta y el sesenta del pasado siglo.

A los treinta y tres años, Aguinaga se suma a esos y otros poetas jaliscienses que han merecido el Premio Aguascalientes (Hugo Gutiérrez Vega, Jorge Esquinca, Ernesto Lumbreras), dentro de la gran tradición lírica que permanentemente se renueva, como dijera Paz, con continuidad y con ruptura.

El libro de Luis Vicente de Aguinaga, Reducido a polvo (México, Joaquín Mortiz/inba/Conaculta, 2004), nos propone una lectura atenta y una relectura ajena por completo a la ingenuidad a fin de hacerse oír en su originalidad y, al mismo tiempo, de resonar y recrear las poéticas de donde proviene la voz del autor.

En Reducido a polvo, Aguinaga salda sus deudas y celebra, con sutileza y con equilibrio no exento de emoción, a esos autores que le han entregado una parte de su voz. Y lo extraordinario es que esos autores son tan diversos e incluso tan disímbolos que no parecerían tener modo de conciliarse, lo cual habla del ejercicio crítico que plantea Aguinaga desde la poesía misma.

Entre estos autores tutelares o por lo menos esenciales para Aguinaga es obligado mencionar, entre prosistas y poetas, a los que él mismo nombra dentro de la poesía y al margen de ella, es decir en su reflexión y evocación: Juan Goytisolo, Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas, Roberto Juarroz, Juan Gelman, José Ángel Valente y José Agustín Goytisolo. Esa diversidad de tributos, que es también una diversidad de atributos, puede ir de Jaime Sabines a Antonio Gamoneda, y, en el caso concreto, de Reducido a polvo, de Jorge Guillén a Alberto Girri, José Maria Guelbenzu, Paul Celan, José Ángel Valente, Beckett, López Velarde, Gorostiza, Neruda y, no debemos sorprendernos, José Alfredo Jiménez.

Muchas de estas deudas, las trae Aguinaga desde el que, descontando sus primeras dos plaquettes (Noctambulario, 1989, y Nombre, 1990), fue su primer libro, Piedras hundidas en la piedra (1992), título que proviene de Lezama Lima, pero donde ya está desde entonces la presencia de José Ángel Valente, Haroldo de Campos y Ted Hughes.

Ya entonces, David Huerta, por ejemplo, encontraba en Aguinaga a un poeta estricto, riguroso, "no solamente en las formas que ha decidido utilizar el poeta, sino sobre todo en el juego de los significados que esas formas contienen y transmiten", y al referirse a la conjunción de otras voces y otros ámbitos en esta poesía renovadora señalaba que "lo que él hace con esa conjunción es, hablando con rigor, su propia obra, su propio trabajo y la expresión de su talante".

Las huellas de otros poetas en la poesía de Aguinaga lo que revelan es la atención de un lector que es capaz de conciliar contrarios sólo en la medida en que rescata de esos contrarios las voces que realmente le interesan. Para Aguinaga la poesía no únicamente es perfección formal sino también pensamiento, pero pensamiento, valga decir, no exento de emoción. Él mismo afirma que la noción de pensamiento le ayuda a concebir la inspiración como una forma laica y genuina de intensidad espiritual, de presencia corpórea.

En Reducido a polvo esta poética se ha vuelto mucho más decantada y consigue siempre su punto de equilibrio incluso en la elegía. En este sentido, una especie de arte poética es "Guerreros en el desierto", donde el poeta define: "El agua que bebemos/ la bebemos caliente./ La sangre que bebamos/ la beberemos tibia./ Si acaso pudiéramos tragar saliva/ nos la tragaríamos helada,/ como lógicamente corresponde."

La oscuridad o, si se prefiere, la densidad de la poesía de Aguinaga no busca cerrar las puertas del entendimiento del lector sino mostrarle un tono y un matiz para que perciba con mayor intensidad la experiencia de la muerte. Hay siempre en la poesía de Aguinaga algo innominado que corresponde a la capacidad sensible. Por eso Reducido a polvo se abre con un epígrafe de Gamoneda que es, al mismo tiempo, una declaración de fe poética: "Ahora siento la pureza de los límites y mi pasión no existiría si dijese su nombre."

Reducido a polvo es, como desea el poeta, la experiencia de imaginar que un día cesara "Y fuera ese otro lado, ese momento/ aquello que no es donde,/ aquello que se ignora/ y desconoce nuestras puntas, nuestros extremos, nuestros límites,/ y no sabe de mí./ Igual que nada./ Viene y me dice: igual/ que nada. Vengo/ y me dicen, me dan, me ven/ y cuanta madre./ Me pregunto si vivo/ y la pregunta sola me responde:/ ¿vives?"

En la poesía de Luis Vicente de Aguinaga lo oscuro no es lo que no se entiende sino aquello que nos propone entrar en una atmósfera de sombras para mirar, enteramente, con claridad, qué tan vivos estamos... y qué tan muertos.